“No sienta bien al necio vivir en delicias,
y menos al siervo dominar a los príncipes”
(Proverbios 19,10).
Uno de los problemas de la sociedad actual es que intenta corregir por leyes, bastante punitivas, por cierto, consecuencias de conductas humanas sin ir realmente a las causas del problema.
Tenemos entonces que la estrategia que está siendo promovida, principalmente por los grupos de izquierda para llegar y mantenerse en el poder, es: poner un garrote en manos de minorías, exacerbar sus ánimos, y utilizarlos como banderas políticas sin hacer un cambio real y verdadero, que ataque la raíz del problema. En manos de la izquierda, y de cada uno de sus derivados monstruosos, estamos perdiendo libertades. La primera forma de comprobarlo es que la mayoría de las leyes punitivas, de empoderamiento a estos grupos, cuyos conflictos se han ideologizado, son inconsultas en su aplicación. Y cuando una ley no le conviene a la izquierda, es injusta y debe ser combatida. Cuando sí, pues la ley es la ley, y hay que respetarla, punto.
A consecuencia de no atacar realmente la raíz del problema y la injusticia que hay de fondo, muchos de estos grupos utilizan estas leyes más como coacción que como búsqueda de justicia: mujeres que acusan falsamente a hombres de algo solo por venganza; miembros del grupo LGBTQ++ que acusan de homófobos a cualquiera para crearle problemas e intimidar en locales y apersonas (véase el caso más reciente, de la deportista venezolana Stefany Hernández en Narciso Bar, por ejemplo); grupos de “pobres” latinoamericanos que se sintieron con derecho a robar e invadir propiedades y casas, cuando un loco de turno en el poder los empoderó, y así sucesivamente.
Se supone que entre las fuentes del derecho están: razón, costumbre, consenso, y leyes, y que estas últimas son creadas para bienestar de todos y exigen respeto ético para que puedan mejorar la vida de todos.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos tiene entre sus principios el del respeto, protección a las minorías, y el otorgamiento del derecho a ser escuchadas y tratadas con respeto.
Las leyes de la actualidad parecen ignorar que deben plegarse a esta Declaración Universal y ser diseñadas con perversas intenciones de fondo, para desmoralizar, atomizar y hacer daño a la sociedad en la que se aplican.
Como cristanos nos toca dura la tarea: orar incansablemente por nuestras autoridades; votar por los candidatos que apoyen principios cristianos; protestar las leyes injustas; y la más difíciles: crear condiciones de justicia para todos; asumir las consecuencias de la oposición a un sistema que nos coarta cada vez más, tal y como hicieron los cristianos del pasado, los cuales, con su testimonio y obras, nos dejaron la civilización forjada en los valores judeocristianos que tenemos hoy. Civilización a la cual la peste comunista se opone, y pretende erradicar. Dios con nosotros.
Autor: Javier Gómez Graterol, religioso / periodista
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