Durante el tiempo pascual –ya estamos en la quinta semana– venimos celebrando en la fe, la vida nueva de Cristo resucitado y de nosotros. Es necesario aprovechar las lecturas de la Palabra de Dios que se nos regala cada domingo para llegar a un mayor conocimiento de la salvación que el Resucitado nos ofrece. En esta vivencia de la Pascua nos ha de ayudar la Virgen Santísima en el mes de mayo dedicado a Ella. Nadie como María vivió el misterio pascual: Muerte y Resurrección de Jesús.
La Iglesia sigue creciendo ahora como en tiempo de Pablo, en el libro de los Hechos de los Apóstoles 14,21–27, cuya lectura es la primera, nos lo muestra en su primer viaje apostólico trabajando junto a Bernabé y tiene grandes resultados pues Dios ha ido llamando a la fe a judíos y también a paganos. La fe ardiente de los apóstoles y de todos los cristianos; esta fe manifestada en el testimonio del amor hace que la Iglesia crezca. La vivencia del amor mutuo de los discípulos de Jesús hace operante el evangelio.
El evangelio de hoy, Juan 13,31-33.34-35, nos traslada al Cenáculo, a la última Cena, donde se instituyó la Eucaristía, el sacramento del amor. En ese momento estelar de la vida de Cristo nos dio el gran mandamiento nuevo:“Ley doy un mandamiento nuevo: ámense unos a otros”(Jn 13,34). Es una orden. No es una simple recomendación como cualquiera pudiera pensar. Es la nueva ley al nuevo pueblo de Dios, a sus discípulos. La expresión más viva de la fe del cristiano se manifiesta en el amor a los demás.
¿Porqué mandamiento nuevo dirán algunos? Desde el libro del Levítico 19,8, se nos manda “ama a tu prójimo como a ti mismo”.¿Dónde está la novedad? ¿Por qué dice Jesús que es nuevo este mandamiento? Pues sí, es nuevo. Cristo quita los límites del amor a los demás, pues el amor de Cristo fue hasta las últimas consecuencias. Dio su vida en la Cruz por todos. La cruz no es ninguna ignominia, es el signo de un amor sin barreras, sin retaceos, sin límites. Nos señala la cruz como camino para lograr la unión, la hermandad entre todos los habitantes del mundo.
Con la Resurrección de Jesús todo ha sido hecho nuevo. La Iglesia naciente, la comunidad de aquellos primeros discípulos vivían un estilo nuevo de vida que estaban unidos por el amor mutuo que superaba las barreras de clases, de formación diferente apreciaciones políticas. Los discípulos intentaron llevar a la práctica la enseñanza del Maestro convertida en mandato, la noche de la última Cena. Es bueno dejarnos iluminar por el libro del Apocalipsis en la segunda lectura de hoy, capítulo 21,1-5, a quien pone delante de nosotros la expectativa de un cielo nuevo y una tierra nueva donde “Dios enjugará las lágrimas de los ojos”.
Todos estamos llamados a construir esos cielos nuevos y esa tierra nueva. No podemos quedarnos tranquilos y satisfechos con lo que hacemos, como están las cosas en el mundo y en la Iglesia. El que está sentado en el trono, Dios, dijo:“todo lo hago nuevo… el primer cielo y la primera tierra han pasado… se trata de un cielo nuevo y una tierra nueva” (Cfr. Ap 21,1-5). Con el Espíritu Santo, que está en la Iglesia y en cada bautizado, tenemos la luz y fuerza necesaria para “renovar la faz de la tierra”. El ejemplo de la primitiva comunidad cristiana nos impulsa a ser corresponsables siendo discípulos misioneros.
En algunas iglesias orientales al darse el rito de la paz, se dicen: “El Señor está con nosotros” y se responden, “porque nos amamos”. Es el amor que nos tenemos lo que hace presente a Dios en el mundo. El sacerdote al decir “el Señor esté con ustedes” expresa como oración, por ser ministro ordenado para presidir nuestras asambleas, el deseo y el ofrecimiento de la presencia del Señor, en nombre de Dios, que brinda el don de la presencia a la asamblea. El amor de los creyentes es “Cristo en mí que ama al Cristo en ti”. No pensemos que el amor humano queda disminuido o relegado, al contrario, el amor cristiano tiene un carácter de signo de vida nueva.
Dios no suplanta la naturaleza, el amor humano al decir “yo hago nueva todas las cosas” (Ap 21,5), más bien las eleva, las consagra, las sobrenaturaliza. Así sucede en el amor conyugal, lo convierte en sacramento, que representa el amor de Cristo a la Iglesia, en expresión de Pablo en la carta a los efesios y participa de la corriente misteriosa y divina de vida y amor del mismo Dios.
El mandamiento nuevo “les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como Yo les he amado” (Jn 13,34) no es una simple utopía, es el reto de un Dios que es amor. Jesús nos ha dejado una consigna que viene a ser como un termómetro para comprobar si somos o no buenos discípulos de él: “la señal por la que conocerán que son mis discípulos míos será que se amen unos a otros” (Jn 13,35).
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 28 de Abril 2013