Como parte de las celebraciones de Semana Santa en la Arquidiócesis de Cochabamba, Mons. Flock Arzobispo Auxiliar de Cochabamba, Roberto Flock, celebró la Eucaristía que conmemora Última Cena y lavó los pies de 6 parejas que pronto contraeran el sacramento del matrimonio.
Jueves Santo 2014
“Hagan esto en conmemoración mía”
Queridos Hermanos,
Celebramos esta noche el regalo de la Eucaristía y el Mandamiento de Amor que Jesús demostró con el ejemplo con el lavado de los pies de sus discípulos. Mañana, seguimos acompañando a Jesús en su pasión y muerte en la Cruz. Sábado celebramos la Vigilia Pascual con el gozo de Jesús Resucitado.
Como indican las lecturas, en la última Cena, nuestro Señor Jesucristo, modificó un ritual ya antiguo en la vida de su pueblo. Convirtió la Cena Pascual en la Eucaristía. Tal como nos describe en la primera lectura, los Israelitas celebraban la Cena Pascual en familia, como recuerdo de la liberación de la dura y humillante esclavitud en Egipto. Cada detalle, tenía su significado especial: el cordero sacrificado y compartido, y cuyo sangre marcaba las casas de los hebreos; panes sin levadura y vestimenta por el apuro para escapar durante el paso del ángel del Señor. Me ha quedado pegado en la memoria un detalle: la pregunta en arameo que tenía que hacer el niño más pequeño de la familia capaz de hablar: “¿Ma nishtanah halailah hazeh mikol haleilot?” “¿Por qué es esta noche, diferente de las demás noches?” El papá tenía que explicar a la familia los detalles en relación con la liberación del pueblo de aquella dura servidumbre. Las instrucciones para aquella fiesta solemne terminaban con el mandato: “Lo celebrarán a lo largo de las generaciones como una institución perpetua.”
Jesús habría participado en esta celebración en su hogar con la Virgen María y San José, y como hijo único le tocaba siempre el papel del niño, haciendo la pregunta sobre aquella noche especial. Considerando que guiaba a sus discípulos durante tres años, con ellos habrá celebrado la cena pascual por lo menos dos veces como Maestro, asumiendo el papel del papá. Se supone que le tocaba al discípulo amado la pregunta del niño menor. ¡Cuánto habrá meditado Jesús sobre la liberación de su pueblo y sobre el sentido de aquella cena, antes de celebrar con sus discípulos la Última Cena! Aquella noche, con mucha libertad y deliberación, sorprendió a los discípulos, cambiando el ritual. Primero, introduce el lavado de los pies, tarea de esclavos o servidores en las familias acomodadas. Luego, cambia la memoria de liberación de la esclavitud para la memoria de su propia muerte. Pasa de la Antigua Alianza formada después de escapar del Faraón a la Nueva Alianza en su propia sangre. Termina con un mandato similar al de la Cena Pascual: “Hagan esto en conmemoración mía.”
San Pablo, aunque no estuvo presente en la Última Cena, captó el sentido de la celebración de la Eucaristía, como explica en la carta a los Corintios: “Cada vez que comen de este pan y beben de este vino, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Naturalmente, si proclamamos la muerte del Señor, también su resurrección y triunfo sobre la muerte y el pecado, es ocasión para orar por nuestros queridos difuntos. Las plegarias eucarísticas, de hecho, incluyen una oración por todos los fieles vivos en la Iglesia y también una intercesión por todos los fieles difuntos. No sé cuándo o cómo entro en la Santa Misa, lo de rezar por un difunto particular. Es algo bueno, pero no debemos reducir la Eucaristía a la oración por los difuntos. Sería perder mucho de lo que Jesús quiso logar en la Última Cena.
“Hagan esto en memoria de mí.” Al participar de la Eucaristía, estamos recordando y acogiendo todo el amor con que Jesús entregó su vida por nosotros. Estamos renovando la Nueva Alianza sellada con su sangre.
¿Qué es esta alianza nueva? La antigua alianza era un acuerdo entre los liberados de la esclavitud de Egipto y el Dios liberador. Dios se comprometió acompañar y proteger a su pueblo; ellos se comprometieron ser su pueblo fiel, cumpliendo sus mandamientos, con un culto exclusivo al Señor y una convivencia en la justicia entre ellos. Los Diez Mandamientos traídos por Moisés desde la Montaña, escritos en tablas de piedra por el dedo de Dios mismo, resumían los términos de la Alianza. Trágicamente, aquella Alianza, a pesar de los juramentos del pueblo y de la bondad de Dios, fue un fracaso. Aquella ley divina, por justo y sabio que fuera, no pudo superar la fuerza del pecado. Aún con las advertencias y promesas de los profetas, el pueblo fue infiel, injusto y hasta impío. Alejándose de su Dios, perdieron incluso la tierra prometida y fueron al exilio. Frente a esta situación, y por medio de los grandes profetas, Isaías, Jeremías y Ezequiel, Dios prometió una Nueva Alianza, escrita, no en tablas de piedra, sino en el mismo corazón. Es la Alianza nueva y eterna, sellada en la Sangre de Cristo.
Con esta Alianza, Jesús nos da también un nuevo Mandamiento. El contenido no es diferente del anterior, que ya se centraba en el Amor a Dios y el Amor al Prójimo. La novedad está en el ejemplo de Jesús y el don de la Eucaristía: “Que se amen los unos a los otros como Yo los he amado.” Es el sentido del lavado de los pies, el amor humilde y servicial de Jesús, que además de aquel gesto en la Última Cena, resumen de su compasión y bondad para con los pobres, los enfermos y con sus discípulos, entregó su vida en la Cruz y allí mismo en medio del sufrimiento perdonó y pidió perdón por nosotros.
Entonces, Queridos Hermanos, celebramos y vivamos la Nueva Alianza en Cristo. Hagamos esto en conmemoración suya.