Así cantamos anoche en la solemne Vigilia Pascual, así cantamos hoy y durante cincuenta días. ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! Es el grito incontenible de la liturgia y el de cada uno de los cristianos al celebrar gozosos la Pascua de Resurrección. Por ello, “este es el día en que actuó el Señor… den gracias al Señor porque es bueno… no he de morir, viviré…”
” ¡Cristo ha resucitado!” Esta es la gran noticia que escuchamos anoche y seguiremos escuchando durante la cincuentena pascual. Es la buena noticia ante tantas noticias que nos producen desánimo. Esta noticia es el acontecimiento más importante que da sentido a nuestra fe cristiana, porque el hombre histórico Jesús de Nazaret, no se quedó en el sepulcro, sino que el Dios Todopoderoso, dueño de la muerte y la vida, lo resucitó.
“¡Este es el día en que actuó el Señor! Es la mejor noticia para cada uno de los cristianos. Cristo resucitado cambió la vida de los discípulos de entonces y de hoy, cambia nuestra vida de seguidores de Jesús. Esta es la noticia que proclamó Pedro: “A quien mataron ustedes colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día” (Hch 10,40).
El gozo y la alegría de la Pascua es lo que debe acompañar a los cristianos todos los días porque este acontecimiento se refiere a nuestra vida presente y futura, a nuestra felicidad; “en este día has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte” (Oración colecta). Continuando con esta oración pedimos; “que renovados por el Espíritu, vivamos la esperanza de nuestra resurrección futura”.
Toda la Cuaresma fue un itinerario de ascesis para llegar a la “Fiesta de las fiestas”, la Pascua, y renovar el pacto o alianza. Pascua es la fiesta de nuestro bautismo. Sucedió que en el bautismo fue el día en que nos sumergimos en la misma vida de Cristo. San Pablo nos da una comparación botánica sumamente bella: “pues han sido injertados en la nueva vida de Cristo” (Rom 6,5).
El panorama triste de la Pasión y Muerte, cambió para los discípulos el día de Pascua, o sea, en la Resurrección, en la vuelta a la vida del Maestro. Entonces entendieron las Escrituras que el Mesías debía padecer para llegar a la gloria de la Resurrección.
El Catecismo de la Iglesia publicado por el Beato Juan Pablo II dice: “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la tradición, establecida por los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del misterio pascual al mismo tiempo que la cruz” (CIC 638).
Los primeros cristianos partiendo de las apariciones de Cristo Resucitado celebraban la Pascua cada domingo. Jesús resucitó el domingo y se apareció en los domingos sucesivos. De la Pascua semanal vino la gran celebración de la Pascua anual. En los primeros años de la fiesta de la Pascua anual, se hacía una larga vigilia que celebraba en un único acto la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Ya en el Sigo IV, está bien definida la celebración de la Pascua de Resurrección y la cincuentena pascual. San Atanasio escribía así: “Los cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un gran domingo”.
El hecho del encuentro con Cristo resucitado no dejó pasivamente a las mujeres y hombres que tuvieron la suerte de encontrarse con Él. Las primeras mensajeras o evangelizadoras fueron “mujeres”. En el Evangelio de anoche son las mujeres las primeras que acudieron al sepulcro. Ellas oyeron de los ángeles la noticia gozosa: “No está aquí, ha resucitado” (Lc 24,6). El Evangelista Juan es el que nos dice que Magdalena va al sepulcro y lo encuentra vacío y corre a anunciarlo a los discípulos. En el Evangelio de Lucas serán los discípulos de Emaús los que van también corriendo a anunciarlo a los apóstoles.
La Pascua cambió totalmente la vida de los discípulos, les dio un nuevo estilo de vivir. Cristo había conseguido llegar a la meta para aquello a lo que había venido, la salvación de la humanidad. Por ello, la Pascua tiene que cambiarnos a nosotros hoy, tiene que notarse. Esto se apreciará en una vida nueva, llena de alegría y de entusiasmo. La Pascua exige de nosotros ser discípulos misioneros. Tiene que verse en la búsqueda de los bienes de arriba y en el testimonio que anuncia a Jesús como el único Salvador.
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 08 de abril de 2012