El sol abrazaba a la hora en que anunciaron en la Plaza Antonio Maceo que el Papa había aterrizado en Santiago de Cuba, y un mar de peregrinos bajaba de prisa, como quien llega para un encuentro muy ansiado. Hacía rato que los jóvenes habían puesto su nota de alegría y creatividad, que para muchos era continuidad de la vigilia en Don Bosco, y una noche de piso, banco o litera en alguna de las parroquias que brindaron su hospitalidad: los camagüeyanos trajeron una conga con todas las de la ley, los holguineros bailaban y cantaban todo el tiempo, los de ciego inventaban coritos…
La muy bien animada catequesis que combinaba alocuciones y cantos iba poniendo a la variopinta concurrencia, con la gran celebración que ya estaba comenzando a ocurrir: “Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro…”, cantaba el coro y los participantes que iban entrando en sintonía, mientras otros conversaban, se abrazaban, o esperaban la clemencia del astro rey bajo la modesta sombra del palmar al fondo de la plaza.
El sol dejó de importar cuando entró a la plaza la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, la auténtica, la que lleva 400 años entre nosotros. La plaza estalló y la algarabía se confundió con el coro que cantaba un cubanísimo saludo a la Madre, que resplandecía sobre el blanco de las gorras y camisetas alegóricas a la celebración. Ya estaba entrando a la plaza el grueso de los santiagueros que había participado en la acogida al Papa en las calles de la ciudad.
Raquel, una joven de la diócesis de Holguín dijo que estaba muy emocionada por la visita del Papa. Al preguntarle si pensaba que el júbilo que mostraban los presentes era auténtico, ella dijo estar convencida de que así era: “aquí nadie viene obligado”.
Ramón percibía: “la gente está muy feliz, porque han venido a ver al papa y a recibir un mensaje de esperanza y paz, que este pueblo tanto necesita en estos tiempos”. Al preguntarle por qué estaba casi sin voz me contestó: “imagínate que desde que llegamos estamos cantando y diciendo coritos, estamos felices y queremos que eso se pegue”.
Los sacerdotes primero y los obispos después, llegaron en procesión desde el lateral izquierdo recibiendo el saludo de los animadores y el aplauso del pueblo. Luego llegó el presidente Raúl Castro.
¡Llegó el Papa!, y la plaza, ya completamente llena, volvió a estallar el Sucesor de Pedro hizo el mismo recorrido de la imagen de la Caridad bendiciendo al pueblo que lo aclamaba, fotografiaba y filmaba. El coro cantaba “Peregrino de la Caridad” y el P. Rafael Ángel realizó la introducción a la Santa Misa.
La gente poco a poco se fue metiendo en la celebración, “el librito está muy bueno” -dijo Yoandy- “ya me lo leí, por aquí voy a seguir lo que pasa porque de esto no entiendo na’”. Se refería al pequeño misal repartido por miles para los peregrinos, con la liturgia y los cantos de la misa. “La gente conservará los pequeños misales por mucho tiempo, sobre todo porque tienen a la Virgen de la Caridad” –había dicho Mons. Dionisio García al pequeño equipo de comunicadores que lo apoyábamos en Santiago. “… y los afiches, hay quien ni lo ha puesto en la puerta y ya lo tiene puesto dentro de su casa: tienen una magnífica imagen de la Virgen de la Caridad”.
El júbilo en la plaza se volvía cada vez más atención, curiosidad, piedad,…, a medida en que la misa se desarrollaba. “El Papa dijo cosas buenas… en su lenguaje, pero las dijo…, buenas y fuertes,… ayá el que no entienda”, dijo Jorge Luis, un carnicero particular del centro de Santiago. “Y qué lindo lo que dijo el padre cubano que habló primero (Mons. Dionisio)…, se oía emocionado. ¡Es verdad que cuando se quiere se puede!, lo que hay es que querer”. Dijo Mercedes, vestida de blanco y llena de collares multicolores.
Contrastó de forma muy especial el momento en que, después del prefacio eucarístico, que Su Santidad dijo en Latín, estalló el canto del Santo, con tiempo de guaracha, percusión fuerte, piano colorido y una plaza que retumbaba: ¡qué gran misterio de diversidad es la Iglesia!¡es universal!¡del latín y la tumbadora! Del piadoso teólogo alemán que se autodenomina “herramienta insuficiente” de Dios, y de la mulata guantanamera que corea con sus amigos: ¡Benedicto, Benedicto, estos son los jóvenes de Cristo!.
La Santa comunión fue repartida a miles de personas en aquella plaza convertida en Basílica de La Caridad. Cuando terminó la misa, la gente comenzó a irse, pero la mayoría se quedó hasta la retirada de la Bendita Imagen de la Virgen para vitorearla una vez más.
Fue una tarde de alegría y piedad, de oración y esperanza. Los frutos se verán con tiempo y sosiego, como todo lo de Dios, a pesar de la urgencia de nuestras necesidades materiales, morales y de justicia. No es con prisa, sino con voluntad y fe que podremos salir adelante. ¡Gracias Santo Padre, por venir a alentar es fe! La voluntad y la acción son ahora nuestro trabajo.