La muerte no es el final de la vida: Para la Iglesia es la puerta a la eternidad. Los que viven una vida de fe en Cristo recibirán la vida eterna en el Cielo. El miedo a la muerte se debe combatir con la fe en Dios y en y en la resurrección de Cristo, quien resucitó y venció a la muerte.
Para nosotros los cristianos la muerte no es el final de la historia: es parte de un proceso de crecimiento y transformación. Creemos que el Dios de la vida triunfará finalmente sobre la muerte, y que nuestra vida, incluso después de ella, pertenece a Dios, quien, según cuánto hayamos amado y servido nos dará el paso a una vida eterna en Cristo o el infierno. El Catecismo de la Iglesia lo sintetiza en la frase de san Juan de la Cruz: “al atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”.
A través de la Eucaristía y los sacramentos, la Iglesia es una comunidad de esperanza y de apoyo en el momento de la muerte: Los cristianos rezan por los muertos, y los recuerdan en sus oraciones. Algunos pasajes de la Biblia, como el libro del Eclesiastés, afirman que los justos y los santos encontrarán paz y descanso después de la muerte. La Iglesia Católica enseña que la resurrección de Cristo garantiza la resurrección de los creyentes a la vida eterna. Por medio de la fe y de la esperanza, los creyentes pueden abordar la muerte con la seguridad de la presencia de Dios y del amor de Jesús.
El regalo de la vida eterna es una esperanza para todos los creyentes. De hecho, la fe en la vida eterna puede acompañarnos y darnos la seguridad de que la muerte no es una tragedia ni una calamidad, sino una parte del proceso de la vida, y un paso hacia una nueva y eterna vida. La fe en la resurrección de Jesús y en la vida eterna da esperanza a los fieles y les da la fortaleza para enfrentar con valentía la muerte.
La Iglesia promete que: Con cada misa que se escucha, se acorta nuestro purgatorio. Al que oye misa todos los días, Dios lo librará de una muerte trágica. Promesa similar hace la Virgen a quienes rezan el rosario: librar de una muerte trágica y no morir sin haber recibido los sacramentos. La lectura de la Biblia, al menos quince minutos al día, también nos trae indulgencia por nuestros pecados.
Decía Antonio Muñoz Feijoo: “No son muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de la tumba fría; muertos son los que tienen el alma muerta y viven todavía”. Si vivimos en Cristo no hemos de tener miedo a la muerte, más bien hemos de temer, como dice Feijóo a una vida sin propósito, sin sentido pleno y verdadero: Dios.
La muerte es un encuentro con la misericordia de Dios: “¡Que seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor! Clamará a Mí, y Yo le oiré, porque soy misericordioso (Éx 22,27). Es una invitación a una promesa que no dejará de cumplir. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos la misericordia y el auxilio de la gracia en el tiempo oportuno (Hb 4,16)” (J. Escrivá de Balaguer). Dios con nosotros.
Autor: Javier Gómez Graterol, religioso / periodista @jegogra en X e Ig
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