Como religioso, es casi natural que mucha gente me pida que ore por ella, hasta ahí va bien. Lo que está mal es que muchas personas dejan de orar por ellas mismas simplemente porque nos lo pidieron a nosotros y, aún peor, porque “nosotros estamos más cerca de Dios”, es “nuestro deber” y otras excusas que, por más que las escuche repetidas, no dejan de causarme desconcierto.
Ya lo dijo San Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, hermano(a) en Cristo, interceder por otro no es lo mismo que asumir su lugar. Los santos son intercesores, no ocupantes de lugar. Ni Dios o algún otro santo va a jugar el partido por usted, nadie va a vivir su vida por usted. La intercesión puede lograr mucho, pero no sustituye. Hay ejemplos de santos y de personas comunes que demuestran el poder de la intercesión. Se cuenta, por ejemplo, que un soldado del ejército imperial francés había desertado. Fue capturado, y condenado a muerte. La madre del soldado, desesperada, pidió audiencia con Napoleón Bonaparte quien, en vista de la gravedad del asunto, se la concedió.
Se cuenta que la audiencia transcurrió así:
– Distinguido Napoleón, sé que mi hijo se ha equivocado y que su error se castiga con la muerte. ¡Él es lo único que tengo! Por favor, ¡le ruego que le perdone!
– Mujer, su hijo ha desertado huyendo del combate mientras que otros compañeros han dado la vida por su nación. Si concedo lo que me pide, la noticia correrá como reguero de pólvora. La moral del ejército caerá y otros empezarán a imitarlo. ¿O acaso piensas que todos van a la guerra por amor a la Patria?
– Excelentísimo Emperador, por favor, ¡Pido para él misericordia!
– Tu hijo no merece misericordia.
– Sí, es cierto –replicó ella-, pero si la hubiera merecido no sería misericordia lo que pido sino justicia, y yo he venido a pedir misericordia.
Se dice que este argumento intercesor le resultó, al emperador, tan inobjetable que le fue concedido el perdón.
Se cuenta también que la máquina asesina, psicópata y enferma, Che Guevara, estaba haciendo sus fusilamientos de rutina, y un niño pequeño le rogó por su papá. El Che lo cargó y le dio su promesa de que no le mataría. Luego, sonreído, volteó a los que estaban con él y dijo “ahora todos me van a enviar a sus chiquitos para que no les maten su gente”.
Sé que puede sonar contradictorio luego de estas dos anécdotas, y luego que diga que sí, que la intercesión es posible. Mi punto es que, el hecho de que lo sea, no sustituye lo que a cada uno corresponde hacer por sí mismo, Dios, a un corazón contrito y humillado, Él no lo desprecia (Sal 51,17). Sí, la intercesión logra, es innegable (Mt 15, 21-28), pero por el hecho de que lo haga no significa que quienes la piden deban dejar de hacer lo suyo, bien claro aparece en el Evangelio lo que Jesús nos manda: permanecer en Él, cumplir sus mandatos y Dios nos concederá lo que le pedimos en su Nombre (Jn 15,4-16).
Autor: Javier E. Gómez Graterol, religioso / periodista
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