Domingo V del tiempo Ordinario, Monseñor Oscar Aparicio en la Homilía Dominical destacó la figura del Apóstol, en la que se refleja todo cristiano que es llamado y enviado, siempre que exista la disponibilidad para que el Señor pueda hacer su obra.
Destacó en San Pablo, auténtico Apóstol, el encuentro intimo con el Señor que sabe de las debilidades y pecados de cada uno, y que frente a reconocerse frágil se hace disponible sabiendo que nada es mérito suyo sino de un Dios que llama. Similar situación expuesta en el Evangelio, con Simón que escucha la voz del Maestro, y se entrega a la misión.
Homilía de Mons. Oscar
Si el anterior domingo se nos presentaba la figura del profeta, que tiene unas características muy particulares, el hecho, por ejemplo, de que el profeta es elegido por Dios, llamado por Dios, es quien lo reconoce y es quien lo instituye como tal. No es mérito propio. Y este profeta cumple la misión que Dios le da, es decir, habla en nombre de Dios. No es tampoco palabra suya ni voluntad suya lo que va a anunciar.
Hoy, la Palabra hace una hermosa comunión entre lo que es el ser profeta y el ser apóstol. Sabemos que literalmente apóstol significa enviado. Pero vean que aquello que se anunciaba del profeta es también característica del apóstol. Es Dios quien lo llama, es Dios que lo instituye como tal. Es Dios que le da la vocación también de apóstol, enviado en nombre de Dios, realizará su trabajo. En nombre de Dios hablará lo que Dios le dictamen, de lo que Dios le diga, él predicará. Es enviado de Dios.
Vean que Isaías, el profeta Isaías, tiene también esta vocación de apóstol. Es hermoso cuando en la boca de Dios se dice ¿a quién enviaré? Es bella la figura a quien voy a enviar yo, casi como una afrenta o una invocación, así como diciendo: Y ahora qué puedo hacer yo. Y es Isaías que se predispone y dice: Envíame a mí. Ha descubierto que también esta vocación suya, la de Isaías, es de ser enviado por Dios. Envíame a mí. Aquí estoy yo, Señor. Si tú ya me has hecho profeta, me has instituido como profeta, envíame a mí, hazme apóstol.
O lo que dirá propiamente en la segunda lectura, el apóstol Pablo. Pablo no es testigo ocular de Jesús, es decir, no ha conocido a Jesús ocularmente. Jesús, cuando hace su misión en la tierra, cuando está en Jerusalén y los otros lugares, no es conocido por Pablo. Pablo era fariseo y luego perseguidor de los cristianos. Él no ha tenido ni siquiera la experiencia de ver a Jesús resucitado como lo hacen los otros. Pero por la experiencia que tiene de Dios y de Jesús, en el momento oportuno, se siente llamado Quien lo instituye como apóstol a Pablo es Jesús, quien lo derriba del caballo y le da una misión y lo convierte de perseguidor a ser anunciador del Reino de Dios, es Jesús a quien persigue para. Y él descubrirá, por tanto, que la fuerza de Apóstol, la institución de Apóstol, el ser enviado de parte de Jesús, es por obra siempre de Jesús. Hay una característica interesante, igual que Isaías, igual que hoy Pablo reconoce que es débil. Reconoce que su dignidad de Apóstol no le viene por sus méritos. Más bien, ha sido perseguidor y ha sido pecador. Pero la fuerza y el envío de hablar en nombre de Dios y construir el Reino de Dios y anunciar el Evangelio, le viene justamente de un Dios que lo ama, que lo perdona y que lo envía, lo hace Apóstol, auténticamente Apóstol, que no tiene nada que envidiar a aquellos que han sido testigos oculares de Jesús. Aquellos que han convivido con Jesús. Aquellos que han sido testigos de la resurrección como son los otros. Él es Apóstol auténticamente.
Vean, hermanos, que ya para nosotros, si el anterior domingo se nos habría dado el llamado también a ser profetas, hoy a través de esto, se nos abre el llamado a ser también apóstoles.
El Evangelio ratifica absolutamente todo esto. Si lo vemos, lastimosamente no en detalle, pero veamos un poquito el Evangelio. Es hermosa la forma de empezar. En una oportunidad, entre otras, quiere decir; la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra. La multitud siempre es de aquellos necesitados, hambrientos, aquellos sedientos, aquellos que están en crisis y aquellos en soledad, aquellos enfermos, aquellos acongojados, los desorientados; como puedes ser tú, como puedo ser yo. Esta multitud, habiendo escuchado que Jesús hablaba en nombre de Dios, hablaba las palabras de Dios, querían escucharle y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Pero viendo dos barcas sube a una de ellas, y con toda autoridad se sienta y empieza a enseñar a la multitud. De esta figura ya hemos hablado algunas veces ojalá que tengamos posibilidad, hacia futuro también decir algo. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón Navega mar adentro.
Aquí está la característica del apóstol Simón. Esta es tu barca, tú has estado trabajando. Navega mar adentro, es un mandato. Envía Jesús a Simón a navegar mar adentro. Vean qué significa esto. Significa que lo está mandando a pescar, a una hora que no es normal pescar. Pedro o Simón es experto en la pesca, es un pescador profesional. Sabe que a esa hora no se pesca nada y además ha estado toda la noche. Todos aquellos pescadores han estado toda la noche intentando pescar y no han pescado nada. Entiende perfectamente que si Jesús lo envía a navegar mar adentro es a pescar. Vean la respuesta: Simón le respondió Maestro, hemos trabajado toda la noche entera y no hemos sacado nada. Y escuchen bien, pero si tú lo dices, echaré las redes. Si tú lo dices, si tú me envías y lo llama como maestro. Maestro, Jesús no es pescador, sin embargo, es llamado por el gran pescador como maestro y en nombre de Él echan a los demás, echan las redes y tal es la pesca que tiene que pedir ayuda. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador, como lo llama ahora.
¿Cómo lo llama? Ya no le dice Maestro. Le dice Señor. Ha visto la obra de Jesús, ha visto que en nombre de Él echa las redes, o en nombre de Él rema mar adentro, todo es diferente; y le dice Señor, por qué, no solo porque el poder se apodera de él, Si no ha reconocido algo, que él es débil, por más profesional que sea, él es frágil, por más buen tipo que sea, él es poco o nada por más barca que tenga y por más redes que tengan. Si no se hace en nombre de Dios, si no se es enviado por Dios, no se puede ser, por tanto, buen pescador, en el caso de Simón no se puede ser apóstol.
Los otros también se dan cuenta de esto. Señor, soy un pecador. Apártate de mí. Ojalá que nosotros hagamos experiencia de esto. Se nos invita también a ser apóstoles. Y Jesús le dice una cosa a Simón y nos dice a nosotros: No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres. De aquí en adelante serás pescador de hombres. Nuestra tarea, por tanto, hermanos míos, es la de Simón. No sólo ser profeta, sino también apóstoles enviados por Él. Porque a todos nos está llamando. ¿Qué debíamos hacer? La disponibilidad a dejar que el Señor haga su obra en nosotros y a través de nosotros. Amén
Fuente: Arquidiócesis de Cochabamba