Muchos de nosotros hemos querido, en especial cuando niños, tener alguna clase de poder o don extraordinario, algo que haga nuestras vidas diferentes, únicas, notorias, más fáciles, etc.
Hemos escuchado también que Dios ha dado dones extraordinarios a los santos: clarividencia, bilocación, ver los pecados de la gente en confesión, multiplicar los panes, resucitar muertos, sanar enfermos, etc., y estos dones han sido prometidos a quien sigue a Dios.
El detalle de los dones extraordinarios otorgados por Dios es que muchos de ellos, o su mayoría, no fueron concedidos durante toda su vida a los santos, sino que se les manifestaron durante momentos específicos de ellas, y luego (esto es lo más importante) de haber hecho mucha ascesis, es decir, ejercicio de las virtudes ordinarias, a raíz de lo cual fueron creciendo tanto en santidad que alcanzaron las excepcionales.
Si a ver vamos, ejercer cualquier virtud en el mundo actual resulta ya una singularidad: implica una constante lucha contra la tentación de obrar de forma contraria a la que esa virtud requiere.
Toda virtud comienza un hábito, y en el caso de las virtudes cristianas, se requiere, por nuestra parte, añadir a nuestra voluntad (la cual humanamente puede flaquear) deseo, oración y, de parte de Dios, la “gracia”, el elemento divino que fortalece tanto la voluntad como la virtud que se busca ejercer.
Hay que recordar también que hay santos que no tuvieron dones extraordinarios, como Gianna Beretta, por mencionar alguno, sino que sólo ejercieron la virtud de forma excelente.
Después de todo, una de las definiciones más básicas de santidad es “gente que combatió durante toda su vida sus propios defectos” (con caídas y levantadas, claro está). Otro detalle muy importante: “Si te has decidido a servir al Señor, prepárate para la prueba. Conserva recto tu corazón y sé decidido, no te pongas nervioso cuando vengan las dificultades. Apégate al Señor, no te apartes de Él; si actúas así, arribarás a buen puerto al final de tus días. Aceptas todo lo que te pase y sé paciente cuando te halles botado en el suelo. Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los que agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación” (Sir 2,1-5:).
En conclusión: para alcanzar los dones sobrenaturales, el camino es, y será siempre, el ejercicio de lo ordinario de forma extraordinaria. Dios con nosotros.
Autor: Javier E. Gómez Graterol
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