Hemos venido reflexionando sobre la Alianza entre Dios y la humanidad: Noé, Abraham y Moisés. La Alianza es cosa de dos. Si nos referimos a Dios, Él es fiel, pero si miramos al hombre vemos que por el pecado está siempre rompiendo, siendo infiel. Por ello, venimos insistiendo: hay que prepararse para renovar el pacto.
La descripción que hace el libro de Crónicas, primera lectura de hoy, 2Crónicas 36,14-14.19-23, es una interpretación del gran desastre de la cautividad del pueblo de Dios en Babilonia como castigo por los pecados. Esto puede ser un reflejo de nuestra historia; pues habiendo sido elegidos y enriquecidos con tantos dones de Dios y a pesar de que se nos ha dado a Cristo como Redentor y Salvador, seguimos rompiendo la Alianza con Dios, rompiendo el Pacto.
Desde el principio de este tiempo cuaresmal se nos viene repitiendo que la Cuaresma es propicia para la autocrítica sincera, el chequeo espiritual, para la conversión. Mirando la luz que nos viene de Cristo crucificado es que podemos ver nuestro caminar hacia la Pascua, si nuestra vida responde al amor sin límites de Dios, si estamos en una pereza espiritual o en la rutina que nos impiden caminar como discípulos de Cristo.
Nos encontramos a la mitad de la Cuaresma; por ello, es necesario que nos espejemos en la historia del pueblo de Israel para tomar una actitud seria ante el llamado de este tiempo a la conversión. La fuerza del amor de Dios, como destaca Pablo, en la segunda lectura, Efesios 2,4-10, supera nuestro pecado y nos salva: “por el gran amor con que nos amó, nos ha hecho vivir con Cristo”.
El evangelio de hoy, Juan 3,14-21, es parte de una conversación nocturna de Cristo con el fariseo Nicodemo. Para entender bien el tema de la serpiente elevada en medio del desierto hay que tener en cuenta el libro de los Números 21,4-9. El mismo episodio se nos cuenta en el libro de la Sabiduría, 15,5-7, resaltando el amor de Dios. La medicina sorprendente consistía en mirar la imagen de una serpiente de bronce y puesta en alto.
El mirar a la serpiente puede parecer algo mágico. A veces tocamos algunas imágenes con actitudes mágicas. El libro de la sabiduría, citado más arriba, no valora la serpiente en sí misma, como si fuera un objeto mágico, sino para ayudarnos a recordar el amor de Dios, “el que a ella se volvía, se salvaba no por lo que contemplaba, sino por ti, salvador de todos” (Sal 16,6-7).
Cristo mismo es quien explica a Nicodemo el remedio del pecado, el antídoto. Ha de ser elevado en la cruz y basta mirarlo con fe para ser salvado. En el capítulo ocho, también San Juan, nos da la palabra de Jesús a sus oyentes: “cuando levanten al Hijo del Hombre, sabrán quien soy yo” (Jn 8,28). Por ello, Cristo será el punto de referencia para alcanzar la salvación. No hay otro.
Hay que mirar a Cristo con fe. El es el Salvador del mundo, no hay otro que nos haya dado el Padre. Mirar a Cristo es creer en Él, reconocerlo como Maestro pero principalmente como Salvador, Redentor, pues “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando nos dio nueva vida”.
Pensemos por unos momentos cómo mirarían la estatua de bronce los israelitas mordidos por aquellas serpientes tan venenosas. Sin duda alguna, con una mirada llena de esperanza y amor. Con una súplica ferviente reconociendo los pecados cometidos contra el amor de Dios, creyendo en la promesa de Dios.
A todos, creo así, nos sorprende el remedio o antídoto tan simple para liberarse del mal y del pecado. No obstante esto, tantos cristianos a estas alturas de la Cuaresma no se han dado tiempo para mirar con fe a Cristo puesto en la Cruz por nuestros pecados. ¡Cuantos se encierran en el mal del pecado! ¡Cuantos rechazan la gracia, la luz, la paz, la misericordia que viene de la cruz! Pero cuidado, Dios no fuerza a nadie. Dios penetrará en nuestro corazón si le abrimos la puerta: “estoy a la puerta y llamo, si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer, yo con Él y él conmigo” (Apocalipsis 3,20).
Desde el principio de la Cuaresma hemos sido llamados a reconciliarnos con Dios, a confiar en la misericordia de Dios que no tiene límites. Cada uno sabe lo que tiene que ordenar en su vida, de qué pecados tiene que arrepentirse.
Esta semana sería un momento privilegiado para acercarse al sacramento de la reconciliación, para volver del pecado a la intimidad existencial con Dios, para vivir la Alianza con el Redentor en la Eucaristía, participando de la Nueva Alianza que Jesucristo selló muriendo en la cruz. Miremos de frente a Cristo y acojamos su salvación.
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 18 de marzo de 2012