El domingo se vivió el Segundo Domingo de Pascua y la celebración de la Divina Misericordia, fiesta que se marca profundamente en los fieles de la Iglesia presente en Cochabamba.
Durante la homilìa dominical, Mons. Aparicio expresó algunos aspectos particulares de este domingo. Se refirió además a cómo el Señor se hace presente y nos habla para no tener miedo ni dudas frente a los sufrimientos del mundo, sufrimientos que entre nosotros los hemos puesto. Pidió dejarnos llevar por el Señor, por la seguridad que nos muestra y el don de la vida que nos regala.
Homilía Monseñor Oscar Aparicio Arzobispo de la Arquidiócesis de Cochabamba
Segundo Domingo de Pascua y la celebración de la Divina Misericordia
Catedral Metropolitana de San Sebastián
Muy amados hermanos y hermanas, el tiempo pasa así de corrido. Muchas veces tenemos la expresión de decir que el tiempo vuela, los días vuelan, y es verdad, vivimos en una situación tan acelerada que estamos ya en el II Domingo de Pascua.
Un domingo caracterizado también en el pasado, llamado así como el domingo In Albis. Domingo donde los que habían recibido el bautismo en el día de la vigilia pascual, que habían sido revestidos con una túnica blanca; en este domingo más bien, quitaban la túnica. Ya como si hubieran sido realmente revestidos. Permanecía toda la octava de pascua, con esta vestimenta para decir que son creaturas nuevas.
Es un domingo caracterizado por aquello, pero también hace algunos años atrás, por Juan Pablo II, hoy San Juan Pablo II, se instaura el día de la Divina Misericordia, de esta devoción. Un domingo también, caracterizado, no solo en la resurrección, si no que este amor profundo de Dios, esta misericordia de Dios, plasmada en el rostro de Cristo o el rostro del amor y de la misericordia de Dios Padre; reflejada en Cristo que se manifiesta, también reflejado en medio nuestro.
Es una jornada entonces muy particular. Hemos escuchado la Palabra de Dios, somos testigos de la resurrección que el Señor nos ha traído. Somos de aquellos que deberíamos transmitir este gozo, esta alegría, esta experiencia profunda de gozo que nos ha traído la misericordia de Dios, el amor de Dios la resurrección de Dios. Queremos anunciar también al mundo entero.
Pero por otro lado también nos encontramos con este texto. Cierto que son muchos los textos que esta semana hemos escuchado sobre la aparición de Jesús como el resucitado. Como Aquel que comparte la vida con nosotros, Aquel que vuelve a comer entre nosotros, Aquel del que escuchamos su Palabra, Aquel que anuncia la esperanza, que vuelve a manifestar su amor y su perdón. O Aquel que definitivamente se hace cercano a los más pobres, a los más frágiles a los pecadores. O Aquel que hoy desea la paz, o Aquel que infunde su espíritu.
Sin embargo vimos también al inicio del evangelio de hoy, que los discípulos están de miedo. Y este miedo y estas dudas permanecerán también en Tomás, en uno de sus apóstoles. Hermanos, pienso en nuestros propios miedos. Pienso en nuestros temores, en aquello que nos hace encerrar en nosotros mismos. En aquello que nos hace entrar en dudas.
De hecho esta pascua 2017 caracterizada ciertamente por el gran anuncio del Cristo resucitado, sin embargo también en un mundo excesivamente conflictivo; de anuncios de guerras, de desencuentros y guerras fratricidas entre hermanos. De la maldad de los hombres penetrada pero a fondo. De sufrimiento serio de inocentes, de ataques hacia la vida de los seres humanos, y de la naturaleza. De la misma creación. Proyectos de leyes que van también justamente en lo más profundo de los seres humanos, a cortar su propia libertad o la capacidad de expresarse, o de decir lo que uno piensa. Caracterizada de situaciones difíciles de pueblo. Por ejemplo en nuestro continente en una situación de un pueblo sufriente enormemente y gravemente herido, como el caso de Venezuela.
Caracterizada por muerte de inocentes. En esta Pascua, estamos hablando de hoy. Nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras desesperanzas. Nuestro rechazo también a la vida y a Jesus resucitado. La situación de los apóstoles es probablemente la situación nuestra. Aquellos que definitivamente y del todo no creen.
Hoy el Señor irrumpe en nuestra historia, irrumpe en nuestras casas y dice: la paz con ustedes. Y lo dice reiterativamente, en el texto de hoy lo dice tres veces. Es una paz que viene de Dios, que viene del resucitado. Es esta serena paz en la cual nosotros también hemos experimentado en la resurrección del Señor.
Entonces en la resurrección nuestra. La profunda certeza de saber que caminamos en este mundo a pasos seguros, si elegimos estar de parte de Dios. Es esta paz que nos da la capacidad de enfrentar las adversidades. Es esta paz que nos ayuda a enfrentar la situación de falta salud. O es esta paz que nos ayuda a enfrentar nuestras debilidades la fragilidad humana. Hermanos míos que frágil es el ser humano. Que frágiles somos nosotros, que débiles somos nosotros.
Por más que hoy pretendamos nosotros que el poder es lo más fantástico lo mejor que puede haber, al fin y al cabo imperios se caen. Por más que hemos inventado la bomba atómica, esto no nos lleva lejos. La fragilidad del ser humano es real y verdadera y el mal presente en este mundo es verdadero. Esta paz es la que el Señor nos está anunciando. La paz, la serena certeza de saber, que somos amados por Dios. Que nos podemos, entre nosotros, ayudar. Que nos podemos mirar cara a cara entre hermanos. Que es posible el perdón y la reconciliación. Es posible vivir en este mundo con frutos de la resurrección de Dios entre nosotros. Frente al mundos divididos dispersos, como el nuestro aquí en Cochabamba.
Si nos anuncia también hoy: la paz este con ustedes. Es esta paz del resucitado. La paz que nos da fortaleza para cuidar este mundo. La paz que nos da fortaleza para cuidar la vida en todas sus circunstancias. Porque el ser humano, hermanos, es creado por Dios, viene de Dios y a Dios retorna. Estamos en manos de Dios. Y el ser humano existe desde su concepción hasta su muerte natural en este mundo. Pero esta llamado también hacia la eternidad. La paz este con ustedes. Que esta paz, esta profunda certeza que el Señor nos acompaña camina con nosotros nos da certidumbre, nos da seguridad. No estamos huérfanos. Es el resucitado que va delante de nosotros. O como se nos anunciaba el domingo de gloria, vayan y anuncian a sus hermanos que yo los espero en Galilea. Que nos encontraremos con el Señor. Esto queremos anunciar a los demás.
Bien hermanos que hermoso refuerzo nos da el Señor, aquellos que están en la duda. Aquellos que están con el miedo, con las frustraciones, con la soledad, con el vacío profundo, con el dolor y la rabia también y una situación de decir: como este mundo no puede cambiar. Parece que más bien vence la maldad de los hombres y no la vida que Dios nos anuncia. Si estamos en esta situación, acojamos este saludo, la paz del Señor, la presencia suya. O que nos diga como Tomás, ve mis manos, ve mi costado, aquí estoy. Que esta experiencia real del Resucitado, a nosotros también no solo que nos consuele, si no que nos abra el horizonte a esta vida del Señor. Felices aquellos que sin haber visto creen. Se refiere a nosotros hermanos míos. Felices ustedes si creen en este Señor resucitado y en este anuncio. Y como decía en el anterior domingo o en el anterior sábado en la vigilia pascual, que la victoria del Señor se haga, se manifieste en este mundo, pese a la maldad de los hombres. Amen.