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MONS. JESÚS PÉREZ: UNA GRAN DESPROPORCIÓN

Los textos de la Palabra de Dios, este undécimo domingo del tiempo ordinario, nos llevan a adentrarnos en el secreto del misterio del Reino de Dios.  Pienso que hay una invitación fuerte a confiar en Dios quien cuida del Reino y hace que crezca.  Asimismo, hay una llamada a ser colaboradores del Reino.  El cristiano en general y en particular el obispo, el sacerdote, el diácono, etc. no tienen jubilación al estilo de cualquier tarea humana.  Siempre debemos ser constructores del Reino. Esta actitud nos debe acompañar toda la vida.

Es importante que sepamos ver la unidad de las lecturas que se ofrecen en nuestras celebraciones.  Por ejemplo, hoy, en la primera lectura de Ezequiel (7,22-24), se prepara lo que Jesús nos dice en su Evangelio.  El profeta Ezequiel anima al pueblo de Dios en sus planes, planes de salvación, para animarlos en la fidelidad al Señor y levantar la esperanza de volver a su pueblo.  Asegura que Dios puede sacar de una ramita de un cedro bien frondoso, otro árbol noble y grande, en el que vendrán a anidar los pájaros, o sea, el resto de Israel que está en el exilio, Él reconstruirá el pueblo de Dios.
El Evangelista Marcos en 4,26-34,  nos ofrece las enseñanzas de Jesús en dos pequeñas parábolas para explicarnos lo que es el Reino de Dios con la parábola del sembrador y el grano de mostaza.  Jesús se acomodaba a la gente, “con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender” (Mc, 4,33).  Las parábolas no son cuentos para entretener a la gente, sino que en ellas se encierra el misterio del Reino de Dios.

En la parábola de la semilla, Cristo subraya la fuerza intrínseca de ésta porque Dios se la ha dado, así como también, la fecundidad que posee la tierra para que nazca y crezca.  Por otro lado, no señala el protagonismo del que cuida la tierra, sino de la semilla, que no es otro que el mismo Dios.
Esta parábola nos enseña cómo conduce Dios nuestra historia, la historia de la salvación.  Hay algo que nunca debiéramos olvidar, que Dios es el gran protagonista, que la Palabra de Dios tiene una fuerza intrínseca asombrosa, la gracia, los sacramentos, la oración.

San Pablo explica maravillosamente el actuar de Dios; “yo planté, Apolo regó, pero es Dios quien hace crecer” (1Cor 3,6).  La semilla crece porque así  Dios lo estableció.  La fuerza de la Palabra de Dios viene de Dios mismo, no tanto de nuestros métodos pedagógicos, aunque estos hay que cuidarlos.  Dios es el verdadero constructor del Reino, el agricultor, pero nosotros debemos seguir trabajando aunque constatemos que nuestros esfuerzos no tienen los efectos que esperamos.  A Cristo no le respondió la gente nada bien, aún los mismos apóstoles le defraudaron muchas veces.
Dios sigue trabajando y dando hoy día la energía profunda a la semilla de la Palabra de Dios.  Hay una desproporción entre la pequeña rama y el “cedro noble” que llega a ser, como expresa Ezequiel, y entre el grano de mostaza que Jesús pone en su parábola y el arbusto donde los pájaros ponen sus nidos.  A lo largo de la historia, vemos como Dios elige a los humildes para conseguir los objetivos que se propone.  “Dios humilla los árboles altos y ensalza los humildes, seca los árboles lozanos y hace florecer los secos” (Ezequiel 17,24).

Dios desafía toda evaluación humana con su manera de actuar.  Dios en su misericordia ha querido hacernos partícipes de su acción redentora, de su plan de salvación.  No sabemos cómo, pero más allá de nuestras previsiones humano–pastorales, el Reino de Dios crece.  El Reino de Dios ya está en marcha, ya está “sucediendo”.  Dios lo hace germinar y hace que crezca.
El Reino de Dios es la Iglesia.  Comenzó con unos pocos judíos que respondieron al Señor aunque no sabían bien lo que Jesús quería realizar y lo que el Espíritu Santo iba a hacer a través de ellos.  Así también, hoy día, los cristianos, pase lo que pase, a pesar de todo, tenemos que seguir sembrando y trabajando por el Reino.  Las parábolas nos invitan a ser cooperadores del Reino de Dios.  No podemos ver en ellas como una invitación a la flojera, a la comodidad, a la pasividad.

No es hora de lamentos, ni de evaluaciones y estadísticas a cerca del Reino de Dios, cuanto de un trabajo serio y de compromiso por parte de todos para hacer presente el Reino de Dios.  El momento de encontrarnos con Dios tiene su hora.  Sólo Él es el que ha establecido la hora de pedirnos cuenta de todo lo que hemos recibido.  Mientras tanto, manos a la obra para hacer crecer el Reino. Menos palabras y más actuación. De los comprometidos y arriesgados depende la transformación del mundo. El Reino de Dios nos debe comprometer pues no está concluido.

Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE

Sucre, 17 de junio de 2012