Domingo 30 del Tiempo Ordinario – 25 de octubre de 2020
Un prójimo sin fronteras
Queridos hermanos,
Todos conocemos los dos mandamientos citados por Jesús en el Evangelio de hoy: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, … Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Quizás tenemos menos familiaridad con los mandamientos de nuestra primera lectura: «No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás… No harás daño a la viuda ni al huérfano… no le exigirás interés con préstamos al pobre.»
A mi me llama la atención el por qué de estos mandamientos; en primero lugar: «porque ustedes fueron extranjeros en Egipto». Quien haya sufrido una injusticia sistemática, como los hebreos esclavizados en Egipto, no debe hacer lo mismo a otros. El segundo motivo, dice Dios, es porque: «Yo escucharé su clamor.»
Dios está diciendo a ese pueblo que Él mismo había liberado de una cruel y humillante opresión que, si hacen estas mismas cosas, el Señor se siente personalmente ofendido. Jesús expresó sentimientos similares al decir en la parábola del juicio final: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron —o no— con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.”
Yo he observado algo así con mis pastores alemanes, Inti y Luna. Normalmente, Inti, el macho, es quien domina, especialmente cuando les damos de comer. Tenemos que separar sus platos, o Inti no le deja comer a Luna. Pero cuando Luna tiene cachorros, no permite a Inti acercarse. Defiende a sus crías con una ferocidad sorprendente.
Así es Dios con los pequeños e indefensos, con la viuda, el huérfano y el pobre. Los defiende por ser suyos, por ser sus hijitos. Y considerando que un niño todavía no nacido es el más pequeño e indefenso de todos, su destrucción por el aborto provocado es algo sumamente ofensivo al Creador. Él nos permite una participación en lo más sagrado, el milagro de traer nueva vida al mundo, con amor y generosidad, vida humana en su imagen y semejanza. Si lo destruimos, es como darle a Dios una bofetada en la cara y decirle, vaya al infierno. Estas cosas son para Dios muy personales.
Por eso, además de escuchar el clamor de los pequeños y pobres, dice el Señor: «Entonces arderá mi ira, y Yo los mataré a ustedes con la espada; sus mujeres quedarán viudas, y sus hijos huérfanos». Es la trágica consecuencia de un mundo donde no se ama a Dios, ni al prójimo, ni al hermano, ni al extranjero, ni al pobre, ni al anciano, ni al niño nacido o no nacido. Un mundo donde se fomenta división y odio, en vez de la solidaridad y la hermandad. Un mundo que confunde el amor con sus apetitos y vicios, un mundo que justifica y emplea toda forma de violencia.
Fratelli Tutti. Hermanos todos. En su nueva encíclica el Papa Francisco dedica unos números a “El prójimo sin fronteras.” Hemos escuchado de “Médicos sin Fronteras”, “Reporteros sin Fronteras”. El papa propone que todos seamos “prójimos sin fronteras”.
Con la parábola del Buen Samaritano, dice: “el samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente, atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y hacer lo mismo». … este encuentro misericordioso entre un samaritano y un judío es una potente interpelación, que desmiente toda manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos.”
Obviamente, ser “Prójimo sin Fronteras”, es sumamente desafiante. No es fácil amar al que tiene otra forma de ser, pensar y vivir. Basta pensar en los rivales políticos, por no destacar diferencias regionales y culturales. Nos cuesta ser prójimos entre cambas y collas, chiquitanos y chiriguanos, quechuas y aimaras.
Hemos vivido 14 años de gobierno Masista durante el cual se ha hecho leyes contra toda clase de discriminación y racismo. Pero resulta que las constantes acusaciones de racismo, suelen estar a su vez cargadas de racismo y odio.
Es necesario que las leyes prohíben racismo y discriminación, y por supuesto, estos no deben ser instrumentalizados para la persecución política, que no es más que otra forma de discriminación. Pero ni Dios logra que le amemos con su Ley: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.» ¿Quién lo cumple? «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» ¡Buena suerte! Aunque sean dictados por Dios Todopoderoso, aunque de ellos dependen toda la ley y los profetas; aunque sean buenos, justos, totalmente razonables, no son cumplidos.
La razón es sencilla, pero gravísima. Somos pecadores. Somos defectuosos, sin vergüenzas. Las leyes nos pueden enseñar la diferencia entre el bien el mal, pero de por sí, no pueden crear un santo, no pueden producir una familia amorosa, mucho menos una sociedad justa, y jamás eliminarán el racismo y otros pecados.
Para esto, se requiere algo mucho más poderoso. Se requiere un Prójimo sin Fronteras que no solamente socorre al hermano abandonado y herido, sino que lo redime, lo sana, y lo transforma. Este Prójimo sin Fronteras fue y es Jesucristo. Sintiéndose personalmente responsable por el bienestar de cada uno, se hizo nuestro hermano, prójimo y salvador. Nos ofrece, no solamente el mandamiento de amor, sino el amor mismo, con la gracia y el poder de Dios. “Jesús, a quien Dios resucitó de entre los muertos y que nos libra de la ira venidera.”