Sucre

MONS. JESÚS PÉREZ: NI DEMOCRACIA NI MONARQUÍA

La Iglesia no es un proyecto humano, es un proyecto de Dios, del Dios que irrumpe en el mundo para salvarnos. Y Dios viene por caminos que no son los nuestros. Dice la Palabra de Dios: “los caminos del hombre no son los caminos de Dios” (Is 55,8)

No podemos vivir de utopías inalcanzables, donde quiera que dos o más personas se reúnen para trabajar o convivir juntos se plantea la cuestión de autoridad. Sin un claro principio de autoridad parece casi imposible llegar a la unidad, la armonía, el orden. Ya decía San Agustín, “guarda el orden y él te guardará a ti”. La palabra anarquía significa carencia de poder, sinónimo de desorden, caos, confusión…
No hay duda que la autoridad puede ejercerse de diversas formas, pero ella tiene como finalidad cuidar a los menos poderosos para que no lleguen a ser víctimas de los más fuertes.

La voluntad de Cristo para establecer la autoridad en su Iglesia, una jerarquía, no puede asimilarse a las formas de gobierno que se han elaborado para los sistemas políticos a lo largo de los tiempos.

La Iglesia de Cristo no debiera ser ni democracia ni monarquía. Tiene algo de todos los sistemas –la Iglesia es también humana– conserva valores que se destacan en cada uno de ellos, pero la Jerarquía se funda en el poder  sagrado, que nace en la decisión de Dios.
El apóstol Pedro no fue elegido por el voto de los otros apóstoles, ni por sus grandes cualidades o virtudes. Fue un acto libre de Jesús, “Él eligió a los que el quiso” (Mc 3,13). Por ello, la existencia del orden sagrado y la jerarquía depende ante todo de Dios y de su Santo Espíritu. La Iglesia no está creada al gusto de los humanos, es obra de Dios que salva. Dios es el que salva pero hizo una institución humana divina que es la Iglesia.

El Concilio Vaticano II nos dice: “Para apacentar al pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, han enseñado solemnemente los obispos encabezados por el sucesor de Pedro: Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios ordenados todos al bien de todo el cuerpo. Porque los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos son miembros del pueblo de Dios y gozan, por lo tanto, de la dignidad cristiana, tienden libre y ordenadamente a un mismo fin y llegada a la salvación”(LG 18)
El evangelio de este domingo tomado del evangelista Mateo 23,1-12 hace una fuerte crítica a los escribas y fariseos, porque hay una gran hipocresía en sus vidas.

Cristo no les reprocha llevar esos elementos como filacterias, “franjas o flecos”, sino por hacer de ellos objeto de ostentación. Por poner el cumplimiento de la ley por encima del servicio fraterno. “El primero entre ustedes será el servidor de todos” (Mt 23,11).
Cristo no dijo mucho acerca cómo debía ser gobernada su Iglesia. Dejó librados los detalles de la organización eclesial, a la decisión posterior de los discípulos que se debieran regir por el Espíritu Santo. Pero, sin embargo señaló Jesús formas que no debían darse entre aquellos que ejercen la autoridad.

La gran lección y llamado de Jesús es a vivir la fraternidad. La fraternidad es fundamental en los discípulos de Jesús comenzando por el Papa, los obispos, sacerdotes, diáconos, catequistas. Por ello, hay que recordar lo que dice el Vaticano II: “Regenerados como todos en la fuente del bautismo, los presbíteros son hermanos entre sus hermanos, como miembros de un solo y mismo cuerpo de Cristo, cuya edificación ha sido encomendada a todos” (PO 9).

San Agustín humildemente decía a su Iglesia de la que era obispo, “Con ustedes soy cristiano y para ustedes soy obispo”. La dignidad primera y común es ser bautizados, hijos de Dios, miembros de la Iglesia. Las diferencias que puedan haber por ser pastores están en relación al servicio. La dignidad del sacerdocio o de la jerarquía no puede edificarse sobre la falta de aprecio a la gran dignidad del laico, el cual por el bautismo es miembro pleno de la Iglesia, del pueblo de Dios.

Los fieles, o sea, los laicos, están llamados a asumir sus propias responsabilidades en unión con los obispos y presbíteros. Son los llamados a ser los brazos largos de Cristo en la familia, en la economía, en la política. Así se ejerce su misión profética, sacerdotal y real.

Jesús Pérez Rodríguez
Arzobispo de Sucre

Sucre, 30 de octubre de 2011