En 1986 fui invitado a dictar un semestre de clases en la Universidad Centro Americana (UCA) de El Salvador. Una tarde visité con Jon Sobrino el hospital de la Divina Providencia donde vivía y fue asesinado Mons. Romero. Una religiosa del hospital nos acompañó en la vista y nos dijo que en la noche del sábado 22 al domingo 23 de marzo de 1980 ella vio la luz prendida en la casita de Monseñor. Fue a verle para saber si le pasaba algo y Romero le dijo que estaba bien, pero que estaba preparando una homilía muy importante para el día siguiente.
El domingo 23 de marzo Romero tuvo una homilía profética en la que dirigiéndose a los militares y a los soldados les suplicó, les rogó, les ordenó en nombre de Dios y del sufrido pueblo salvadoreño cuyos lamentos suben hasta al cielo, que cesase la represión:”Cese la represión”.
Estas palabras que liberaba a los soldados de obedecer a sus jefes fue la gota de agua que colmó la indignación de los poderosos. Al día siguiente, lunes 24 de marzo, Mons. Romero fue asesinado mientras celebraba la eucaristía en la capilla del hospital.
El asesinato de Romero no es algo aislado sino que forma parte de la nube de testigos (Hebreos 12,1) que en estos años han muerto por la fe y la justicia en América Latina. Muchos de sus nombres nos son conocidos: obispos como Angelleli y Gerardi, sacerdotes como Rutilio Grande, Luis Espinal e Ignacio Ellacuría, religiosas como Ita Ford, Alice Dumon y Dorothy Stang, laicos como Chico Mendes y el matrimonio Barreda, pero existen miles de campesinos, indígenas, mujeres y niños anónimos, verdaderos santos inocentes muertos por los que se llamaban “defensores de la Civilización Cristiana Occidental”…
La beatificación de Mons Romero confirma que Romero tenía razón, que la línea pastoral de América Latina desde Medellín a Aparecida es evangélica, que la opción por los pobres e indígenas de obispos como Romero, Proaño, Samuel Ruiz, Arns, Casaldáliga, Larraín, Silva Henríquez, Mendes de Almeida, Méndez Arceo, Pironio, Jorge Manrique, Landázuri… ha sido en seguimiento de Jesús, que la teología de la liberación no nació de la KGB marxista rusa sino del contacto con los pobres desde la fe en Jesús.
Esta es la línea pastoral del Papa Francisco: estos mártires huelen a oveja, a pueblo, son expresión de una Iglesia que ha sufrido por salir a la calle, forman parte de la Iglesia de los pobres y para los pobres, difunden el olor y la alegría del evangelio.
Y esta beatificación en la vigilia de Pentecostés tiene un profundo significado: el Espíritu del Señor sigue presente en la Iglesia, llena la creación y actúa ordinariamente desde abajo, desde El Salvador, el país más pequeño de Centro América, desde un hombre sencillo, conservador y tímido que se llamaba Oscar Arnulfo Romero.