Santa Cruz

Homilía de Mons. Robert Flock – Domingo 24 del Tiempo Ordinario – 13 de septiembre de 2020

“Setenta veces siete”

Queridos hermanos,

Jesús enseñaba a través de parábolas con una sorprendente originalidad; las historias que cuenta nos invitan a asumir un nuevo punto de vista sobre la vida, que a su vez provocar la conversión. Una antigua sabiduría dice que mejor no juzgar al otro mientras no camine una milla en sus zapatos. Por medio de las parábolas, Jesús nos da esta oportunidad. Se supone que son historias inventadas por Jesús y que no son necesariamente hechos reales, aunque sean tomadas de situaciones que Jesús había observado durante su vida, por cierto, contienen mucha verdad desde el punto de vista de Dios. Y aunque nosotros vivimos en un mundo muy cambiado desde el tiempo de Jesús, no es difícil imaginar lo que describe.

Así es la parábola que escuchamos hoy de los dos deudores. El primero tiene una deuda inmensa: 10 mil talentos, dice Jesús. En aquel entonces un talento equivalía a 34 kilos de oro y 6 mil denarios. La deuda del segundo era 100 denarios, un denario era el sueldo de un día. Significa que la deuda ante el rey era 60 millones de denarios. (De repente este funcionario estaba a cargo del fondo indígena).

Imagínese como se sentiría al escuchar la sentencia del Rey. “Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.” Quedarse esclavizado por deudas no era nada inusual en tiempos romanos. Y siendo vendida de toda la familia, probablemente terminan separados con amos diversos, quizás crueles. Nadie podría reclamar derechos humanos en aquel entonces.

El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: «Dame un plazo y te pagaré todo». El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.” Esta parte de la parábola es quizás difícil creer. El rey se compadeció y le perdonó todo. Suerte que no era un narcotraficante, lo habría matado, con toda su familia. Lo que hace creíble, es el hecho de que lo cuenta Jesús; ¡cuántas veces dice el Evangelio que, frente a la miseria de la gente, sintió compasión! En realidad, como nos damos cuenta, la compasión de Jesús está en sintonía con Dios Padre celestial, el verdadero Rey de esta parábola.

Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: «Págame lo que me debes».” Parece que, en vez sentir un alivio por absolverse su propia e inmensa deuda, se sintió humillado y enfurecido. No es capaz de escuchar en la súplica de este compañero su propia voz minutos antes rogándole al rey con las mismas palabras. Lo mete en la cárcel. Felizmente la historia no terminó allí. Al fin de cuentas llegó la justicia divina.

Jesús terminó la parábola, con una advertencia, una amenaza: “Indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”. En la doctrina de la Iglesia, esto se llama “purgatorio”.

Según el catecismo de la Iglesia Católica: “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. (1030-1031). Luego explica que nuestra oración por los difuntos es parte de este “fuego purificador”.

De todas maneras, la preocupación de Jesús cómo ablandar los corazones llenos de resentimiento y rencor, que claman justicia. Por cierto, las injusticias dejan heridas; la impunidad las empeora. Pero los ajustes de cuenta las empeora también, y llevan los pueblos y naciones a la guerra. Las deudas aumentan hasta que es imposible pagarlas, como es imposible devolver una vida quitada.

Hace un par de semanas estuve en San Matías celebrando una Misa para las familias y la comunidad de los 4 bolivianos torturados y asesinados por la policía brasilera. Vino un sacerdote de Brasil con una comisión de Derechos Humanos; quieren investigar y esclarecer la verdad de los hechos. Yo después envié una carta a la Presidenta Jeanine Añez, pidiendo que presione a Brasil para aclarar todo, no tanto para castigos, sin para que no vuelva a suceder y para asegurar la amistad entre naciones vecinas.

Esta mañana las noticias cuentan que, en Las Petas, donde otras 4 personas fueron asesinadas, los comunarios agarraron al supuesto autor, alias “el Paraguayo”; lo mataron a tiros y quemaron su cuerpo en la vía pública. El Deber lo calificó de “justicia comunitaria”.  Les digo que no existe justicia comunitaria; este concepto masista no es más que venganza comunitaria, y da la impresión que en vez de esclarecer los hechos quieren encubrir el narcotráfico como hacen en Ivergarzama, capital mundial de linchamientos. “Justicia comunitaria” es gritar “crucifícalo” para matar a Jesucristo.

Todos desconfiamos de la “justicia boliviana” tan carcomida como es, pero un mal nunca justifica otra. Tenemos que luchar por la verdadera justicia, como también por nuestra salvación delante de Dios, de quien no se puede esconder la verdad.

En Bolivia, cada grupo que reclama justicia sale a bloquear caminos y últimamente a secuestrar autoridades. Somos como el primer deudor de la parábola, apretando el cuello del segundo, gritando: “paga lo que debes”. Pero agarran el cuello de cualquier, como quien secuestra a un niño para sacar la recompensa de sus padres.

Yo creo que siempre hace falta esclarecer las deudas, aunque muchas veces son imposibles de pagar. Siempre conviene saber la verdad de las cosas. ¿Qué realmente pasó en Eurocronos? No para castigar a un chivo expiatorio, sino para promover un policía más profesional y más honrado. Debemos saber la verdad completa del Octubre Negro, de Chaparina, del Porvenir, y tantas otras situaciones; para aclarar las responsabilidades y para tomar responsabilidad a que no se repitan.

Es cómo el holocausto de la segunda guerra mundial y el holocausto del aborto provocado. Nadie puede pagar estas deudas; son millones de vidas robadas. Pero tenemos que saber cuanto vale nuestra absolución. Tenemos que comprender el costo de la reconciliación, que no es nada barato. Tenemos que comprometernos con la justicia y la verdad. Y necesitamos siempre ver estas realidades, no solamente con el punto de vista personal o siquiera de las víctimas. Necesitamos el punto de vista de Dios, clemente y misericordioso.

Jesús dijo: “Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos.” Irónicamente, fue Jesús que fue entregado a los verdugos para para una deuda que no fue suya. Fue Jesús quien fue encarcelado, azotado y crucificado. Y fue Jesús, agonizando en la cruz, quien perdonó de corazón a sus hermanos, a toda la humanidad. En su cruz, vemos nuestra infinita deuda al Rey, imposible de pagar. Pero también la vemos cancelado por Jesús.