Sucre

MONS. JESÚS PÉREZ: LAS FIESTAS Y LA COMIDA

 A todos nos agradan las fiestas. Muchas de nuestras fiestas van acompañadas de ricas comidas. Por ello no nos parece extraño que en la Sagrada Escritura, hoy, en Isaías 55, 1-3, utilice la imagen de la comida y bebida para hablarnos del amor de Dios. A Jesucristo lo vemos en el evangelio participando en comidas con motivo de la conversión de algunos personajes, de la entrada en el Reino.

 La humanidad de Cristo, sencilla y humilde, compartiendo la vida ordinaria del pueblo, comiendo y bebiendo en las fiestas fue causa de escándalo para, no pocos maestros de la ley. La idea de un Dios sentado en su trono, indiferente a nuestras ambiciones y anhelos estaba presente en no pocos judíos piadosos. Jesús  mostró con su vida el verdadero rostro de Dios.

Es Dios mismo el que tiene la iniciativa de crear al hombre y a la mujer. Es Él que quiere que alcancemos la meta para la que fuimos creados. Es Dios mismo quien prepara con esmero el gran banquete del amor, el de la gracia,  el de la Eucaristía. Todo esto es anticipo de la vida futura. Dios es alegre, por ello es el más interesado en la alegría de los invitados a la fiesta de la vida.

Dios nos da todo gratis aunque es verdad que exige el esfuerzo de cada uno para poder beneficiarnos de sus dones. Lo que vale cuesta. El inmenso amor de Dios tiene su costo, por mas gratuito que sea. Como dice Pablo en su segunda lectura de hoy, Romanos 8, 35. 37-39, su amor se ha manifestado en Cristo Jesús.

Dios quiere llenarnos de su amor pero para ello nos exige disposición y compromiso. La disposición nos pide dejar lugar a la gracia y al amor, y el compromiso es dejar que Dios esté todo el día con nosotros. Dios quiere una relación estable, no una relación de sólo ciertos momentos. La amistad no se puede vivir a ratos.

Lo que Jesús ofreció más a sus oyentes fue la esperanza y el sentido de la vida. El profeta Isaías señala bien claro lo que más debemos buscar, ¿“porqué gastar en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura”? (Is 55,2). El profeta está refiriéndose a la palabra y a la Alianza que gratuitamente nos da el Señor.

Es importante que nos fijemos en que la metáfora de la comida y bebida es muy apropiada para hacernos entender que existen otros bienes que nos regala Dios: su amor, su amistad, su ternura. Desde esta perspectiva se entiende más allá de solucionar el problema de la multiplicación de los peces y los panes.

En un primer momento, pareciera que Cristo quisiera poner a prueba a sus discípulos. Les dice: “Denles ustedes de comer” (Mt 14, 16). ¿Acaso podían dar de comer a tantos miles de personas? Pero Jesús sabe lo que va a hacer. No obstante está la consigna para entonces como para hoy. “Denles ustedes de comer”.

Cristo quiere que los discípulos intervengan. Los apóstoles dieron lo que tenían: cinco panes y dos peces. Cristo da los peces y los panes multiplicados a los discípulos y estos se los dan a la gente. Los discípulos de Cristo hoy día debemos ser colaboradores de Dios que quiere saciar el hambre y la sed de la humanidad.

 Del milagro de Cristo y de su forma de actuar los cristianos estamos llamados a aprender la lección de la solidaridad. El amor de Cristo es bien concreto. La caridad nuestra debe estar presente: en los ancianos, enfermos, en los que tienen hambre y sed física o moralmente, en aquellos que están faltos de educación, en los que están en peligro para poder  nacer…
 Con tan poco, Dios pudo hacer tan gran milagro. Los discípulos advirtieron a Jesús que era necesaria la comida para la gente. Aquí aparece la función mediadora de la Iglesia: descubrir las necesidades de la gente, presentarlas al Señor y estar disponibles para ser instrumentos suyos, para que llegue la solución de los problemas. ¡Cuánto bien no podría hacerse en las parroquias si nos unimos en llevar adelante el Plan Pastoral 2011 –2016!
 En la Eucaristía tenemos más suerte que los que comieron los panes y los peces multiplicados milagrosamente por Jesús. En la Eucaristía tenemos el sacramento admirable en el que Jesús se ha hecho alimento para que tengamos su misma vida.
 Cristo se nos da como Palabra y como alimento en cada Eucaristía y quiere que nosotros actuemos para que todos tengan el alimento de la Palabra y de su Cuerpo. Todo nuestro actuar debe ser un signo del amor de Cristo a nuestro prójimo. Cristo puede multiplicar nuestras fuerzas para que haya en la vida de todos el pan de su amor.

 

Jesús Pérez Rodríguez O. F. M.
ARZOBISPO DE SUCRE

Domingo, 31 de julio 2011.