Muy queridos hermanos y hermanas:
Durante la Cuaresma hemos tenido muy presente la recomendación que se nos da en la carta a los Hebreos 10,24: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y de las buenas obras”. De ahí que, viviendo el amor que procede de Dios y que nos lleva a amar a El y al prójimo, como Jesús amó a su Padre y nos ha amado, es que podemos celebrar la Pascua, uniéndonos a la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor y Maestro: “Si con El morimos, viviremos con El. Si sufrimos pacientemente con El, también reinaremos con El” (2 Timoteo 1, 11-12).
La andadura, en caridad y buenas obras, de estos cuarenta días de oración en relación con Dios, de caridad en relación con el prójimo y de penitencia en relación con nosotros mismos, nos está encaminando a celebrar con Jesucristo esta Pascua 2012 y hacerlo como Parroquia misionera.
Por eso, la necesidad e importancia de que en el Domingo de Ramos abramos las puertas de nuestras comunidades parroquiales a Jesucristo, quien viene en nombre de su Padre, y lo recibamos para vivir con El una auténtica Semana Santa de discípulos misioneros.
El Lunes, Martes y Miércoles Santo, salgamos de nuestras comunidades parroquiales para llegar a la Casa madre del Beni, la Catedral, que se convierte en la casa de Betania de los hermanos Lázaro, Marta y María donde Jesús se hospeda después de su entrada triunfal en Jerusalén, preparándose para su última Pascua en Jerusalén. Todos -niños, jóvenes y adultos-, para ser discípulos misioneros en nuestras Parroquias, tenemos necesidad de escuchar a Jesús, quien nos habla de misericordia y perdón y nos ofrece el perdón de nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia o Confesión. Vivan, por tanto, estudiantes, jóvenes y señoritas, mujeres y caballeros, en estos tres días santos, el encuentro pascual con Jesús, participando de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.
En la mañana del Jueves Santo, con la Eucaristía crismal, la Catedral es el Cenáculo para toda la Iglesia en el Beni, donde el Obispo, haciendo presente a Jesucristo sumo y eterno Sacerdote, consagra el aceite aromático, el santo crisma, y bendice los oleos de los enfermos y de los catecúmenos, que se preparan para el Bautismo. Esta Eucaristía es de capital importancia para redescubrir que, por el Bautismo y la Confirmación, somos Pueblo de sacerdotes, profetas y reyes, y que participamos del sacerdocio, profetismo y realeza de Cristo. También, en esta Misa crismal, somos testigos de la renovación de las promesas sacerdotales de quienes han recibido la Ordenación sacerdotal y son nuestros verdaderos Pastores, que, especialmente por la Palabra y los Sacramentos, hacen posible que la Parroquia sea comunidad de comunidades en misión. A la vez, en ella, agradecemos al Señor la institución del Ministerio sacerdotal y el Ministerio de nuestros sacerdotes, seculares y religiosos del Beni.
Ya, en la tarde o noche, Jesús nos invita a celebrar en la comunidad parroquial la Eucaristía de su Cena para dar gracias al Padre porque su Hijo ha querido estar con nosotros hasta el final de los tiempos en el Sacramento de nuestra Fe, instituyendo la Eucaristía, y nos ha dado los mandatos de la Eucaristía, del amor y del servicio: “Hagan esto en memoria mía” (Lucas 22, 19). “Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen unos a otros como yo los he amado” (Juan 13, 34). “Ustedes me llaman el Señor y el Maestro. Y dicen verdad, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Juan 13, 13-14).
En el Viernes Santo iniciamos el Triduo Pascual. La Celebración parroquial de la Pasión del Señor, Adoración de la Cruz y Sagrada Comunión de este sacratísimo día es para que, estando al pie de la Cruz, contemplemos al Crucificado por nuestro amor, pongamos nuestras súplicas al Padre en las manos llagadas de su Hijo y Le adoremos en el árbol de la cruz, con la voluntad de negarnos a nosotros mismos y cargar con la cruz de cada día.
El Sábado Santo, día en que permanecemos junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión, muerte y descenso a los infiernos y esperando, en oración y ayuno, su resurrección, nos lleva a la Noche en que Cristo ha vencido a la muerte y del infierno retorna victorioso, tal como se canta en el Pregón pascual. Es noche de comunidad parroquial en la que, en la Vigilia Pascual, tenemos que dejarnos iluminar por Cristo Resucitado y que la Palabra de Dios haga arder nuestros corazones. Renovemos nuestras promesas bautismales y vivamos la Eucaristía, como los discípulos de Emaús, reconociéndolo vivo en el “partir del pan” y convirtiéndonos, desde una Parroquia misionera, en discípulos misioneros que, con nuestra palabra y vida, anunciamos que Cristo ha resucitado en este año 2012.
Que, por la intercesión de nuestra Mamita de Loreto, esta Pascua 2012 nos haga más discípulos y misioneros del Señor Resucitado, celebrándola en comunidad como Parroquia misionera.
Mons. Fr. Julio M., OFM
Obispo Vicario Apostólico del Beni