Un año más de vida de nuestro país, oportunidad para agradecer al Señor y tener una mirada global sobre nuestra Patria. Este aniversario cae en un período de campaña electoral, qué no debe reducirse a un tiempo de proclamaciones, sino de ofertas de programas concretos y evaluables, con miras a construir un país renovado y justo para reavivar la esperanza en tantos hermanos pobres y excluidos.
“Tú Dios colmaste a tus hijos de una feliz esperanza”, lo hemos escuchado hace un momento en la lectura de la Sabiduría. ¡Qué la esperanza de justicia, equidad, inclusión y solidaridad, sea el horizonte cierto de todos los programas de gobierno! En este sentido, me atrevo a proponer el sueño de una Bolivia edificada sobre la base de los valores y principios del Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia, valiéndome también de la carta pastoral de la CEB: “Los católicos ante la Bolivia de hoy: presencia de esperanza y compromiso”.
Unidad con inclusión sin exclusión
Una aspiración prioritaria es promover la unidad entre todos los bolivianos, desde la diversidad de regiones, razas y culturas, para que nuestro país sea una realidad social viva, singular y pujante. Es fundamental que los bolivianos busquemos siempre lo que nos une y nunca lo que nos divide, superando la constante tentación de resaltar más las diferencias y de imponer una cultura sobre las otras. Se requiere el esfuerzo de todos para construir una cultura que tenga un objetivo común de patria, que se abra a nuevos horizontes, de unidad, armonía y respeto, en la complementariedad enriquecedora de las diversidades.
En este intento hay que seguir impulsando con más decisión la inclusión y participación en la vida nacional de nuestros pueblos indígenas, de los pobres y de los sectores sociales marginados. Este proceso iniciado hace años, necesita ser evaluado con un discernimiento basado en la humildad y la verdad, que nos ayude a constatar nuestros aciertos y corregir nuestros errores y nuestro rumbo, para relanzar una política de inclusión social que no sea causa de nuevas exclusiones.
Independencia de los órganos del Estado
La Constitución Política del Estado llamada a garantizar la seguridad jurídica de todo estado de derecho, señala que los órganos de poder estatal deben observar los principios de independencia, separación, coordinación y cooperación, como piedra angular de la pervivencia de la democracia y de la solución pacífica de las diferencias en nuestra sociedad. La vigencia del estado de derecho es imprescindible para garantizar una convivencia justa y pacífica. Nadie tiene derecho de arrogarse todos los poderes, por mucha legitimidad que ostente.
Justicia independiente e imparcial
Desde esta misma óptica, exige una particular atención la crisis institucional de los organismos judiciales y la administración de la justicia por la que atravesamos, cuya gravedad pone en riesgo la convivencia democrática y pacífica. Ciertamente la justicia está llamada a extirpar la impunidad y sancionar los delitos, pero sólo puede hacerlo con una auténtica vocación de equidad, en un ambiente de imparcialidad y libre de cualquier tipo de presiones.
“Tu fuerza es el principio de tu justicia y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. Como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia”.
Me sorprenden estas palabras de la Sabiduría que hemos escuchado: Dios manifiesta ser dueño absoluto de su fuerza al ejercer el poder con justicia, indulgencia y serenidad.
Democracia real
Pasando al ámbito político, considero que todavía hay que consolidar la democracia participativa y real, basada en la libertad, los valores éticos y morales y la vigencia de los derechos humanos. Una democracia sin valores, se vuelve fácilmente una dictadura y termina traicionando al pueblo. Tanto la libertad como la dignidad del ser humano son valores fundamentales reconocidos por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y su carácter absoluto está vinculado a la trascendencia y a Dios. En esta visión, el Estado está llamado a albergar a todos, sin absolutizar una ideología ni imponer el pensamiento único.
El “vivir bien”
En el ámbito social, los esfuerzos que se están realizando en nuestro país quieren lograr que el “vivir bien” esté al alcance de todos. Es un propósito sugestivo, sin embargo es necesario comprender el “vivir bien” en su sentido integro, que abarca las tres relaciones fundamentales del ser humano. “Vivir bien” en:
– relación con Dios mediante la fe, fuente de su vocación y de su destino.
– relación con los hermanos sobre la base de la justicia y la igual dignidad, mediante el compromiso solidario y la búsqueda del bien común, en particular de los pobres y excluidos.
– relación con la naturaleza mediante el uso correcto de los bienes de la tierra para que beneficien ecuánimemente a todos hoy y mañana a las generaciones futuras.
No es aceptable una visión reduccionista del “vivir bien” que limite la realización humana sólo a la satisfacción de las necesidades materiales básicas, sean éstas individuales o colectivas. El “vivir bien” es tal, solamente si apunta a la vida plena prometida por Jesús: “Vine para que tengan vida y vida en abundancia”.
Protección de la vida
La vida humana, reconocida y protegida por toda sociedad organizada, es la base fundamental de la existencia y coexistencia y debe ser respetada en todo ámbito, familiar, educativo, laboral, social, científico u otro. Es compromiso primario del Estado promoverla y defenderla en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, sin distinción alguna, sin que pueda excluirse de este derecho a seres humanos, por razón de edad u otra condición.
Obras y leyes al servicio de los más vulnerables
La coyuntura macroeconómica en el país ha producido en estos últimos años indicadores positivos, debido a varios factores y circunstancias favorables, no obstante sigue habiendo fuertes desigualdades económicas entre la población y ha aumentado la brecha entre ricos y pobres, entre el campo y la ciudad y entre grupos sociales. Hay que aprovechar esta bonanza para luchar con fuerza en contra de la pobreza e incrementar programas concretos en el campo de la salud, educación, vivienda y obras de asistencia social, en beneficio de los sectores más pobres y vulnerables, como los ancianos, los niños, las madres solteras o abandonadas y tantas otras personas sufridas. Un número demasiado grande de hospitales, colegios, hogares, recintos penitenciarios y otras obras sociales, se sustentan en medio de grandes dificultades y en condiciones inadecuadas que incluso vulneran a los derechos humanos.
En justicia y en el respeto de la dignidad de tantos hermanos sufridos y marginados es una obligación urgente anteponer las políticas sociales a cualquier otro programa tanto a nivel nacional, como departamental y local.
Narcotráfico y drogadicción
Hay otros retos siempre apremiantes, el principal de ellos, sin duda alguna, es debelar la calamidad del narcotráfico y la drogadicción. El crecimiento exponencial del tráfico y consumo de drogas ilícitas en nuestro país está afectando seriamente a la población boliviana “en su mayoría jóvenes, que son víctimas de la vorágine insaciable de intereses económicos de quienes comercializan con la droga”, con consecuencias nefastas para las personas y la sociedad, generando violencia y muertes, desintegración familiar, distorsión económica y corrupción en las instituciones. La gravedad del problema pide una lucha frontal y permanente en contra del consumo y tráfico de drogas, insistiendo sobre todo en el valor de la acción preventiva y reeducativa.
Otro fenómeno que hay que erradicar con la máxima fuerza y valor, es la propagación del soborno y la corrupción tanto a nivel privado como público, una plaga que se va arraigando siempre más profundamente en nuestra sociedad, y arriesga volverse cultura.
Inseguridad ciudadana
Otra preocupación que alarma e inquieta a la ciudadanía es el clima de inseguridad que sufre en carne propia, el temor cotidiano a posibles agresiones, asaltos, secuestros, violaciones, de los cuales todos podemos ser víctimas. Algunas de las causas, ya señaladas anteriormente, son la falta de valores y de referencia ética y moral, la educación inadecuada, el narcotráfico, la pobreza y el desempleo que afectan un gran número de personas en especial jóvenes.
También se debe a un clima de violencia y agresividad que, desde muchos años, campea impunemente en nuestra sociedad tanto con el lenguaje como con actitudes de confrontación y hostilidad. Una muestra significativa la tenemos en esta campaña electoral, donde muchos candidatos recurren a discursos virulentos, insultos y mentiras. Para reprimir a los violentos, no se puede recurrir solo a la represión y tampoco contestar a la violencia con violencia. Hay que eliminar las causas de la violencia y educar a la paz y al respeto de las personas, sobre la base de la ética y los valores humanos.
Actitudes para las autoridades
Por último una palabra acerca del espíritu y de la actitud que tiene que regir a las autoridades en el ejercicio de sus funciones. En el Evangelio hemos escuchado a las palabras de Jesús: “Los reyes de las naciones… dominan como señores absolutos, los que ejercen poder se hacen llamar bienhechores, no así ustedes… sino que el mayor entre ustedes sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve… Yo estoy entre ustedes como el que sirve”.
Una autoridad no puede olvidar que es elegida por el pueblo para cumplir lo que el pueblo pide, y no para imponer sus propios planes e ideologías. Por tanto, el marco de sus funciones es el bien común, que es la razón de ser de la política, con especial atención a los más pobres y necesitados. La autoridad así entendida es servicio, en contraste total con el poder como dominio, que se extralimita, se auto-diviniza y reclama absoluta sumisión.
En este tiempo determinante hago una invitación a todos los ciudadanos a redescubrir los sentimientos de esperanza y el deseo de superación que ciertamente estuvo en el corazón de los próceres que lucharon por la independencia, para que aportemos con responsabilidad y desprendimiento a la vida de nuestro país.
Qué nadie se acostumbre a la pobreza y a la violencia, conscientes de que si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará en nuestro lugar.
Invito especialmente a los jóvenes para que se arriesguen y sueñen días mejores, para que sean protagonistas de su propia vida y de la vida de la sociedad, que enfrenten con alegría y coraje los desafíos cotidianos y den testimonio de los valores humanos y cristianos que tienen dentro de sí.
Qué el Señor bendiga, acompañe los esfuerzos y propósitos de todos y despierte en nuestros corazones la “feliz esperanza” y el compromiso de seguir construyendo una Bolivia justa y solidaria, una verdadera casa común para todos. Amén
Mons. Sergio Gualberti Calandrina es el Arzobispo de Santa Cruz – Bolivia