Cochabamba

Mons. Pascual: “La misericordia de Dios nos invita a ver el futuro con esperanza”

 Durante la eucaristía celebrada desde la Parroquia “Corazón de Jesús” en la localidad de Patacamaya, el quinto domingo de cuaresma, jornada nacional de la solidaridad; Mons. Pascual Limachi, Obispo de la Prelatura de Corocoro, animó a aprender a mirar como Dios, con misericordia; pues, “Él conoce nuestros pecados, nuestras limitaciones, pero también conoce que Él nos ha dado su gracia para levantarnos y para no pecar más, confiemos en la mirada de Jesús. Dejemos de estar buscando la mirada de aprobación de los demás y con la mirada fija en Él, sigamos avanzando hacia pascua eterna”.

 

A continuación, la homilía completa:

UN PERDÓN QUE NO CONDENA, RECONSTRUYE.

La palabra de Dios nos invita a vernos, a mirarnos como Dios nos mira. Es cierto que tenemos una naturaleza humana débil, frágil, pecadora, pero tenemos mucho más que eso. La misericordia de Dios nos invita a ver con esperanza el futuro maravilloso que Dios tiene preparado para nosotros

El relato del evangelio de Juan hoy nos dice: los fariseos llegaron al templo llevando una mujer que había sido sorprendida en adulterio.

Esta gente que rodea a Jesús, «armada» con una mujer a la que han encontrado en pecando, se siente representante de la Institución Judía y del mismo Dios, y pretenden ponerle una trampa a Jesús: A ver si se atreve a decir algo en contra de «lo que está escrito», de sus sagradas leyes (es decir: de Dios). A ver si así deja de una vez de hablar de misericordia y de comprensión en el nombre de Dios. Hay que cumplir lo que ha mandado Moisés.

Todo está a punto: el delito evidente, los testigos, las piedras en las manos y la Ley que mandaba matar. Jesús: «¿tú qué dices?«.

Pero Jesús no dice nada. Lo primero que hace es callar, dar tiempo al silencio, esperar. Da una oportunidad a los acusadores a ver si son capaces de mirar la situación de otro modo, con calma, con otros ojos, ojos de misericordia, a ver si alguien tiene algo nuevo que aportar. Pero es inútil. Todo está muy claro; están seguros de tener razón. Para ellos no hay otro camino.

Pero a esta mentalidad educada y dependiente de preceptos, normas, leyes, definiciones, juicios y condenas… le resulta casi imposible dar el salto. No saben nada de Dios. Han hecho a Dios a su imagen. Precisamente aquello que está prohibido en el primer mandamiento, hacerse imágenes de Dios (Éxodo 20, 2-5).

El Maestro pide a todos aquellos señores con vocación de jueces, que dejen de acusar, que no miren a los demás desde arriba, que se pongan al nivel de todo el mundo, que traten de experimentar de algún modo la debilidad del otro, y que recuerden sus propias incoherencias y pecados. Jesús siendo Dios bajo del cielo, poniéndose a nuestra altura, hasta el punto de rebajarse hasta morir en una cruz. Por eso, ante estos señores «tan altos», tan prepotentes, tan intransigentes, en su verdad y en su cátedra, él se baja, se echa al suelo, donde está la mujer. Sólo desde donde ella se puede hacer un juicio justo. ¡Pobre del que no se acuerda de esto: más pronto o más tarde terminará lanzando piedras! El que se olvida de sus propios pecados y de la misericordia que han tenido con él, al final no será capaz de resistir la tentación de apedrear a cualquier pecador que se le ponga por delante.

El diálogo final entre Jesús y la mujer tiene una ternura especial. Ella necesita, por encima de todo, que la reconstruyan: Está destrozada. No ha abierto la boca. Y esta es la tarea que asume el Señor. Como si recordara esas palabras de Isaías que hoy hemos escuchado en la primera lectura: «No recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo». Lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que tiene que brotar, lo nuevo. Ella necesita un camino en su desierto, un río en su vida seca.

¿Cómo llegó a tan lastimosa situación? ¿Qué pasaría en su vida de pareja para que haya tenido que ir a buscar cariño a otro sitio? ¿Qué ganamos con apedrearla? Lo que debiera importarles e importarnos es que se rehaga, que se encuentre a sí misma, que sea una persona nueva.

¿Han visto aquí la penitencia que Jesús pone ante un pecado evidente? ¿Han visto cómo riñe a la mujer? ¿Han visto qué condiciones le pone para perdonarla? Si recuerdan la parábola del domingo pasado: ¿Le sintió aquel padre; alguna bronca al hijo derrochador, desobediente y cabeza perdida? ¿Recuerdan que le dijera: vas a tener que demostrar que estás arrepentido? Incluso le defiende ante el juicio objetivo e implacable de su hermano mayor. Su perdón es sin condiciones, un regalo, ¿qué es lo que significa «per-dón»?, un gran regalo inmerecido.

Y es que Dios cuando se encuentra con el pecado, sólo le inquieta una cosa: ¿Qué hacemos para vencerlo? ¿Cómo superarlo? No importa lo que ha pasado, lo que hemos hecho: «Yo tampoco te condeno«. Él, lo que busca es hacer que surja algo nuevo en nosotros. Porque la peor situación es la desesperanza, el sentirse «malo», superado, humillado, vencido. Así no hay progreso espiritual ni revitalización cristiana ni eclesial, ni salvación. Y el hombre/mujer se pierde.

Necesitamos escuchar la voz que Dios quiere dirigirnos en nuestro pecado y ante el pecado que descubrimos en los otros: Necesitamos sentirnos nuevos, que se nos abran los caminos. Necesitamos escuchar muchas veces de sus labios: «Yo tampoco te condeno, anda y no peques más», y se nos caerán todas las piedras de las manos.

Por tanto, nosotros debemos a aprender a mirar como Dios nos mira, con misericordia. El conoce nuestros pecados, nuestras limitaciones, pero también conoce que Él nos ha dado su gracia para levantarnos y para no pecar más, confiemos en la mirada de Jesús. Dejemos de estar buscando la mirada de aprobación de los demás y con la mirada fija en Él, sigamos avanzando hacia pascua eterna.

Que la palabra de Dios habite en nuestros corazones.

Amén

 

Fuente: Iglesia Viva