Esta semana, en mi labor ministerial de exequias me tocó en un mismo día, por increíble que parezca, hacer dos extremadamente contrastantes: una mujer de ¡100 años! Y la inmediatamente siguiente, un joven de escasos 16.
Vino a mi mente la frase de Baltasar Gracián: “la muerte para los mozos es naufragio, y para los viejos tomar puerto”, y es que, en nuestra cultura tendemos a buscarle un porqué a esta diferencia de lapsos de vida, y percibimos como injusta una vida que ha partido temprano.
La Biblia misma busca dar sentido y consuelo a una muerte temprana, en Sabiduría (4,7-20) dice: “El justo, aunque muera prematuramente, halla el descanso. La ancianidad venerable no es la de los muchos días ni se mide por el número de años; la verdadera canicie para el hombre es la prudencia, y la edad provecta, una vida inmaculada. Agradó a Dios y fue amado, y como vivía entre pecadores, fue trasladado.
Fue arrebatado para que la maldad no pervitiera su inteligencia o el engaño sedujera su alma; pues la fascinación del mal empaña el bien y los vaivenes de la concupiscencia corrompen el espíritu ingenuo. Alcanzando en breve la perfección, llenó largos años. Su alma era del agrado del Señor, por eso se apresuró a sacarle de entre la maldad. Lo ven las gentes y no comprenden, ni caen en cuenta que la gracia y la misericordia son para sus elegidos y su visita para sus santos.
El justo muerto condena a los impíos vivos, y la juventud pronto consumada, la larga ancianidad del inicuo. Ven la muerte del sabio, mas no comprenden los planes del Señor sobre él ni por qué le ha puesto en seguridad; lo ven y lo desprecian, pero el Señor se reirá de ellos. Después serán cadáveres despreciables, objeto de ultraje entre los muertos para siempre. Porque el Señor los quebrará lanzándolos de cabeza, sin habla, los sacudirá de sus cimientos; quedarán totalmentes asolados, sumidos en el dolor, y su recuerdo se perderá. -Al tiempo de dar cuenta de sus pecados irán acobardados, y sus iniquidades se les enfrentarán acusándoles”.
Para el cristiano no se trata de la cantidad de años vividos, sino de cuanta entrega a Dios se vivió en ellos. La parábola de los obreros de la viña (Mateo 20,1-16), en la que se llama a cada uno de ellos a diferentes horas del día, y al final se les da la misma paga (el Reino de los cielos) es prueba de ello. De nada vale una vida larga si es desperdiciada en las vanidades de este mundo. Una vida breve, bien vivida, es como esa flor hermosa que fue arrancada de un jardín por ser la más llamativa, mientras se deja a las otras seguir donde están. La mejor forma de encarar la muerte es concienciar para qué vivimos: una relación personal con Dios. El resto lo hara Él, ya que, viviendo en santidad, lo que menos haremos será temerle a la llegada de la muerte (“Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia” Filipenses 1,21). Dios con nosotros
Autor: Javier Gómez Graterol, religioso / periodista
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