Sucre

MONS. JESÚS PÉREZ: HAGAMOS TRES TIENDAS

Cada año, en el segundo domingo de Cuaresma, se nos invita a escuchar la transfiguración, este Ciclo B, según San Marcos 9,2-10.  Cada evangelista  nos cuenta la transfiguración con matices distintos en los que no es necesario detenerse.  Lo que más importa es que Jesús quiso hacer ver a sus queridos apóstoles Pedro, Santiago y Juan, un anticipo de su destino de gloria después de que muriera en la cruz.  Este  hecho de gran relieve tuvo lugar “a los seis días” (Mc 9,2) de haberles anunciado la pasión y muerte.

Al iniciar la Cuaresma, el domingo pasado, se nos invitó a contemplar a Cristo tentado como cualquier humano, para enseñarnos a luchar contra el demonio en toda clase de tentaciones, también las de omisión.  Hoy se nos avisa que el proceso de lucha contra las tentaciones terminará con la victoria y glorificación de Cristo.  Se nos asegura a nosotros que la lucha contra el mal nos conduce a la vida.
El domingo pasado se nos invitaba a preparar la renovación del contrato o alianza nueva.  La alianza es el hilo conductor de la Historia de la Salvación, resaltado en las primeras lecturas de estos domingos.  Hay que tener en cuenta que la alianza es un pacto o contrato bilateral entre Dios y la humanidad.  Hoy lo vemos en la lectura del Génesis 22,1-2. 9-13.15-18, Abraham que se convirtió por ella, en el fundador del Pueblo de Dios, en el “padre de los creyentes”.

Nos puede venir, quizás, ganas de preguntarnos qué haría cada uno si Dios quisiera pedirnos un sacrificio semejante al de Abraham.  Pero por ahí no va el mensaje de esta página tan conmovedora –me estremece– de la Sagrada Biblia.

Estemos tranquilos –si es que se puede– Dios no nos va a pedir algo parecido.  El filicidio estaba y sigue proscrito.  Más bien los estudiosos de la Biblia opinan que este capítulo es una condenación de los sacrificios humanos, cosa que era común en los pueblos cercanos a los judíos.
Hay que tener en cuenta el hilo conductor de las tres lecturas en este segundo domingo de Cuaresma:
–    “Toma a tu hijo único, al que quieres…, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (Génesis 22,2 y 12).
–    “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros…” (Romanos 8,32).
–    “Este es mi Hijo amado:  escúchenlo” (Marcos 9,7).

Todas las lecturas quieren llevarnos a pensar en la magnitud de la misericordia y amor de Dios.  Si nos impresiona la historia de Abraham, no es para que nos quedemos en esa escena tan desgarradora que toma un nuevo valor, la profundidad del amor misericordioso en Cristo Jesús “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

El evangelio ilumina con la transfiguración de Jesús a dónde quiere llevarnos Él.  Pues a los tres apóstoles les fue dado a entrever por unos escasos momentos el destino de la gloria del Maestro, que habían quedado sin entender nada que tenía que padecer y morir.  Esta escena de la transfiguración fue un acontecimiento que les dio ánimos para el camino del seguimiento.  Como fue para Abraham cuando escuchó la voz de Dios “no alargues tu mano…, te bendeciré…” todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia.  El Apóstol Pablo expresa maravillosamente la confianza en el amor de Dios, “si Dios está con nosotros, quién estará contra nosotros”  (Romanos 8,31).
En aquellos momentos de gloria viendo al Maestro lleno del esplendor y gloria, Pedro, sin saber casi lo que decía, exclamó: “Maestro, ¡qué bien se está aquí.  Vamos a hacer tres tiendas” (Mc 9,5).  Pero no, el Maestro y los discípulos bajaron de la montaña a la realidad de la vida.
Cristo es hombre y Dios, su humanidad ocultaba la divinidad.  Cristo en la transfiguración era el mismo que cuando bajó del monte.  Siempre era el Hijo amado de Dios.  Por ello, se oyó la voz desde el cielo: “Este es mi Hijo amado: escúchenlo” (Mc 9,7).  Hay una orden terminante: “escúchenlo”.  Es la gran consigna de la Cuaresma, escuchar a Jesús.
Si queremos llegar a la Pascua, renovados y transfigurados, y renovar el contrato bautismal, debemos tomar el itinerario cuaresmal de escuchar la Palabra de Dios y crear mayores momentos de oración, como dice el evangelista San Lucas: “Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago, para orar” (Lucas 9,28).

Por ello, en mi carta de Cuaresma digo que hay que escuchar la Palabra y, de la Palabra a la oración, y desde ahí a la acción.  Acompañemos a Jesús y dejémonos acompañar de Él para vivir en profundidad la Cuaresma.

Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE

Sucre, 26 de febrero de 2012