Domingo tras domingo escuchamos la Palabra de Dios y nos alimentamos a través de ella. Este domingo, empezando por la primera lectura, tomada de Ezequiel 18,25–28 y, el salmo, nos enseña que no basta la intención, decir cosas, hay que hacer lo que se dice, es necesario cumplir con la palabra.
El evangelio de hoy está tomado de Mateo capitulo 21,28-32 y al pronunciar sus palabras Cristo tiene delante a personas muy insignes del pueblo, bien orgullosas de su pertenencia al pueblo elegido. Acaba Jesús de expulsar a los mercaderes del Templo y ha pronunciado la maldición sobre la higuera.
Jesús propone esta parábola para echar en cara la hipocresía que estaba perjudicando sus vidas. Aquel hijo que dijo a su padre que iría a la viña no fue y el que dijo no, luego fue. Es en este campo donde Cristo contrapone a los pecadores y a las prostitutas que tienen mala fama, pero que arrepentidos, han sabido acogerse a la predicación de Jesús.
En la primera lectura encontramos una actitud revolucionaria del profeta Ezequiel que tardó mucho en ser aceptada por el pueblo de Israel. El pecado sólo recaerá sobre el que lo cometa. Quien quiera que se arrepienta del mal hecho y viva la justicia y el derecho, salvará su vida. El arrepentimiento, el cambio de vida, es algo personal, no dependerá de lo que hayan hecho los antepasados. Para Dios, el hombre no es tanto lo que fue, sino lo que es. No es tan importante de donde venimos sino cuanto queremos ser.
No hay duda que la Palabra de Dios nos invita muchas veces a valorar el aspecto comunitario y social de nuestros actos. Pero en este domingo está resaltando la respuesta personal, la responsabilidad de cada uno.
Hay en nuestro ambiente una actitud muy frecuente de culpar de nuestros males a los antepasados o a la comunidad o sociedad en que se desenvuelve nuestra vida. Es fácil echar la culpa a los otros, a los que nos rodean, a las estructuras. Esto puede ser un gran mal, pues nos quita la libertad hasta el punto de poder decir que no tenemos culpa en lo que hacemos. Hay que ser conscientes que cada uno decide ante Dios.
La Parábola muy sencilla del evangelio de hoy nos invita a hacer memoria de un antiguo adagio: “obras son amores y no lindas razones”. Como en el caso del hijo pródigo, el evangelio comienza diciendo un hombre tenia dos hijos. Ni uno ni otro son modelos de buenos hijos.
Jesús se dirige a los fariseos que rápidamente dijeron “si” a la palabra del Bautista –no pocos recibieron el bautismo–, pero no obedecieron. No acogieron la palabra de Juan, ni tampoco la de Jesús.
Pero, cuidado, lo que Jesús dijo y habló a los fariseos, lo habla también para nosotros, si tenemos las mismas actitudes que ellos. Pues es fácil cuando estamos en el templo, alabar a Dios, cantar aleluyas, contestar “amén”. Pero luego, no hacer caso a la Palabra de Dios en el vivir diario.
Lo hermoso y correcto sería decir: voy, Padre, a trabajar a la viña e ir de inmediato. Lo que cuenta es lo que hacemos, no tanto lo que decimos, Jesús dice en su evangelio: “No todo el que dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21), y también, “el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50).
El que dijo “no” representa a tantos cristianos y cristianas que también hoy pueden sentir momentos de rebeldía; rebeldía contra los papás o mamás, rebeldía contra los pastores de la Iglesia o también contra Dios mismo. Los que dicen “si” son a veces consecuentes o intentan serlo, pero puede ser que sea un sí superficial, sin personalidad. O también que estén por dentro diciendo “no”.
Concluye hoy el mes de la Biblia, este domingo es la Jornada Nacional de la Biblia. No basta celebrar la Palabra de Dios, hay que cumplirla. Hemos reflexionado durante este mes sobre las Sagradas Escrituras. Venimos reflexionando desde 2007, cuando fue celebrada la Asamblea de Aparecida, en la necesidad de ser discípulos misioneros. El tema de este mes está basado en las palabras del evangelista Juan: “discípulo es aquel que está en comunión de vida y misión con Jesús”, partiendo de estas palabras, “permanezcan en mi amor; como yo permanezco en ustedes” (Jn 15,4). Permanecer en Cristo es practicar o vivir la Palabra de Jesucristo.
Jesús Pérez Rodríguez
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 25 de septiembre de 2011