Queridos hermanos y hermanas:
Con gozo nos unimos hoy a la Acción de Gracias de toda la Iglesia en Bolivia por los 25 años de hermandad con la Diócesis de Hildesheim. El domingo anterior en ocasión de los 50 años de ordenación sacerdotal de nuestro querido Pastor el Cardenal Julio, estaba también el Obispos de Hildesheim Mons. Norbert Trelle y hoy celebran oficialmente en Cochabamba esa hermandad entre nuestras Iglesias y en esa celebración esta también nuestro Cardenal. Queremos justamente unirnos a través de esta celebración y de nuestras oraciones.
Ya el domingo pasado la liturgia de la Palabra nos ha presentado el tema del reparto del Pan en el capítulo 6 de San Juan, cuando Jesús reparte esos cinco panes y dos peces entre toda una multitud, ese hecho impactó profundamente a los que comieron ese pan que se entusiasman al punto de salir en busca de Jesús.
Hemos escuchado en el evangelio que terminada esa acción Jesús se había salido, en un primer momento había ido al cerro a orar y después a Cafarnaúm y la gente lo va buscando, pero lo busca de manera interesada y errónea, no lo buscan porque Jesús es el enviado del Padre, el enviado de Dios, como aquel que enseña el camino de la vida sino porque lo ven como un rey que les puede dar un pan barato y seguridad solucionando así los problemas de cada día.
Todo esto nos indica que la señal en sí misma… San Juan habla de una señal, de un gesto, partir el pan y repartirlo todos, aunque los impresiona tanto no es suficiente para que ellos descuban lo que hay detrás de esto, no lo entienden en su plenitud. Hace falta la Palabra de Jesús para que superen las apariencias y lleguen a entender efectivamente lo que querían.
Hemos escuchado a Jesús que les dice: Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos sino porque han comido pan hasta saciarse.
Entonces Jesús empieza a dialogar con ellos, les va abriendo los ojos y busca corregir sus actitudes. Nosotros hemos visto en la vida de Jesús constantemente a Jesús que acompaña su actuación con la Palabra, entre la Palabra y el signo, entre la Palabra y los sacramentos hay siempre una relación muy profunda. Jesús quiere que la gente comprenda que ese gesto es para que ellos vayan entendiendo lo que Él quiere, que se descubra el misterio de su persona, su modo de actuar y sobre todo descubran que Jesús ha actuado por amor.
Al repartir el pan, Jesús se reparte sobre todo así mismo, reparte su vida. Y claro que ese compartir y entregar su vida se realizará plenamente con su muerte y resurrección pero ya es un delante de esto. Jesús además de explicar quiere también una respuesta de la gente a su gesto de amor y de entrega, Jesús quiere que la gente se comprometa, que los oyentes respondan por eso los provoca: Trabajen ustedes no por el alimento que perece sino por el que permanece para siempre “hasta la vida eterna”, aquí despierta el interés de todos ellos y entonces le preguntan: ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?
Y Jesús no tiene ninguna duda: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que Dios ha enviado. Entonces la obra de Dios es creer en el mismo Jesús como el centro de nuestra existencia, este Jesús que ha sido enviado por Dios padre, poner al centro a Jesús significa seguirle, estar con Él. Entrar en relación personal con El no es creer en una doctrina, como cristianos creemos en una persona, en una relación personal y dejarnos transformar por El.
El único camino para comprender esta experiencia de la multitud que se ha saciado es la obra de Dios, es decir, creer, esta es la obra de Dios: Tener fe en el Señor.
A pesar de esto los presentes no acaban de entender y por eso le preguntan nuevamente ¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti?…. al pedir nuevamente otra señal esta gente nos hace ver que no comprendieron nada, ni lo que significó el maná en el desierto ni lo que hizo Jesús en ese momento. No pueden superar su visión muy restringida que se limita al sustento y alimento material porque están encerrados en su preconceptos y en sus convicciones.
Entonces Jesús comenzará diciendo, bueno, es cierto que ustedes recibieron el maná en el desierto pero no fue Moisés fue Dios, y este es un alimento natural, un alimento perecedero pero que es manifestación de la bondad y providencia de Dios.
Jesús les dice: El único que puede manifestar plenamente a Dios padre y su amor es el que la da la vida, Jesús Mismo: Yo soy el pan de vida.
La vida que ofrece Jesús es una vida nueva, distinta y es vida para siempre. El que viene a mi jamás tendrá hambre y el que cree en mi jamás tendrá sed.
Jesús entonces es el alimento verdadero capaz de saciar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de felicidad y de llevarnos a la comunión y al encuentro con Él y con los hermanos.
Como ustedes ven estamos siempre ante una contraposición, por un lado creer en Jesús, el verdadero pan de vida que llena nuestra sed de amor y de verdad, y por otro lado las esperanzas humanas de salvación limitadas y perecederas. ¿Cuántas veces nosotros apoyamos nuestras esperanzas en personas, en caudillos en alguien? Y hasta nos extralimitamos en eso. Por un lado entonces tenemos la verdad que Jesús nos ha revelado que supera los límites de nuestra muerte y por el otro están nuestras resistencias, nuestras falsas seguridades como son las realidades momentáneas y transitorias de la historia y es lo que nos dice también San Pablo en la segunda lectura: O nosotros quedamos anclados a nuestro hombre viejo o bien nos renovamos y nos revestimos del hombre nuevo aceptando a Jesús.
Aceptar a Jesús es una cuestión de vida, es convertirnos, es dejar las malas costumbres, liberarnos de las cadenas del pecado y emprender un nuevo camino, una nueva manera de vivir. Claro que esto no es nada fácil como nos demuestra la actuación del pueblo de Israel en el desierto camino a la libertad.
Hemos escuchado su queja delante de Moisés: “Porqué nos has hecho salir de Egipto, aquí nos vamos a morir de hambre, allá teníamos ollas de carne, teníamos pan en abundancia”.
Prefieren quedarse esclavos y no ser libres con tal de estar saciados. Es que el camino de la liberación, el camino de la libertad implica peligros, implica pruebas. Yo pienso que todos nosotros en nuestra vida vamos buscando nuestra felicidad, el vivir bien como hemos escuchado mucho en nuestro país, aspiramos a nuestra plena liberación, pero si lo pensamos profundamente, nos demos o no nos demos cuenta, vamos solamente en busca de Dios.
Pero ¿cómo lo podemos encontrar? Hemos visto que para el pueblo de Israel las señales, los signos, los milagros no son suficientes. Alguna vez nosotros hemos escuchado alguna palabra como esta: Si yo viera algún milagro yo creería más.
No es suficiente, hace falta acoger la Palabra de Dios, estos signos, estos milagros nos pueden ayudar y llevar al umbral, a la puerta de la fe. Este año iniciaremos una reflexión sobre la fe y la carta del papa es justamente sobre la puerta del a fe. Pero hay que dar un paso más para creer, hay que abandonarnos al Señor, poner toda nuestra confianza en El más allá de las evidencias o más allá de esos gestos milagrosos que podemos ver.
Por eso no podemos quedarnos solo en la búsqueda de ese pan perecedero sino buscar el pan que permanece para la vida eterna, buscar a Jesucristo el Señor. Para eso tenemos que movernos. Jesús no dice: tener fe es algo más que creer, indica se movimiento, esa búsqueda, significa conocer al Señor, escuchar su Palabra, acogerla porque es El que habla, significa aprender como discípulos misioneros, imitarlo y sobre todo asumir el mismo dinamismo de Jesús que entrega su vida por nosotros para que nosotros tengamos vida.
Ustedes habrán notado que cuando Jesús reparte el pan no parte de la nada sino pregunta primero ¿Qué tienen ustedes ahí? Y solo porque ese niño ofrece sus cinco panes y dos peces Jesús actúa, ese niño pone a disposición lo que tiene. Dios no actúa sin nuestro concurso, pide que nosotros pongamos de lo nuestro, que en el sentido estricto tampoco es nuestro porque todo lo que tenemos es de Dios, pero lo que ya nos ha dado que lo presentemos y por eso en el ofertorio de la Eucaristía decimos: Bendito sea el Señor por este pan y este vino que hemos recibido de tu generosidad y ahora te presentamos. Pero todo lo que tenemos debemos ponerlo a su disposición.
Por eso Él quiere que compartamos los bienes recibidos, que los pongamos a disposición de la actuación del Señor, a disposición de su proyecto que es el reino de Dios, la manifestación del reino de Dios conscientes de que todo gesto nuestro tiene valor por el amor con que lo hacemos y hay que hacerlo con amor.
Los primeros cristianos en ese gesto de reparto del pan de Jesús han prefigurado nuestra eucaristía de cada domingo. Así también tiene que ser cuando comulgamos y recibimos el cuerpo de Cristo verdadero pan de vida y no debemos pensar que la Eucaristía es una hecho que se acaba en sí mismo y que no tiene nada que ver con nuestra vida diaria, no es que el salir de este templo no tiene nada que ver. Lo que vivimos en la misa, lo que vivimos en la eucaristía tiene que empapar toda nuestra existencia, tanto comunitaria, familiar y personal y tiene que sacudirnos la Palabra de Dios y el pan que recibimos en la eucaristía para que optemos, nos comprometamos y nos entreguemos al Señor y a los hermanos.
Celebrar la eucaristía implica también desenmascarar el hombre viejo, es decir, la mentira de la sociedad moderna que relativiza la vida, cuántos atentados a la vida, una sociedad injusta que margina y empobrece a tantos hermanos, una sociedad marcada por la violencia, la inseguridad, la corrupción, marcada por los espejismos del dinero y del poder; Y revelar la verdad de Jesucristo, dar testimonio de Él y de los valores del evangelio: El amor, la solidaridad, la justicia, la libertad en cada momento de nuestra vida.
Ser testigos entonces del pan de vida cotidianamente. Claro que esto exige fortaleza y valentía. Hemos visto como el pueblo de Israel se acobardó en ese camino de liberación, hemos visto la resistencia de la gente alrededor de Jesús por eso exige que nosotros en primer lugar valoremos este regalo del pan de vida que Dios nos ha dado, nos acerquemos y comulguemos, este pan de vida que nos llega de su espíritu que es el espíritu de la valentía, de la fortaleza que nos ayuda a vivir plenamente como verdaderos discípulos misioneros de Jesús.
Solo de esta manera podemos entonces, entregarnos a Dios y a su causa. Al reino de Dios y podemos entregarnos también a nuestros hermanos como un pan que se parte y se reparte, en especial un pan que se parte y se reparte para los hermanos más pobres y los hermanos más necesitados de nuestro mundo. AMÉN.
Fuente: Oficina de prensa del Arzobispado de Santa Cruz