El 10 de diciembre se conmemora el Día Internacional de los Derechos Humanos, fecha elegida en referencia a la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1948, después de la segunda guerra mundial, que fue una de las peores etapas de la humanidad. En el preámbulo de la Declaración se reconoce que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos”. Desafortunadamente a 66 años de su aprobación, el mundo sigue convulsionado por muchas desgracias humanas.
A pesar de que en esta Declaración se establece que toda persona “tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad”, vemos que en el mundo siguen existiendo guerras. En nuestro país estamos pasando por momentos dolorosos que reflejan altísimos niveles de violencia, como claramente se ha ido revelando a partir de la desaparición forzada de los 43 jóvenes normalistas, que nos ha demostrado la corrupción, impunidad o debilidad que impera en las instituciones en sus diferentes niveles, instituciones que no están siendo capaces de salvaguardar la seguridad de su ciudadanía.
Tlaxcala mismo tiene pendientes importantes en materia de derechos humanos, como la violencia que persiste hacia las mujeres, la trata de mujeres para la prostitución, la devastación socio-ambiental, la migración, la transmigración, el riesgo de las semillas originarias ante los transgénicos, por mencionar algunos.
La cultura de la paz y el respeto a los derechos humanos, como lo hemos señalado ya en otros artículos, implica necesariamente la existencia de justicia y condiciones dignas para el desarrollo. No podemos construir la paz, mientras en el país existan millones de pobres, muchos que ni siquiera tienen lo suficiente para alimentarse o acceder a servicios básicos como educación, salud y vivienda.
Jesús optó en su misión por dignificar a las personas más vulneradas, a quienes en su tiempo fueron discriminadas y excluidas. Su mensaje sigue siendo un mensaje de paz. En la actualidad, como seguidores de él, estamos llamados a continuar esta misión, es decir, a ser portadores de paz y reconciliación, reconociendo su rostro sufriente que reclama nuestra solidaridad en las personas que son víctimas de la violación a sus derechos humanos.
Dios no creó a sus hijos para sufrir y para condenarlos a la miseria, sino para que sean felices, para que crezcan y busquen la plenitud. En tanto no haya felicidad, justicia y paz para quienes nos rodean, debemos ser profetas que denuncien lo que sigue crucificando a la humanidad y que anuncien ese mundo que Dios quiere para nosotros.
Esta conmemoración no es tan solo para celebrar los avances que la humanidad ha logrado en esta materia, sino también para revisar los pendientes que tenemos. Es necesario que como sociedad conozcamos nuestros derechos, los ejerzamos y los exijamos, pues no han sido graciosas concesiones de los gobiernos, han sido luchas que, desafortunadamente, han costado muchas vidas.
Nos solidarizamos con los diferentes movimientos sociales que luchan por reivindicar los derechos humanos. La Declaración sobre el derecho y el deber de los Individuos, grupos y las instituciones de Promover y Proteger los Derechos Humanos y las libertades fundamentales, señala que “Toda persona tiene derecho, individual o colectivamente, a promover la protección y realización de los derechos humanos y las libertades fundamentales en los planos nacional e internacional y a esforzarse por ellos”.
El ejercicio de este derecho es sumamente importante, pues, como lo señalamos desde 2007 los Obispos de Latinoamérica y el Caribe, “vemos con preocupación el acelerado avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que en ciertas ocasiones derivan en regímenes de corte neopopulista. Esto indica que no basta una democracia puramente formal…, sino que es necesaria una democracia participativa y basada en la promoción y respeto de los derechos humanos. Una democracia sin valores, como los mencionados, se vuelve fácilmente una dictadura y termina traicionando al pueblo” (DA 74).