Domingo 29 de Tiempo Ordinario – 18 de octubre 2020
“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”
Queridos hermanos,
Quiero en primer lugar felicitarles por su presencia hoy en la Santa Misa, o por acompañarnos por los medios de comunicación; significa que están cumpliendo con su principal y más importante obligación el día de hoy. Pues hoy es “Día del Señor”. Jesús insiste en el Evangelio: “Dar a Dios lo que es de Dios”. A Dios le debemos nuestro amor de todo corazón y alma, también le debemos nuestra obediencia a todos sus mandamientos y por consiguiente en el domingo le debemos un Culto en Espíritu y Verdad (Jn 4,23), que para los católicos solamente se da por medio de la Eucaristía, donde con la ayuda del Espíritu Santo y unido a Cristo, Camino, Verdad y Vida, ofrecemos el santo sacrificio agradable a Dios Padre. “Yo soy el Señor, y no hay otro”, insiste en nuestra primera lectura.
El segundo deber hoy es, para los mayores de edad, la participación en las elecciones nacionales que, según la Constitución Política del Estado vigente, comprende: “El sufragio, mediante voto igual, universal, directo, individual, secreto, libre y obligatorio, escrutado públicamente. … a partir de los dieciocho años cumplidos.” La obediencia a nuestra constitución, con todos sus defectos y contradicciones, como a las demás leyes, está contemplado en el otro lado de la moneda que Jesús nos presentó en el Evangelio de hoy: “Den al César lo del César”. En cambio, la moneda que los fariseos presentaron a Jesús, un denario con la imagen e inscripción del emperador, sirvió para ilustrar que esta obediencia al César está subordinada a la obediencia a Dios.
Irónicamente, la Diócesis de San Ignacio alquila unos ambientes del palacio episcopal al Servicio de Impuestos Nacionales. Nosotros les pagamos impuestos y ellos nos pagan alquiler, y hasta ahora tenemos una buena convivencia, excepto por el problema de motos que arruinan el césped allí y que a veces bloquean mi garaje. Aunque la abreviación “SIN”, en inglés significa pecado, nuestra relación comercial obedece ambas partes de este dicho de Jesús. Al César, pues, le corresponden los impuestos, pero es Dios quien avala su autoridad, aun cuando este lo desconoce, como fue el caso de Ciro, emperador de Persia, cinco siglos antes de Cristo: “Te di un título insigne, sin que tú me conocieras”.
Sorpresivamente, Ciro es calificado por el Profeta Isaías como el “ungido” de Yavé. Traducido de otra manera, es el “Mesías” o el “Cristo”. Es el título del Rey David, 500 años antes, y de Jesu-Cristo, 500 años después. Empezando en Persia, Ciro conquistó todo el Medio Oriente con excepción de Egipto. Y luego permitió a los Israelitas, exiliados en Babilonia retornar a la tierra prometida y ayudó a financiar la reconstrucción del Templo en Jerusalén, pidiendo que oren por él.
Como sabemos, Jesús fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato. Según San Juan, en su juicio, Jesús le dijo que “Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto” (19,11). Se refiere, por un lado, a la autoridad del César sobre Pilato y, por otro lado, a la autoridad de Dios que está por encima de cualquier dominación, poder o señorío.
Obviamente, Jesús reconocía la autoridad del César para gobernar su imperio. Pero relega todo esto a un plano inferior. Para apreciarlo bien, hay que recordar que los emperadores de Roma, como muchos soberanos de la antigüedad, fueron presentados como divinidades para el culto oficial. Pero ninguna autoridad terrenal merece culto. Al contrario, tienen una obligación, mayor que los demás, de reconocer y obedecer al Dios único, vivo y verdadero, porque los ciudadanos son en primer lugar hijos e hijas de Creador. El hecho de declararse un “Estado Laical”, creyente o ateísta, no cambia esto. Los ciudadanos y la historia juzgarán a los gobernantes a su manera limitada e imperfecta, y Dios lo hará también con justicia y misericordia, sin que se le escape ningún detalle de la verdad.
Hoy vivimos en democracia. La idea es que el pueblo gobierne a si mismo a través de representantes. Entonces, el elegido no es el soberano, sino el pueblo. Esto se basa en el concepto de derechos y obligaciones que son los mismos para todos en un Estado de Derecho. Desde un punto de vista cristiana, se basa en la igual dignidad que tenemos todos delante de Dios. No vamos a ungir con óleo a quienes elegimos para el gobierno nacional, departamental y municipal, como en tiempos del Rey David, o Ciro de Persia, porque nosotros mismos hemos sido ungidos con el Santo Crisma en nuestro bautismo y confirmación.
Evidentemente una auténtica democracia requiere que la ciudadanía tenga un alto nivel de formación e información. También requiere la separación de poderes y el respeto a la constitución y leyes, en primer lugar, por los elegidos. Como bien sabemos en Bolivia, no es siempre el caso. Sin embargo, como una amiga misionera me comentó, al recordar que hemos tenido un récord mundial de golpes de estado, en Bolivia botamos (con “B” grande) a los dictadores.
Naturalmente, nuestra democracia irá mejorando en la medida que nos maduramos como ciudadanos, y más aún si nos maduramos como discípulos de Cristo. Educación e información de por sí, nos empoderan. Pero no aseguran un ejercicio de poder justo a favor de bien común. Al igual que bombas y balas, pueden ser convertido en armas para manipular y esclavizar, de manera maquiavélica. En cambio, al ser ungidos por el Espíritu Santo, y unidos a Cristo, Camino, Verdad y Vida, votantes y votados, avancemos el Reino de Dios y, por consiguiente, el progreso y la dignidad de todo el pueblo. Es precisamente cuando sabemos “Dar a Dios lo de Dios”, que también sabemos “Dar a César lo del César”, y finalmente César sabrá lo que tiene que devolver a nosotros y a Dios.