Domingo 32 del Tiempo Ordinario – 8 de noviembre del 2020
Queridos hermanos,
“La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan.” ¿Será realimente así? Si la Sabiduría “se deja contemplar fácilmente” y “busca por todas partes a los que son dignos de ella”, como afirma la Palabra de Dios, ¿Por qué hay tanta estupidez en el mundo? Por ejemplo, a pesar de la abrumadora evidencia científica sobre el calentamiento global, estamos destruyendo el medio ambiente y con ello nuestra casa común; toleramos el narcotráfico que convierte a los jóvenes en zombis y corrompe a todas las instituciones; y en vez de luchar unidos para el bien común, quedamos cada vez más polarizados hasta entrar en la guerra. Y para el colmó, cuando Dios envió a su Hijo único, como Camino, Verdad y Vida, lo crucificamos.
Parece que ni aprendemos de la experiencia. Una caricatura en las redes decía: “Quienes ignoran la historia son condenados a repetirla”, y después: “Y quienes la conocen son impotentes mientras los ignorantes repitan las tragedias”.
Encontré por Wikipedia esta explicación: “El sesgo de confirmación o sesgo confirmatorio es la tendencia a favorecer, buscar, interpretar, y recordar, la información que confirma las propias creencias o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración a posibles alternativas.” En otras palabras, tenemos una tremenda capacidad para negar verdades obvias que no se conforman a nuestros prejuicios.
El Papa Francisco observa: “La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad. Pero hoy todo se puede producir, disimular, alterar. Esto hace que el encuentro directo con los límites de la realidad se vuelva intolerable. Como consecuencia, se opera un mecanismo de ‘selección’ y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me gusta de lo que no me gusta, lo atractivo de lo feo” (Fratelli Tutti 47).
Quienes saben explotar esto, fácilmente manipulan las masas, como cuando Hitler llevó el pueblo alemán a cometer el peor genocidio de la historia y a provocar la guerra más sangrienta. Es lo que se llama: populismo. Combina esto hoy con las redes sociales, y resulta que una falsa noticia alarmante tiene mayores probabilidades de volverse viral, que una sobria verdad que la desmiente.
Si la Sabiduría se deja encontrar fácilmente por los que la aman, por los que la buscan, por los que son dignos de ella, la conclusión ineludible y triste es que no la amamos, no la buscamos, y no somos dignos de ella.
“El comienzo de la sabiduría es adquirir sabiduría; con todo lo que posees, intenta conseguirla”, dice Proverbios 4,7. Y más conocido: “El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor” (Proverbios 1,7; 9,10 y Salmo 11,10). Jesús tenía otro término. En vez de enfocar la sabiduría, tan fácilmente confundida con la astucia tramposa, hablaba del Reino de Dios. “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino”. El reino de Dios es pues, la convivencia entre quienes comparten la sabiduría divina. Pero esta “perla de gran valor”, sigue siendo para muchos un “tesoro escondido”.
Lo que estamos viviendo, después de nuestras elecciones, con la entronización de oficialismo en Tiwanaku y el nuevo paro cívico de la oposición, en el Oriente, ¿nace de la sabiduría? Participa del Reino de Dios. ¿Siquiera nos asegurará el pan de cada día? ¿En algo nos libera del mal? O ¿simplemente refleja las astucias serpentinas de los que buscan imponer su versión venenosa de la realidad sobre los demás, provocando mayor división, desconfianza y dolor?
Dice el Papa Francisco: “Al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación humana. Se crea un nuevo estilo de vida donde uno construye lo que quiere tener delante, excluyendo todo aquello que no se pueda controlar o conocer superficial e instantáneamente. Esta dinámica, por su lógica intrínseca, impide la reflexión serena que podría llevarnos a una sabiduría común. Podemos buscar juntos la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o en la discusión apasionada. Es un camino perseverante, hecho también de silencios y de sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las personas y de los pueblos.” (FT 49-50).
Luego escribe: “Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. [ … ] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». Caminemos en esperanza. (FT 55).
Queridos hermanos, Esperanza es el aceite en la lámpara luminosa de la Sabiduría, que mantiene ardiendo nuestro compromiso como aliados de Dios y discípulos de Cristo. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia; dichosos los que trabajan por la paz. No dejemos apagar nuestras lámparas, tampoco convertirlas en bombas molotov. Que nadie se canse, que nadie se rinde, pero seamos prudentes, porque, si la buscamos, la sabiduría aparecerá en nuestros caminos, y nos guiará al Reino que anhelamos.