El año 2003 después de concluir mi formación me enviaron de pastoral a la Provincia de Tapacarí, una de las tres provincias más pobres del Departamento de Cochabamba, a la parroquia de San Agustín.
Mi primer viaje, sin conocer pero con las indicaciones precisas de Mons. Ángel Gelmi, hice manejando una camioneta hecha para esos caminos ásperos, angostos, llenas de huecos y unas curvas cerradas. Por esas rutas los autos se internan zigzagueando, uno se da cuenta de que aquellos caminos han sido abiertos a pico y pala.
Meses más tarde vi cómo los campesinos de Ñuñumayani (nombre que proviene de una planta aromática de la zona con esa denominación) abrieron el camino a picota y combo limpio y quizá ayudado por alguna maquinaria. Para llegar a aquella comunidad de particular paisaje lo hace montado en viejos camiones llamados “Erres”, no sé porque, se viaja compartiendo el espacio con niños y niñas, acompañados por sus padres, los bultos de comida, los barriles de combustibles, las gallinas, y bolsas de abarrotes colgadas de las barandas.
Recuerdo que llegamos hasta un punto que el camino permitía la entrada de los autos y nos explicaron que todavía nos faltaba por recorrer a pie un buen trecho para llegar al lugar de misión, pues el camino estaba todavía en construcción. Caminamos una hora más hasta el “Wawa huasi” (casa de niños) de la comunidad que monseñor Gelmi ayudó a construir, allí me hospedé para la misión de Pentecostés.
Algunos meses después, volvimos a “Ñuñumayani” para celebrar
Juan el Bautista anuncia la llegada del Señor sirviéndose de las palabras del profeta Isaías, que invitaba a su pueblo a abrir “un camino recto, derecho dicen otros, para el Señor”. El texto de Isaías sigue diciendo: “Rellenen todas las cañadas, habrán los cerros y las colinas, conviertan la región quebrada y montañosa en llanura completamente llana”. Cada uno de nosotros sabrá qué implicaciones tiene esto en nuestra vida de fe, en nuestras relaciones con Dios y el prójimo. Qué cañadones tenemos que rellenar, qué cerros y qué colinas tenemos que allanar, qué alcantarillas o quizá puentes tenemos que construir para permitir que el Señor llegue hasta el pie de nuestro corazón.
Este tiempo de adviento es un tiempo propicio para abrir nuestros caminos, arreglarlos, mejorarlos. Así como los campesinos de la comunidad de Ñuñumayani. tenemos que prepararnos para que el Señor pueda llegar hasta nosotros y regalarnos con sus dones en esta Navidad que se aproxima más. ¡Ojalá no sea necesario usar la dinamita…¡
Por: Fernando Carrillo M.