Análisis

Javier Gómez Graterol: Dios en la humildad

Siempre he dicho que, cuando uno se va de misión, es más  lo que uno recibe que lo que da. Ir de misión es encontrar personas que han preparado todo para que, desde sus circunstancias, las cuales pueden ser las más pobres, uno reciba lo mejor que ellos tienen, en una expresión de amor hecha hospitalidad con la cual buscan que uno pase la menor incomodidad posible, a pesar del hecho de que la intención de la misión es hacerse uno más con ellos, y conocer a fondo sus realidades.

También en el ejercicio mismo ministerial puede uno conseguir grandes muestras de agradecimiento, detalles, y cariño, de mucha gente que quiere expresar desde la humildad de vida en la que están su aprecio su retribución a lo poco que uno humanamente les da a ellos.

Tengo mi altar personal en mi cuarto, y en él (y en mi cartera), aparte de lo esencial para mi oración, tengo una pequeña recopilación de estampas de personas que me las han dado con mucho cariño, deseando que ese santo me proteja, además de la promesa de que orarán por mí para que me siga bendiciendo.

Esta semana viví algo que me hizo comprender, e incluso internalizar más, aquella observación de Jesús sobre la viuda que depositó unas moneditas, mientras otros depositaban en mayor cantidad, acerca del dar de lo que sobra o de lo que se necesita (Mc 14,41-44): hice un servicio a una familia humilde y la señora, ya bastante mayor, me dio con gran cariño una pequeña cantidad de dinero, acompañada de gran sonrisa llena de afecto, de ese tipo que hace que uno se sienta culpable de recibirla, por la pobreza de quien la da, y al mismo tiempo de rechazarla, porque sabe que se sentirán mal si uno no se los acepta. Ya desde un principio, cuando me habían pedido el servicio y preguntaron cuánto le saldría le respondí con la frase abiertamente plagiada de la película Golpes a mi puerta: “lo que usted quiera, o lo que usted pueda”. Su abrazo conmovedor, el cariño con el que me dio, los billetitos, y el hecho de que, a los dos días, cuando me la conseguí de nuevo me mostró una hoja impresa que le di para orar, diciéndome que la estaba haciendo, fueron una gran recompensa. Muchos jóvenes y adultos viven en sus grupos parroquiales experiencias de misión y pueden narrar experiencias similares. Solo me queda invitar a quien no ha vivido ninguna de estas experiencias, de darse, más que dar, que se animen a experimentarlas. Tal vez les toque el corazón ver como Dios se manifiesta en el más humilde que te tiende una mano. Dios con nosotros.

Autor: Javier E. Gómez Graterol, religioso / periodista

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