Este domingo, trigésimo primero durante el año, nos recuerda a los cristianos la relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo en el evangelista Marcos 12,28-34. San Juan evangelista en su primera carta, nos advierte “el que dice: amo a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso” (1Jn 4,20). Pero también hay que decir que el que se niega a amar a Dios, tarde o temprano, se va a sentir incapaz de amar al prójimo.
La primera lectura está tomada del libro del Deuteronomio 6,2-6; este libro es un discurso de normas puestas en boca de Moisés. El pasaje de hoy busca que el pueblo sea fiel a los mandamientos. Es el origen de la oración “escucha Israel” que los judíos más devotos rezan varias veces al día. Nosotros, como el pueblo judío, que oye el “escucha Israel, el Señor nuestro Dios es solamente uno”(Dt 6,4), deberíamos oír: “escucha, cristiano, sigue en pie el primer mandamiento: no tendrás otros dioses más que a mí”.
Fue un escriba el que hizo la pregunta a Jesús –deberíamos estar agradecidos a este escriba, por haber hecho la pregunta– probablemente de buena fe, porque en los 365 mandamientos negativos y 248 positivos se perdía este hombre piadoso. El, parece que quería saber cuáles de los mandamientos eran los más importantes.
El escriba alaba a Jesús, “muy bien, Maestro” (Mc 12,32), añadiendo que esos dos mandamientos “valen más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,339. Jesús también hace una alabanza al escriba “no estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12, 34).
Esta conversación de Jesús con el escriba se produce en los últimos días de Jesús, tras el ingreso triunfal en Jerusalén, la expulsión de los mercaderes del templo. En ese clima de agresividad, el diálogo de Jesús con el escriba viene a ser como un paréntesis de relax. Este escriba, perito de la Palabra de Dios, está prendado de Jesús. Por ello, se animó a hacer preguntas con buena intención y Jesús hizo una gran aclaración.
Jesús nos dice que el mandamiento principal viene a estar unido con otro, son dos, no hay uno. Sin duda el primero, es siempre amar a Dios y, por ello cita el pasaje del Deuteronomio, señalado más arriba, pero lo pone inmediatamente unido “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,31). Amar al prójimo, a los que nos caen simpáticos y a los menos simpáticos. Todos somos hijos del mismo Padre y Cristo dio su vida en la cruz por todos. Solo hay un Dios Padre de todos y un único salvador de todos, Cristo Jesús.
Ser cristiano, católico, seguidor de Jesucristo, no se reduce sólo a amar a Dios. Ni tampoco sólo a amar al prójimo. Las dos cosas deben ir juntas. No es válido decir amo a Dios y descuidar a los demás. No vale tampoco decir amo al prójimo, olvidándose de Dios. San Juan, el discípulo amado de Jesús, en su primera carta afirma, “el que dice amar a Dios y no ama al prójimo es un mentiroso” (1Jn 4,20).
Es necesario siempre volver a la fuente de la vida cristiana, al Bautismo, ahí, el sacerdote ministrante pregunta a los padres del bautizado si están dispuestos a “educarlos en la fe”, para que el niño pueda bautizarse, “para que guardando los mandamientos de Dios, amen al Señor y al prójimo, como Cristo nos enseña en el evangelio”. Este compromiso de padres, como de los padrinos, segundos garantes del bautismo, expresa la esencia del ser cristiano. Es tarea de padres y padrinos enseñar esto.
Hoy hablamos muchísimo de “horizontalismo” y, también de “verticalismo”. Se pone énfasis a veces, en uno y otro modo de referirse al ser cristiano, al amor al prójimo y al amor a Dios. No se puede pensar sólo en el amor al prójimo, olvidando el amor a Dios y, al revés. Vemos en el Evangelio de hoy como Cristo supera el antagonismo u oposición aparente. Por ello, ni horizontalismo ni verticalismo. Los dos mandamientos forman una unidad.
La señal de cristiano es la cruz. En el sacramento del bautismo, al inicio, se señala qué es la cruz. El ministro del sacramento, los padres y padrinos hacen la señal de la cruz en la frente al niño. La cruz es siempre un signo del amor de Cristo a su Padre y a la Humanidad. El entregó su vida por amor a Dios, su Padre, y por amor a los hombres. La prueba máxima, dice Jesús, “es dar la vida por el amigo” (Jn 15,13).
Amar a Dios no es puro sentimiento. Sin duda que el amor trae consigo ciertos estados de ánimo, pero el amor auténtico es mucho más. Es una elección, un compromiso, una decisión, una entrega. El amor no se queda en las palabras. Amar es complacerse, gozarse, admirarse. Amar es buscar la cercanía y unión con el otro. Dios está cerca de nosotros, pero cada cual se aleja o se acerca a Dios.
¿Cómo se podrá decir que se ama a Dios sino hablamos cada día con Él? La oración es conversación con Dios. El amor de Dios es exigente, pide totalidad. Pide confiar totalmente en Él, que ofreció su vida por todos en la cruz. ¿Cómo entender el amor a Jesucristo y no celebrar cada domingo la eucaristía? La voluntad de Cristo está expresada en estas palabras suyas: “hagan esto en memoria mía” (1Cor 11,25). ¡Qué bien lo expresa el apóstol Pablo! La eucaristía es cumplir la voluntad de Jesús que nos ama y a quien queremos amar.
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 4 de noviembre de 2012