Sucre

MONS. JESÚS PÉREZ: LO QUE PUEDE CAMBIAR EL MUNDO

El tema de este domingo, el perdón, está estrechamente relacionado con el de la corrección fraterna, sobre el cual reflexionamos el domingo pasado. Uno y otro tema o exigencia de los discípulos de Jesús no se entienden y, menos se pueden vivir, sin el amor.

Estas dos exigencias de la vida cristiana, podríamos decir que, son de las más difíciles que nos ha encargado Jesucristo. El supo vivir lo que enseñaba: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), dijo orando a su Padre.
Hoy Jesucristo quiere que practiquemos una gran amnistía a todas las personas que de una u otra forma nos han ofendido, o engañado. Quiere que ofrezcamos a los demás un perdón incondicional y lleno de ternura, como el mismo perdón que nos da, cuando nos acercamos arrepentidos al sacramento de la reconciliación o perdón.

La palabra amnistía viene de amnesia, que significa “olvido”. Pero no es posible imponer el olvido a nuestros sentimientos heridos. Ahora bien, lo que Dios nos está pidiendo no exige necesariamente el olvido de los agravios.

Sin duda alguna que, el perdón sería más fácil si hubiera olvido, como también sería más fácil no pecar, si no hubiera tentación. Dios no nos exige que olvidemos las ofensas que nos han hecho, como tampoco no nos pide que, seamos inmunes a la tentación. Lo que el Señor quiere es que por encima de todo mal que nos hayan hecho, sigamos aunando a los que nos han hecho el mal o dejado de hacernos el bien que podían realizar.

Cristo nos invita a mirar a Dios que es Padre de todos. Pues Dios tiene un corazón misericordioso, el cual se ha manifestado principalmente en Jesucristo. Dios perdona siempre, perdona al hijo pródigo, busca la oveja perdida, es el Pastor. Jesús aparece con un corazón misericordioso que llama a todos y por todos muere en la cruz.

Es la firme convicción del amor infinitamente misericordioso, que ha aparecido en la persona del Hijo de Dios, Jesús, la que puede infundir en nuestros corazones la confianza en los momentos más difíciles en que hay que perdonar. Como también para acercarnos a orar o celebrar el sacramento del perdón.

Amar es perdonar. Antes de rezar con amor a Dios Padre, la oración enseñada por Jesús, el Padre nuestro, convendría asegurarnos  que, efectivamente estamos perdonando como queremos ser perdonados. De lo contrario estaríamos pidiendo la propia condenación: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. “No olvides nuestros pecados, como nosotros recordamos los ajenos”. “Retarda en perdonarnos, como nosotros tardamos en devolver la confianza al prójimo que obró el mal”.

Pienso que había que modificar la oración bellísima del Padre nuestro y decir a Dios: “que siempre seamos capaces de perdonar a los que nos han ofendido, así como tú nos perdonas nuestras ofensas”. ¡Qué difícil es perdonar!

Todos sabemos que es grandemente difícil el perdonar. No solamente cuando vemos a las grandes injusticias  sociales, políticas, familiares, casos de genocidio, calumnias, guerras, torturas, venganzas… Cuando vemos todo esto y, de manera especialísima cuando lo sufrimos encarne propia en la mente de cada cual surgen motivos para no perdonar.

A cualquiera por muy católico que se sienta nos puede parecer, como al apóstol Pedro, que perdonar siete veces basta, es el colmo de la generosidad, del amor. Cristo hoy nos está pidiendo mucho, muchísimo más. Hay que perdonar siempre a todos. Pedro le preguntó a Jesús, “si mi hermano me ofende…” (Mt 18,21). Tal vez  no le vino a la mente que él, el apóstol Pedro, también  podría ofender al hermano. Esto es también ofensa o deuda.

¡Qué difícil es darse la paz en nuestras misas! No es un simple rito protocolar de la eucaristía. Debe realizarse bien. Hay que perdonar a todo el que me ha ofendido en aquel hermano al cual doy la paz.

¡Cómo cambiaría el mundo, la familia, la Patria, si perdonáramos de verdad! Si en cada Eucaristía perdonamos y aprendemos a perdonar estamos cambiando este mundo; sin paz ni perdón no hay cambio. Como Francisco de Asís digamos: “donde haya discordia, pongamos perdón”.

Jesús Pérez Rodríguez O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE

Domingo, 11 de septiembre de 2011