Jesús se encuentra en la Sinagoga de Cafarnaún y sigue la enseñanza sobre el Pan de la Vida. La explicación eucarística va dando pasos, Cristo es un gran Catequista. Él es el enviado del Padre y el que crea en él tendrá vida eterna. El próximo domingo, siguiendo este capítulo seis de San Juan, desarrollará la idea: comer la carne que Jesús nos va a dar, el cuerpo de él en la Santa Misa o Eucaristía.
La vida humana como la espiritual no es un sueño. Cada vida, la humana y la espiritual, tienen sus propias leyes. La vida que Cristo nos trajo y que se comunica a través del bautismo y que sigue dándose a través de los sacramentos, es la gracia divina, que llamamos también gracia santificante.
Cristo afirma que “el que cree tiene vida eterna” (Jn 6,40). Esta afirmación nos ayuda a comprender el discurso tan esencial para el cristiano, sobre el Pan de Vida. El bautismo nos da la fe, la Biblia dice: “el justo vive de la fe”. Pero aunque tengamos fe y el bautismo nos santifique, hay “noches oscuras” que toca hasta los santos como vemos en el profeta Elías en la primera lectura (Re 19,4-8). Estas dificultades no separaran a Elías del Dios Santo y Único. La fe no viene a ser como “poner al mal tiempo buena cara”. La fe es adherirse a Dios, a su palabra y reconocer a Dios presente, pase lo que pase.
Venimos insistiendo con Aparecida que para ser discípulos misioneros es necesario el encuentro con Jesucristo vivo. Cuando alguien se acerca a Cristo, se encuentra con él. No solo llega a cambiar su vida sino que se llega a una transformación de la vida en lo más profundo del ser.
Después del triunfo de Elías ante los sacerdotes de los dioses falsos es perseguido a muerte por la reina Jezabel y el rey Ajab. Este profeta atrevido y valiente ahora tiene miedo y llega a entrar en crisis. Elías está en el desierto, no solo geográficamente, sino psicológicamente. Crisis que podemos llamar vocacional. Elías tiene un gran desanimo porque no ve los frutos de su labor pastoral. Llega a la tentación de huir. Se siente como abandonado de Dios: “¡Basta Señor! ¡Quítame la vida!” (1Re 19,4). Esto lo han sentido muchos santos, Moisés, Jeremías. Jesús en el Huerto de Getsemaní, cuando rezaba con lágrimas, sudó sangre; el evangelista Lucas dice que “su alma estaba triste hasta la muerte”.
Todo creyente que es consciente de su misión en la vida puede llegarle momentos de crisis en el caminar que le desanime y le canse de hacer el bien y se vuelva escéptico y le entre los deseos de dejarlo todo. Puede suceder a los cristianos que viven comprometidos en sus parroquias, en los movimientos eclesiales, en grupos humanos de buena voluntad de hacer el bien ayudando a alguna obra de beneficencia…
Probablemente Elías confió mucho en sí mismo. Dios no abandona a Elías, hace que encuentre pan y agua para que siga su camino y tenga fuerzas para su misión. No le libera de su misión pero le da fuerzas para ir adelante. Elías “se levantó, comió, bebió y con la fuerza de ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches” (1Re 19,8). Nosotros los creyentes, no podemos olvidarnos que con solas nuestras fuerzas no podemos ser fieles, perseverar en el bien comenzando, necesitaremos siempre la ayuda del Señor.
El Señor nos ha preparado una mesa, una comida que nos ayude a seguir el camino, el CAMINO ES LARGO. Este es el Pan de la Vida, Cristo Jesús que nos entrega su Cuerpo. Como dio a la multitud hambrienta de la que se compadeció y alimentó con aquellos panes multiplicados; Jesús apuntaba al Pan vivo que era el mismo, “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51).
Los que escucharon a Cristo en este discurso no estaban decididos a seguirle, a creer en él. Le conocieron desde pequeño, sabían que era el “hijo de José”. Conocían a su madre, parientes… ¿Cómo puede decir que ha bajado de los cielos? Igual hubiéramos pensado y actuado cada uno de nosotros probablemente. La fe es un don de Dios pero requiere nuestra respuesta humilde.
Cuando celebramos la misa, en cierta manera, vivimos el itinerario que nos señala el Evangelio de Juan. Primeramente nos alimentamos de Cristo palabra de vida, viviendo nuestra fe en él, “Señor tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Esto lo hacemos en “la mesa de la Palabra” primera parte de la Misa. En la segunda parte, en la comunión, le comemos en el Pan y Vino consagrado.
Las dos partes de la Misa, mesa de la Palabra y mesa del Cuerpo del Señor, son importantes, pertenecen a una única celebración. En la mesa de la Palabra acogemos a Cristo como palabra viviente, es el Dios viviente en medio de la Asamblea reunida. La Palabra nos prepara a la segunda mesa, es el Cuerpo del Señor resucitado que tomamos como alimento. En cada eucaristía se celebra nuestra fe y se la vive. La participación en la Eucaristía es un signo de nuestra fe ante los hermanos reunidos en el nombre del Señor.
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 12 de agosto de 2012