Sucre

MONS. JESÚS PÉREZ: ¿QUIÉN LO ENTIENDE?

El domingo pasado admiraba Jesús la fe de la mujer cananea y nos enseñaba que todo el que cree en Cristo y lo sigue dócilmente pertenece al nuevo pueblo de Dios, es parte de la Iglesia. Cristiano es el discípulo de Jesús que profesa su ley, su amor y le sigue.

El pasaje de este domingo del evangelista Mateo 16,13-20, junto a las dos lecturas de Isaías 22,19-23 y Romanos 11,33-36, es muy importante para el nacimiento de aquella primera comunidad cristiana, la Iglesia.

Es sumamente importante tener los principios claros de nuestra fe cristiano católica. Por ahí oigo a veces, “en algo hay que creer”. Así mismo, “lo importante es tener fe en algo…”. Estas afirmaciones y otras parecidas parecen minimizar la importancia de las diferencias doctrinales sólidas entre las distintas iglesias o religiones.

Es sin duda importante tener fe, ¿pero será verdad que solo importa creer y no lo que se cree? ¿Puede ser igual tener como madre a la que me dio a luz u otra mujer? Mi madre es única. No es igual otra mujer. La madre siempre será única y no puede dudar de ella. La amo y la amaré solo a ella como madre.

Está  claro que el domingo pasado se nos presentaba la llamada universal. Este domingo se previene, aunque no nos guste, que si bien Jesucristo es para todos, hay que entrar al rebaño de Cristo por la puerta correspondiente. Las puertas del Reino de Dios tienen unas llaves muy concretas, las llaves han sido dadas a Pedro, y después de Pedro a sus sucesores.

Al acto de fe de Pedro, Cristo le alaba y le anuncia su misión que, ha pensado para la primera iglesia. Vemos también como en otras ocasiones le dice: “Les haré pescadores de hombres” (Mt 4,19), o bien, le encomienda que “apaciente sus ovejas” (Jn 21,16).

El evangelio de hoy, estemos de acuerdo o no, emplea dos imágenes: “Pedro será la piedra” (Mt 16,18) sobre la que edifica la Iglesia, y por otro lado, le dará “las llaves del Reino” (Mt 16,19), o sea, de la comunidad cristiana, de la Iglesia.

En este evangelio no se encuentran argumentos para las diversas formas de ejercer el “primado” de Pedro y de sus sucesores, pero sí que aparece como Jesús, que es la piedra angular, la Roca auténtica, y el que posee por título las llaves del Reino de los cielos, se ha querido servir de personas humanas, limitadas y débiles, como es el caso de Pedro, de los otros apóstoles, para edificar su Iglesia.

No todas las religiones son iguales, por más que en todas haya el sincero intento de agradar a Dios. Cristo confió a su Iglesia un mayordomo. Así como por voluntad propia designó al pueblo de Israel y no a otro pueblo, la designación de Pedro es una decisión indiscutible. Dios llamó a través de Jesucristo a quién quiso y, cuando lo creyó conveniente.

La exclamación de Pablo alabando a Dios, su sabiduría insondable, nos recuerda hoy a nosotros que no podemos entender los planes de Dios. Dios es insondable, no le podemos abarcar ni encerrar en nuestros programas y ordenadores. La persona humana es limitadísima y, Dios, es el “todo Otro”. Dios está lleno de sorpresas y nos cuestiona siempre.

La única solución a tantos interrogantes, cuestionamientos y dudas que cada cual, desde su razonamiento, pueda tener, es como para el apóstol Pablo, el silencio, la alabanza, la admiración, la adoración ante su voluntad y designios. Por ello, con profunda fe y convicción debemos prorrumpir, “gloria Dios en el cielo”, “Santo es el Señor, Dios del universo” y “llenos están los cielos y la tierra de tu gloria”.

Pedro, como el Papa Benedicto XVI, no fue elegido por su inteligencia ni por su creatividad, ni por su impecabilidad, ni por otra cualidad de las que se considere indispensable para cumplir su misión. Pedro fue elegido y ungido por razón de su fe en el Hijo de Dios. Pedro no es que haya estudiado mucha teología, sino que el Padre se lo ha revelado. Dios elige a los que quiere.

Las personas siguen hoy, como en tiempos de Jesús, preguntándose ¿quién es este hombre? ¿Quién es Jesús de Nazaret? También se siguen dando respuestas diferentes. La respuesta acertada es la de Pedro. Por ello, a Dios no se le entiende, a Dios se le acepta como nos lo ha revelado su Hijo. A Dios y a Cristo su enviado se le acepta. A Cristo o se le acepta como a Dios, o no somos cristianos. El seguimiento de Cristo siempre estará lleno de misterios.
 
 

Jesús Pérez Rodríguez O.F.M.