Dicen que Santo Tomás apóstol buscó mucho el cuerpo de Jesús y se entristeció pensando por qué amándolo como lo amó, el maestro se mostró primero ante una mujer pecadora, después de todo él era un discípulo y había acompañado al maestro durante tres años. En esa oscuridad que no lo dejaba salir del sepulcro, guardó los clavos del crucificado como prueba tangible de su muerte y en ese desasosiego expreso a viva voz la frase que lo hizo famoso:
“ si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su costado, no creeré”
Y cuando por fin lo vio, Jesús le dijo: «Tomás, has creído porque me has visto. Bienaventurados los que no vieron y creyeron.» Jn.20,20 el apóstol dejó de temer y aprendió una gran lección:
Ahora nuestra esperanza es mayor que nuestro miedo. Tomamos una semilla y la plantamos ahí escondida, esa vida crece al interior de la tierra, aunque no la veamos, luego brotará, florecerá y dará frutos. No debemos creer únicamente en lo que vemos porque las cosas visibles duran apenas un instante, mientras que lo que estamos por ver durará para siempre.