Comenzamos hoy la Gran Semana cristiana, la Semana Santa, con el Domingo de Ramos que recuerda la entrada triunfal de Cristo en la ciudad de Jerusalén, usando para ello un burro. Así manifestó que el Mesías esperado por el pueblo no venía con poderío y triunfalismo sino en la sencillez y la humildad. Esta semana es la cumbre de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia. Las manifestaciones religiosas son parte del patrimonio histórico de la humanidad en todos los países donde se celebra. El punto culminante de todas las celebraciones es la Vigilia Pascual, que se celebra en la noche del sábado santo y en el domingo de Resurrección.
El nombre completo de este domingo de Ramos, en los libros litúrgicos es: “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”. Como el nombre lo expresa esta fecha tiene dos dimensiones : la entrada triunfal solemne y sencilla -montado en un burro- de Jesús en la ciudad de Jerusalén, con la bendición de ramos y la procesión y la Eucaristía en la que se proclama la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús según el evangelio de San Marcos. La entrada de Cristo está marcada por el carácter alegre y festivo de la proclamación de Cristo como rey.
El centro y corazón, la fuente vital de toda la actividad de la Iglesia lo constituye el misterio pascual: Muerte y Resurrección. Al entrar hoy en la Semana Santa comienza un largo periodo de varias semanas en que la Madre Iglesia nos invita profundizar en la comprensión del misterio pascual. Al afirmar que es un misterio, no hablamos de una oscuridad fatal, sino de una luz inacabable. No entramos en un pozo vacío, sino en una vertiente que no se agota. Lo lamentable es que no nos damos tiempo suficiente para sumarnos con la fe y la imaginación a todos los que aclaman a Jesús, el Hijo de Dios, como a su Rey y Señor. Es muy necesario darnos tiempo para e! encuentro personal e íntimo con Cristo y también para unirse a ¡as celebraciones comunitarias.
El Domingo de Ramos, la liturgia vive intensamente el acontecimiento de las aclamaciones a Cristo. No es lo más importante el agua bendita con que se rocían las palmas y ramos de olivo -la bendición está en la oración que el celebrante hace- sino en la decisión de seguir en pos de nuestro líder, Cristo Señor nuestro. Es mucho más importante participar en las oraciones de la bendición, en la escucha del evangelio y en la procesión que los ramos reciban el agua bendita.
El Jueves Santo, día de la manifestación del infinito amor de Dios, participamos en la Eucaristía y somos invitados a profundizar la institución de la Eucaristía y el gran regalo del sacerdocio en la persona de los apóstoles, como ministros de Cristo y de la Iglesia. Así mismo, escucharemos el mandato grande de Cristo, ” ámense mutuamente como yo les he amado”. Celebrar esto tres grandes acontecimientos es mucho más importante que recorrer los templos o iglesias, para algunos se convierte el recorrido en un paseo turístico.
En el Viernes Santo estamos llamados a vivir fervientemente la Pasión y Muerte de Cristo en la celebración en que se adora la Cruz, se escucha la Palabra de Dios y se recibe la Sagrada Comunión. Esta celebración en la mayoría de los templos se hace aproximadamente alrededor de las tres de la tarde. Esta celebración es mucho más importante que todas las procesiones. El Sábado Santo, tanto en la mañana como en la tarde, la Iglesia permanece en silencio, dedicada a la oración y reflexión para que se viva la ausencia del Señor que permaneció en el sepulcro y buscamos prepararnos en actitud de espera a la Noche Grande. En la noche entramos en la Vigilia Pascual. Durante siglos siempre se celebraba la Vigilia bien entrada la noche hasta el amanecer. Si Navidad es Noche Buena, Pascua es Noche Grande. Pascua es la fiesta de las fiestas que se celebra por cincuenta días. Es la fiesta del fuego, de la luz y del agua. En esta noche renovamos los compromisos del bautismo, para el que nos hemos preparado durante la Cuaresma.
Desde hoy hagamos todo lo posible para participar en las celebraciones tanto en nuestros templos como en los hogares. Es sumamente provechoso tener algunos signos religiosos en nuestras casas. Pudiéramos armar una especie de pequeño “Calvario” en nuestros hogares, como armamos un “Pesebre” en Navidad. Este “Calvario” tendría un crucifijo, la imagen de la Virgen, la Sagrada Biblia y las palmas bendecidas. Junto a ese pequeño “Calvario” reunirse en familia para leer y releer la Pasión del Señor según los cuatro evangelistas y elevar oraciones al Señor como iglesia doméstica.
Sucre, 29 de marzo 2015
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO EMÉRITO DE SUCRE