Domingo tras domingo muchos cristianos alimentan su vida espiritual y humana a través de la luz de la Palabra de Dios. La Palabra es como un bálsamo en el ajetreo en que se va desenvolviendo nuestra vida. La segunda lectura de la carta a los Romanos 8,9.10–11 sirve como marco para entender la primera lectura de Zacarías 9,9-10 y, la tercera, el evangelio, de Mateo 11,25-30.
El domingo pasado el apóstol Pablo nos habló de las consecuencias de haber sido bautizados en Cristo, incorporados al misterio de su muerte y resurrección, injertados en una vida nueva, la vida en el Espíritu Santo. Pablo usa el binomio “Carne – Espíritu”.
Hay cristianos, mucho más en los no cristianos, que lo espiritual lo ven como algo abstracto, irreal, etéreo. Pero no, el espíritu es mucho más fuerte que la materia. Tiene el Espíritu más consistencia y firmeza que lo material y carnal. Las cosas materiales suelen decaer y se desgastan con el transcurso del tiempo y las realidades espirituales van madurando con el correr de los días.
En la Biblia, la palabra “carne” no significa necesariamente lo corporal (lo “carnal” en su dimensión humana sexual, por ejemplo), sino las fuerzas meramente humanas, materiales, se refiere a una actitud ante la vida, que nos puede llevar al ansia desenfrenada de placer, materialismo… Es todo aquello que el Apóstol Pablo califica “frutos de la carne” en la carta a los Gálatas capítulo 5.
El “Espíritu” es el Espíritu de Dios, el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos y que va ha resucitarnos a nosotros. Seguir el Espíritu como criterio de vida nos conducirá a la plenitud de la vida en Cristo. San Pablo dice: “si viven según la carne, van a la muerte; pero si con el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán” (Rm 8,13).
Por el bautismo recibimos la vida nueva, la vida que nos da el Espíritu Santo. Se nos llama a los bautizados a vivir esa vida nueva guiados no por criterios humanos –la “carne”– sino por el Espíritu. Se trata de dos fuerzas que hay en cada bautizado y nos empujan a actuar de manera bien diferentes.
Hoy, Jesús, en el Evangelio se nos presenta como modelo de nuestro vivir según el Espíritu y nos invita a descansar en Él, a poner toda nuestra confianza en Él: “vengan a mi los que están fatigados y agobiados, y yo les alivianaré… carguen con mi yugo y encontrarán descanso” (Mt 11,28-29).
Es una paradoja la invitación de Jesús a cargar con su “yugo”, una metáfora que nos puede recordar la esclavitud y dependencia. Nos asegura que Él nos aliviará, nos dará fuerza al llevar nuestro yugo, el cumplimiento de la voluntad de Dios. El nos dará su Espíritu.
Cristo nos invita a asumir el “yugo” y la “cruz” de cada día, pero nos dará su ayuda: “vengan a mi y yo les alivianaré… encontrarán descanso” Porque Él es “manso y humilde de corazón”.
Jesús manifiesta su preferencia a favor de los humildes y pequeños. Los pequeños los contrapone Jesús, a los “sabios y prudentes” (Mt 11,25). Se trata de la sabiduría y prudencia de este mundo o, como dice Pablo, “de la carne” (2Cor 1,12). Se refiere a la prudencia y sabiduría al servicio del egoísmo, la cual es distinta de la prudencia que Cristo recomendó y que siempre debe ir unida a la sencillez y humildad.
Cristo se alegra de que la gente sencilla de su pueblo, sabe captar los misterios del reino de Dios, los que quieren vivir de su palabra que “son espíritu y vida”. Los que se creen sabios dejan escapar lo más importante, porque creen saberlo todo y se fían de si mismos. A lo largo de los evangelios encontramos a los sencillos y humildes que reconocieron a Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, mientras que los escribas, letrados, fariseos no creyeron en Él.
La Virgen canta en el Magnificad a Dios porque ha mirado complacido la humildad de su sierva y porque a los pobres “los llenó de bienes”, mientras que a los que se creen ricos y sabios “los despide vacíos” (Lc 1,53).
Cristo quiere que seamos sencillos y humildes y así nos abramos al accionar del Espíritu. El Espíritu obrará maravillas en nosotros, haciendo que conozcamos a Dios que es bondadoso y misericordioso. Entonces encontraremos la felicidad y la paz del corazón de nuestro Espíritu en Cristo.
Domingo, 3 de julio de 2011.
Jesús Pérez Rodríguez O. F. M.
ARZOBISPO DE SUCRE