Cada uno se está haciendo cada día. Cada quien es lo quiere ser. Y, esto, no porque cada cual pueda llegar a ser lo que se le ocurra, sino porque lo que cada cual se propone de veras, quiere delo profundo de su ser, le marca, le va labrando día a día. Quién quiere a su Iglesia y a su patria, termina por identificarse con ellas. Quien quiere ser buen hijo de Dios, termina por serlo, quien quiere el bien, es bueno. Quien quiere el mal, es malo.
En este domingo, en el Evangelio de Juan 6,24-35, Jesús da el pan del cielo. Les aseguro, dice Jesús: “que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo” (Jn 6,32-33). Creer en Cristo es comer el pan que Dios nos da. El pan del cielo no es otro que Cristo. Por eso, Jesús se autoproclama a través de este capítulo: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6,35).
La gente busca a Jesús quien ha huido porque quieren hacerlo rey. Los oyentes querían un rey que les asegurase el logro de sus metas que ellos se habían programado. Los israelitas tenían un plan y de acuerdo a él, pensaban que Jesús podría ser ese rey. La gente buscaba un conductor que les guiase hacia sus fines. Claramente Jesús les dice que le buscan por los favores que hizo, la multiplicación de los panes. Ellos buscaban los favores de Dios y no al Dios de los favores. Esto vendría a ser como querer los servicios y beneficios de la amistad, pero no al amigo.
Los israelitas no entendieron el sentido profundo del milagro. San Juan habla de signos y no tanto de milagros. Se contentaron con llenar el estómago y superar el hambre. Es, se podría decir, como el que, mira un posters, fija su atención en la figura, sin intentar entender el mensaje que contiene. Los milagros son señales –a la multiplicación de los panes– esto se da de forma especial en el diálogo y discurso de Jesús en este capítulo 6 de San Juan.
Jesús no se deja llevar por la voluntad de los que le buscan. Supera sus pensamientos, Él sabe muy bien a que vino a este mundo y cuál es la voluntad del Padre. Sabe muy bien que “andan como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Por ello, pacientemente les enseña a pasar del pan material al “pan de la vida”. Hace la distinción entre pan material y pan espiritual; el pan espiritual es el que ofrece. A la gente no le es fácil pasar del pan material al pan espiritual.
Hoy también en no pocos cristianos se ve lo mismo. No sabemos descubrir las riquezas del amor de Dios que se manifiesta de múltiples formas. ¿Cuántos vemos en las maravillas de nuestras personas, de nuestra naturaleza, el amor infinito de Dios que nos ama? ¿Cuántos apreciamos la mano de Dios en el sol, la luna, el aire, la tierra, el agua? ¿Cuántos ven el tener hijos como regalo de Dios?
Por ello, es importante siguiendo el ejemplo de Cristo, superar el pensamiento que a veces vive en la mayoría. Hay que remar contra corriente. San Pablo hace esta exhortación en la carta a los efesios –segunda lectura de hoy–“no procedan como los paganos que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos” (Ef 4,17). Frívolo es lo superficial. La frivolidad es uno de los principales obstáculos para llegar a encontrarnos con Jesucristo. No podemos olvidar que el Bautismo nos ha llamado a vivir un estilo de vida bien diferente del de los paganos.
Toda persona busca consciente o inconscientemente la felicidad. Detrás de esa búsqueda natural está la sed de Dios. San Agustín lo expresa de forma admirable: “nos has hecho Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti”. Cristo buscó al pueblo para hacerlo feliz vino “para que tuvieran vida y en abundancia” (Jn 10,10).
Al celebrar cada año las fiestas patrias, renovamos los bolivianos cristianos la fe en Dios y en nuestro pueblo, nuestra Patria Bolivia, y recordamos el ejemplo de los padres de la Patria. Los deseos de paz, progreso y felicidad de cada buen boliviano nos exige el esfuerzo cotidiano. Nadie puede sustraerse a las exigencias del esfuerzo de cada día para hacer más grande y libre al País.
Cristo nos pide no solo trabajar por el alimento perecedero, por lo que pasa y se pierde, sino por lo que dura siempre, lo que nos conduce a una eternidad plenamente feliz. Cristo es el lugar de encuentro con Dios. Él nos dice: “Yo soy el pan de vida”. Así mismo, “el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará sed” (Jn 6,35)
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 5 de agosto de 2012