Internacional

seguir a Cristo y adherirse a Él, nuestro objetivo final de la vida humana S.S. BENEDICTO XVI, Angelus, solemnidad de todos santos.

EL VATICANO.- Al mediodía de hoy, Solemnidad de Todos los Santos, el Santo Padre Benedicto XVI se aproxima a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

Estas son las palabras del Papa en la introducción de la oración mariana:

Antes del Angelus

Queridos hermanos y hermanas!

La solemnidad de Todos los Santos es una ocasión propicia para elevar la mirada de las realidades del mundo, marcada por el tiempo, el tamaño de Dios, la dimensión de la eternidad y de la santidad. La liturgia de hoy nos recuerda que la santidad es la vocación original de todos los bautizados (cf. Lumen gentium, 40). En efecto, Cristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo es el único (cf. Ap 15,4), amó a la Iglesia como su esposa y se entregó a sí mismo por ella, con el fin de hacerla santa (cf. Ef 5,25-26). Por esta razón, todos los miembros del Pueblo de Dios están llamados a ser santos, según una declaración del apóstol Pablo: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4.3). Por tanto, estamos invitados a ver su aparición en la Iglesia no sólo temporal y humana, marcada por la debilidad, sino como Cristo lo quiso, en “comunión de los santos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 946). En el Credo profesamos que la Iglesia es “Santa”, ya que es el sagrado cuerpo de Cristo, es un instrumento para la participación en los sagrados misterios, sobre todo la Eucaristía, y la Sagrada Familia, a cuya protección se asignó el día del Bautismo.

Hoy veneramos en sus propias comunidades a este sinnúmero de Todos los Santos, quienes, a través de sus diferentes ámbitos de la vida, nos muestran diferentes formas de santidad, unidos por un denominador común: seguir a Cristo y adherirse a Él, nuestro objetivo final de la vida humana. Todos los estados de la vida, de hecho, pueden llegar a ser, por la acción de la gracia y con el compromiso y la perseverancia de cada uno, camino a la santificación.

La Conmemoración de los Fieles Difuntos, que se realiza mañana, 2 de noviembre, nos ayuda a recordar a nuestros seres queridos que nos han dejado, y a todas las almas en su camino hacia la plenitud de la vida, en el horizonte de la Iglesia en el cielo, en la solemnidad que se plantea hoy en día. Desde los primeros días de la fe cristiana, de la Iglesia en la tierra, el reconocimiento de la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, honró con gran piedad el recuerdo de los muertos y ofreció por sus votos. Nuestra oración por los muertos no sólo es útil sino necesaria, ya que no sólo puede ayudar, sino al mismo tiempo hacer eficaz su intercesión por nosotros (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 958). Incluso una visita a los cementerios mantiene los lazos de afecto con los que nos han amado en esta vida, nos recuerda que todos tendemos a otra vida más allá de la muerte. El llanto debido al terreno desprendimiento, por lo que no prevalezcan sobre la certeza de la resurrección, la esperanza de alcanzar la felicidad de la eternidad “, momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad” (Spe salvi, 12). El objeto de nuestra esperanza es el hecho de regocijo en la presencia de Dios en la eternidad. Él prometió Jesús a sus discípulos: “Yo volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie puede quitarles la alegría” (Jn 16:22).

A la Virgen María, Reina de Todos los Santos, confiamos nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos para los hermanos y hermanas muertos, su intercesión maternal.

Después del Angelus

Saludo con afecto a los fieles de lengua española presentes en esta oración mariana. En la solemnidad de Todos los Santos, la Liturgia nos invita a contemplar el amor infinito de Dios, que se refleja en la victoria de los que ya gozan de su gloria en el cielo. Es el amor del Padre que nos llama a ser hijos suyos, nos entrega a su propio Hijo para redimirnos con su sangre purificadora. Por eso nos proclama dichosos aun cuando sufrimos tribulación, porque en Él tenemos nuestra esperanza. Respondamos con generosidad y coherencia a ese don, que ha sido derramado en nuestros corazones, siendo Santos como Dios es Santo, para que también en nosotros se manifieste su gloria. Que Dios os bendiga.