Mons. Roberto Flock, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Cochabamba durante su homilía este viernes Santo identificó la Pasión de nuestro Señor Jesucristo en el flagelo de la droga y el poco respeto a la vida que se vive en nuestro medio.
Viernes Santo 2014 – Porque amó a este triste pecador.
Queridos Hermanos,
¡Mira al que traspasaron!
¡Medita al que torturaron!
¡Contempla al que crucificaron!
¡Y estremece tu corazón!
Porque pasó haciendo el bien.
Porque pasó diciendo la verdad.
Porque amó al extremo del amor.
Porque amó a este triste pecador.
Esta mañana observaba nuestra ciudad desde el monumento del Cristo de la Concordia, donde miles de fieles participaron esta mañana en el Vía Crucis. Realmente es una vista siempre espectacular. Al bajar, compré un periódico, encontrando entre las noticias, la historia de un incendio que destruyó una casa detrás del aeropuerto donde fabricaban droga. Destruyó también a un joven de aproximadamente 17 años. Decía que “sufrió mucho antes de morir y sus gritos desesperados se oían desde fuera del inmueble”. ¡Qué lástima que este joven muere en semejante Vía Crucis, en vez estar participando de corazón y alma en los Vía Crucis que celebramos estos días, acompañando a Cristo en su pasión.
Peor aún es el Vía Crucis de los drogadictos. Atrapados en el vicio, toda su vida gira en torno a conseguir y consumir la sustancia que se apodera de organismo. Lo que creían sería un, alivio, un consuelo, una ayuda para vivir mejor, resulta ser en realidad una pesadilla interminable. Por esto, los que arman las fábricas de droga y organizan su distribución y venta, son como Pilato dando la orden de azotar y crucificar a Jesús, presionado por la turba, mientras intentaba lavarse las manos de su sangre. “Es culpa de los consumidores.” “Solo respondemos a la demanda”. Es cierto que el consumidor tiene su culpa, pero esto no absuelve a quién provee el veneno, para enriquecerse a costo de la destrucción de otros, especialmente de jóvenes y hasta niños ingenuos frente al poder de las drogas.
Otro hecho que sucedió hace unos días fue la tortura de dos jóvenes en Ayopaya. Según las noticias publicadas “Los jóvenes retenidos por la turba durante dos días fueron torturados, golpeados y atados a un palo santo. Ahí soportaron por tres horas las picaduras de las hormigas”. Siendo culpables o no, el crimen cometido contra ellos es mucho mayor del robo a que fueron acusados, y similar al actuar de aquella turba que hace dos mil años gritaba “crucifícalo” cuando Jesús estaba delante de Pilato. No se trata, bajo ningún argumento, de “justicia comunitaria”. Es injusticia comunitaria y crueldad satánica. El mismo hecho de que se llama “palo santo” a esta planta habitaba por hormigas venenosas, relaciona tal sufrimiento con la pasión de Cristo, quien, a diferencia de la turba sabe perdonar.
¿Cómo se llega a cometer semejantes maldades, tanto de una turba que tortura a jóvenes, como a los que arman las fábricas de drogas? Podemos hablar de las fallas de la justicia, o de otras deficiencias de nuestra sociedad, pero la deficiencia mayor está ya presente en cada ser humano. Estamos todos infectados como de un virus que nos vuelve susceptibles al mal. Somos pecadores.
Esto explica el mal, pero no lo justifica. Las fábricas de droga son un insulto a nuestro Creador que nos hizo en su imagen y semejanza para vivir en su presencia con dignidad. La tortura de jóvenes por las turbas son ataques contra Jesucristo mismo con todo el desprecio que sufrió de los soldados que colocaron en su cabeza la corona de espinos. Las excusas y justificaciones son barreras contra el Espíritu Santo.
Siendo sujetos a una especie de síndrome de inmunodeficiencia frente al pecado, necesitamos tomar consciencia de nuestra condición y aceptar la necesidad de tomar nuestra medicina de forma permanente. Esta medicina consiste en acercarnos a Cristo, a pedir de Él el perdón de nuestros pecados, a alimentarnos de su cuerpo y sangre, a acoger su Palabra y a recibir su Santo Espíritu. Para esto es la comunidad de la Iglesia y los Sacramentos.
Como dice hoy la Lectura de la Carta a los Hebreos: “Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, El alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.”
¡Mira al que traspasaron!
¡Medita al que torturaron!
¡Contempla al que crucificaron!
¡Y estremece tu corazón!
Porque pasó haciendo el bien.
Porque pasó diciendo la verdad.
Porque amó al extremo del amor.
Porque amó a este triste pecador.
Mons. Roberto Flock
OBISPO AUXILIAR DE LA ARQUIDIÓCESIS DE COCHABAMBA