Cuarto Domingo de Adviento – 20 de diciembre de 2020
Queridos hermanos.
Nos falta poco para la celebración de la natividad de nuestro Señor Jesucristo, y ya tenemos preparados los pesebres y las luces navideñas, según nuestras costumbres. Queda poco por hacer; quizás prever lo que se puede para la cena y algún festejo, quizás algo moderado en comparación con otros años, por motivo de la pandemia.
La Santísima Virgen María tuvo nueve meses para preparar la primerísima Navidad, después del anuncio del Ángel Gabriel. En primer lugar, María visitó a su prima Isabel, quien también esperaba dar a luz, y además acompañarle hasta el parto, y entre ancianita y jovencita, tuvieron tres meses para conversar sobre su extraordinaria experiencia y sobre las palabras de mensajero divino. «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.»
Supongo que fue recién después de todo esto que San José se enteró, pues el Evangelio indica que estaba inicialmente sorprendido por el embarazo de María. El evangelio no nos cuenta ninguna conversación entre María y José, pero seguramente no guardaron secretos. «Tu padre y yo te buscábamos angustiados», le dijo al niño cuando lo encontraron en el templo cuando tenía 12 años. De todas maneras, su primer preparativo fue el de celebrar su matrimonio, tal como el Ángel le pidió a José en sus sueños. Aseguraron que el niño naciera en una familia bien constituida y bendecida por Dios.
¿Qué habrán dicho al conocer la noticia del censo y la orden de tener que inscribirse en su pueblo natal? ¿Quién sabe? No les quedó otro que obedecer, por incómodo que fuese. De repente comentaron algo similar a lo que Jesús dijo a sus discípulos en la Última Cena: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad». Así es el centralismo y la burocracia. Si César tuviera una actitud servicial como Jesús, hubiera enviado funcionaros para visitar a la gente, en vez obligar a la gente viajar. No por nada Dios eligió a María, que se identifica como “la servidora del Señor”.
De todas maneras, hicieron lo posible en las condiciones más adveras para que el niño pudiera llegar al mundo sano y acogido con amor. Quizás rezaban el salmo: «El Señor es mi pastor; ¿qué me puede faltar?» Y después dijeron: “transporte, seguridad, pañales, alojamiento, dinero…” De alguna manera lograron lo esencial, pero nada más. Quizás algún buen samaritano les ofreció alguna ayudita, al ver una pareja de jóvenes con un embarazo avanzado. Seguramente María contó estas cosas al niño Jesús cuando ya podía entender. Pudiera haber sido la inspiración por la parábola que Jesús contó a un fariseo sobre quién es mi prójimo.
San Pablo, en la carta a los Romanos presenta la venida de Jesús al mundo, como “un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado”. “Éste es el misterio que, por medio de los escritos proféticos y según el designio del Dios eterno, fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe.”
¿Por qué fue guardado en secreto este misterio? Primero, porque el mundo no estaba listo para semejante revelación. Fue necesario una larga preparación. La humanidad tenía que progresar, logrando un mínimo de civilización y cultura. La Sagrada Escritura que transmite la Palabra de Dios, y la memoria del pasado, supone el invento de la escritura misma, que fue un largo proceso, en diversos lugares y métodos, típicamente empezando con pictografía, como los petroglifos que descubrimos en diversos lugares. El sistema que tenemos actualmente, tan práctico con letras para componer las palabras, en tiempos del Rey David e incluso Jesús, solo tenía consonantes, y nada de vocales, ni signos de puntuación.
Y después, para que pudiéramos comprender el designio de Dios para la salvación, era necesaria un largo caminar. Dios eligió a un pueblo, humilde e impotente, y lo libra de la esclavitud. En esta experiencia revela muchas cosas. Primero, que Dios no está de acuerdo con que un pueblo esclavice a otro. Lamentablemente, hasta nuestro tiempo, muchos no han comprendido esto. Segundo, Dios reveló que no existen un montón de dioses; el Dios vivo y verdadero es uno solo y no se confunde con el sol y las fuerzas de la naturaleza.
En este proceso de revelación progresiva, Dios hace una alianza con el pueblo elegido, para caminar codo a codo. Y en este caminar, además de su especial relación con ellos, Dios va mostrando una verdad a la humanidad que es difícil aceptar, por su misma naturaleza. En la medida que se experimente la grandeza, la santidad, y la bondad de Dios; se pone de relieve la pequeñez, la infidelidad y la perversidad de la humanidad. Dios revela que somos pecadores, y que no es suficiente tener mandamientos, castigar pecados y enseñar el camino recto. Hace falta una redención, una salvación, una transformación de la humanidad como tal, y también de cada persona. Cuando finalmente llegó el momento propicio, Dios envió primero a Juan Bautista, para un último preparativo, proclamando un bautismo de arrepentimiento y exhortando: “Preparen el camino del Señor”.
Queridos hermanos, nos falta poco para celebrar la natividad de nuestro Señor Jesús, el Dios que se hace hombre y viene como niño, escapa de Herodes, para luego ser es crucificado por un mundo pecador. Preparemos su venida. Reconozcamos que no somos exentos de aquella pandemia que ha acompañado toda la historia humana; somos pecadores. Reconozcamos la triste verdad. Seamos arrepentidos y convertidos. Así podremos celebrar el gozo la venida del niño Jesús, que nos trae el remedio, que nos ofrece la Salvación.