Nuestro querido Pastor, el Cardenal Julio y toda nuestra Iglesia nos hemos regocijado esta semana porque el Santo Padre Benedicto XVI ha nombrado Obispos a dos sacerdotes de nuestra Arquidiócesis: El P. René Leigue, nativo de Nuevos Horizontes de la provincia Warnes y actual párroco de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima, como Obispo Auxiliar de Santa Cruz. Y como Obispo Auxiliar de Cochabamba al sacerdote misionero P. Roberto Flock, actual Párroco de la Santa Cruz. Agradecemos al Papa por su preocupación pastoral hacia la Iglesia en Bolivia y sobre todo un agradecimiento al Señor que nos ofrece otro signo de su presencia providente en medio de nosotros. Nuestro gracias a ellos por su disponibilidad y nuestros mejores augurios de un servicio generoso y entregado al Señor y a la Iglesia.
Estos próximos días los obispos nos reuniremos en Cochabamba para nuestra segunda Asamblea Episcopal, es un evento de particular importancia en la vida de nuestra Iglesia ya que, entre otros compromisos, se elegirán a la nueva directiva que guiará con su servicio, durante los tres próximos años, a la Conferencia Episcopal Boliviana. Les pido unirse en oración para que el Señor nos ilumine y acompañe en estos días.
El Domingo anterior la liturgia de la palabra nos ha presentando a la virtud teologal de la FE, este domingo nos habla de la CARIDAD y el próximo de la ESPERANZA, las tres virtudes teologales.
El domingo pasado el Evangelio nos mostraba al pobre ciego Bartimeo, que al borde del camino pidió a gritos a Jesús: “¡Maestro, que yo pueda ver!” Y, por su fe y confianza en Jesús, recuperó la vista exterior y sobre todo la interior, y siguió a Jesús en camino a su muerte y resurrección.
El evangelio de hoy nos dice que Jesús ha terminado su viaje y ha llegado a Jerusalén. Un escriba, desorientado en su vida ante los 600 y más preceptos de la ley judía, le busca para preguntarle: “¿Cuál es el primero de los mandamiento?”. Es una pregunta esencial y fundamental: ¿Qué es lo que da sentido a la vida? Para qué vale la pena vivir?
Jesús responde con las palabras dictadas por Moisés al pueblo de Israel (1ª lectura), que los Israelitas las asumieron como su oración y profesión de fe de cada día. “El primero es: “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas”.
“Escucha, Israel”, La primera palabra no es un orden, sino una petición a “escuchar” y escuchar “hoy”, “ahora” y a hacerlo no de forma individual o privada, sino juntos: “Escucha, Israel”. Es un pedido apremiante a su pueblo: ante todo ponte a la escucha. No una escucha pasiva e irresponsable, sino activa y responsable.
Los Israelitas al asumir este compromiso, sabían que iban a estrechar un alianza con el Dios único y verdadero, que amaba a su pueblo y que quería su felicidad y del cual podían fiarse.
“Amarás al Señor tu Dios”. ¿A caso se puede mandar “Amar”? El pueblo de Israel entendía a los mandamientos no como un código de leyes sino como un acontecimiento de gracia, signo de su pertenencia al Señor y al mismo tiempo como la condición para la vida: “Mira, dice el Señor, yo pongo ante ti la vida y la muerte, es decir el bien y el mal; te prescribo que cumplas mis mandamientos, para que tengas vida (cf. Dt 30, 15). En esta óptica la ley de Dios, no quiere coartar nuestra voluntad, sino liberarnos del egoísmo y de todo aquello que puede poner en peligro nuestra auténtica dignidad, para hacernos capaces de abrirnos al amor verdadero.
Por eso Jesús, al escriba que le pregunta ¿Qué está en el centro de la fe? No le contesta pidiendo que obedezca reglas ni celebre ritos, sino sencilla y maravillosamente le pide que ame. Esto es el primero de todos los mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas“. ¿Amar a Quién? Amar al Amor mismo, a Dios y a todo lo que hay en él: la vida, la compasión, el perdón, la solidaridad, la verdad y la belleza.
Amar con “todo”: el amor de Dios no puede por menos de ser “total”. Esta lista de términos: corazón, alma, mente, fuerzas, significan la plenitud y totalidad del amor, que compromete todo nuestro ser con sus facultades para amar. El amor es lo que nos llena de felicidad por encima de cualquier otra cosa.
“Sobre todas las cosas”, es más fácil decirlo que ponerlo en práctica, de hecho constatamos que nuestro amor a Dios está marcado por tantas limitaciones y debilidades, compartido con tantos otros “amores” no siempre genuinos. Esta constatación, sin embargo, no debe acobardarnos porque sabemos que Dios puede purificar nuestro corazón egoísta y “liberarlo” de tantas ataduras para dotarlo de la plena capacidad de amar.
“El segundo (mandamiento) es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Si amamos a Dios con todo nuestro corazón y lo reconocemos como “único Dios”, y por tanto como Padre de todos, tenemos que amar como hermanos a cuantos se encuentran en nuestro camino. Llamados a amar lo que él más ama: el ser humano, creado a su imagen y semejanza.
Jesús no añade nada nuevo en relación a la ley antigua, estos dos mandamientos estaban ya en la normativa judía. Sin embargo su precepto es nuevo. La novedad está en el hecho que los dos mandamientos juntos hacen un solo y único mandamiento, el más importante: “No hay otro mandamiento más grande que éstos”.
No se puede practicar el primero sin en el segundo, ni el segundo sin el primero. Por eso nos dirá San Juan en una de sus cartas: “Quien dice amar a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano, a quien ve, es un mentiroso”. Amar a Dios sin amar al prójimo es una mentira. El hecho de haberlos separado ha sido el origen de los males. Amar a Dios sin amar al prójimo y desinteresarse de los problemas de la sociedad, es vivir una falsa religión y hacerse cómplices de las múltiples injusticias y atropellos. Pretender amar a los demás sin amar a Dios, es ponerse en el peligro de caer en ideologías totalitarias que causan discriminación y exclusión. Ambas posiciones ocasionan víctimas inocentes.
Por eso los mandamientos de la ley de Dios, que no son otra cosa que la concreción del verdadero amor a Dios y al próximo, se dividen en dos partes, los tres primeros hablan de la relación con Dios, los siete restantes sobre las relaciones entre las personas y la comunidad.
En nuestras relaciones con el próximo, los mandamientos nos dicen que amar es respetar a los padres y a la autoridad de la comunidad, es defender la vida desde su origen hasta su final, es respetar a la dignidad de la persona en la igualdad entre varones y mujeres, es respetar a los medios de vida y los bienes del otro en unas relaciones de solidaridad y de justicia, es valorar y defender a la verdad en las relaciones humanas, es rechazar a la codicia, a la avaricia y a la envidia, que se basan en el egoísmo y en la acumulación injusta.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Cada uno de nosotros somos la medida del amor a nuestro prójimo. No tenemos que buscarla lejos de nosotros, porque está en nosotros: amar a los demás como cada uno se ama a si mismo. Estas palabras se parecen a un tercer mandamiento: ámate también a ti mismo, junto a Dios y al prójimo. Así como quieres para ti la libertad y la justicia, de la misma manera las tienes que querer para tu hermano, son las huellas de Dios. Como deseas para ti respeto y dignidad, de la misma manera tienes que quererlos por tu prójimo.
El amor tiene en si una fuerza transformadora y cada cual se vuelve lo que ama. Si amamos a Dios, seremos semejantes a Él, es decir creadores de vida y gozo, porque Dios cada día sigue creando y asistiendo afectuosamente a la creación.
Pero, ¿Cómo poder cumplir con este mandamiento del amor? Viviendo el compromiso cotidiano como un servicio. Así Jesús cumplió su misión, sirviendo al Padre y a nosotros, como el mismo expresó en sus palabras después del lavatorio de los pies y así se lo pidió a los discípulos y seguidores de todos los tiempos: “Les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo hice con ustedes”. Amén
Oficina de Prensa del Arzobispado de Santa Cruz.