Misa Crismal 2019
El Señor me ha ungido
Queridos hermanos Presbíteros, queridos hermanas y hermanos en Cristo.
«El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.»
Con estas Palabras nuestro Señor Jesucristo se presentó en la sinagoga de Nazaret. Citando el Profeta Isaías, se mostró plenamente consciente de su vocación y de la unción del Espíritu que recibió para cumplir su misión.
Cuando llegó el momento culminante, Jesús nuevamente expresó su conciencia de su misión. Se consagró con la “oración sacerdotal” diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti…. Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra…. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.» (Juan 17).
Como podemos apreciar, con estas palabras, Jesús no solamente se consagró a si mismo; también pidió por sus apóstoles, a quienes luego envió su Santo Espíritu, ungiéndolos para su misión en el mundo.
Hoy, en comunión y continuidad con la oración de Jesús, nuestros sacerdotes renuevan las promesas con las cuales se consagraron al servicio del Señor y de su Pueblo. La mayoría están aquí de toda la Diócesis; por las distancias, los padrecitos de Puerto Suárez están participando en la Misa Crismal de Corumbá, donde celebra el nuevo Obispo recién instalado.
«Y ustedes serán llamados «Sacerdotes del Señor», se les dirá «Ministros de nuestro Dios.» Así también profetizó Isaías, con palabras que se cumple a través de nosotros, hermanos. Somos “Sacerdotes del Señor”. Somos “Ministros de nuestro Dios”. Hemos sido ungidos por el Espíritu Santo y Jesús nos ha encomendado el misterio de la Alianza Nueva y Eterna, para santificar a su Pueblo.
Dios nos ha hecho una promesa; nos dice con las palabras del Salmo 88: “Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, su poder crecerá a causa de mi Nombre”. De la misma manera que el Señor es fiel a nosotros, nos toca a nosotros ser fiel al Señor, diciendo con nuestra oración y con la entrega de nuestras vidas: “Cantaré eternamente tu amor, Señor.” Espero, queridos hermanos Presbíteros, que se sienten profundamente convencidos, privilegiados y agradecidos al Señor por haber sido elegido y consagrado con Cristo y por Cristo para su misión como Pastores, Profetas y Sacerdotes en esta querida Iglesia de San Ignacio. Y espero al mismo tiempo que renuevan sus compromisos con la misma humildad y entrega con que Jesús llevó su cruz.
Ayer en París ardió una de las Iglesias más icónicas del cristianismo, la Catedral de Notre Dame en París. Es una tragedia catastrófica, pero gracias a Dios se salvó la estructura misma y la mayoría de sus obras de arte. Siendo un signo de la fe católica en el corazón de Europa, como también una expresión de lo mejor que hay en la humanidad, esperamos que sea reconstruida con cada detalle de su grandeza.
Hay otro incendio de igual o mayor proporción que ha afectado a la Iglesia en las últimas décadas. Me refiero a la traición cometida por algunos sacerdotes, quienes aprovecharon su sagrada investidura para luego abusar sexualmente de niños y adolescentes. Esta plaga no es limitada a sacerdotes, más bien todos los días en nuestro medio nos enteramos de violaciones y abusos, muchos en el seno de la las familias. Es como si un fuego voraz hubiera salido del infierno para arrastrar con lo más bello de nuestra Iglesia católica y dejarla en ruinas, como ahora vemos la Catedral de Notre Dame.
El daño a las víctimas es incalculable, como también a la misma Iglesia. En algunos lugares, la reconstrucción de la confianza y la fe tomará décadas, y dependerá de esfuerzos de todos, pero de manera especial de nosotros los sagrados ministros de Dios. Todo abuso sexual cometido por un sacerdote es un verdadero beso de Judas que traiciona a Jesús. Reparar el daño requiere el martirio de los demás elegidos de Dios, y a este esfuerzo hemos sido llamados.
El Papa Emérito, Benedicto XVI, analizando esta tragedia, apunta al colapso de la moralidad sexual en el mundo, hoy caracterizado por un libertinaje total, y una superficialidad en la teología moral que se proponía durante estos tiempos. “¿Por qué la pedofilia llegó a tales proporciones?”, pregunta Benedicto. “Al final de cuentas, la razón es la ausencia de Dios. Nosotros, cristianos y sacerdotes, también preferimos no hablar de Dios porque este discurso no parece ser práctico.”
Entonces concluye el Papa Emérito: “Una tarea primordial, que tiene que resultar de las convulsiones morales de nuestro tiempo, es que nuevamente comencemos a vivir por Dios y bajo Él. Por encima de todo, nosotros tenemos que aprender una vez más a reconocer a Dios como la base de nuestra vida en vez de dejarlo a un lado como si fuera una frase no efectiva.” Creo que tiene mucha razón.
De su parte, el Papa Francisco, en la recién publicada Exhortación Postsinodal a los Jóvenes, dice que tenemos que “Poner fin a todo tipo de abusos”. Identifica como una de las causas el clericalismo y escribe: “El deseo de dominio, la falta de diálogo y de transparencia, las formas de doble vida, el vacío espiritual, así como las fragilidades psicológicas son el terreno en el que prospera la corrupción”.
Por todo esto nos toca hoy renovar nuestra vocación, recordando: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres… y el año de la gracia del Señor”.