Hoy día del Señor, cuando estamos al final del AÑO LITÚRGICO, iniciamos en Bolivia, el AÑO DE LA FE en la ciudad de Cochabamba. En Sucre lo iniciaremos el viernes 23 de este mes de noviembre, teniendo como lema: “POR LA FE, MIRAMOS EL FUTURO CON ESPERANZA”. En Roma, el Año de la Fe, fue abierto el 11 de octubre.
La Palabra de Dios siempre nos invita a vivir nuestra fe. La celebración de la eucaristía es siempre celebración de nuestra fe. “Este es el sacramento de nuestra fe”. Las dos mujeres que nos presenta el Evangelio de Marcos 12,38-44, y la primera lectura 1Re 17,10-16, tienen como núcleo del mensaje, la fe profunda de dos mujeres pobres. Dar es siempre un acto de fe. Digo muchas veces: “la fe que no llega al bolsillo se queda en fe de chiquillo”.
La carta a los Hebreos, segunda lectura, se viene leyendo varios domingos, nos sigue presentando la superioridad del sacerdocio y del sacrificio de Cristo sobre los sacrificios de animales que se ofrecían en el templo de Jerusalén y en otros lugares. Ahí se ofrecía “sangre ajena” de animales, Cristo “se ha ofrecido a sí mismo… por nuestros pecados”. Los que han abrazado la fe en Cristo Jesús ya no necesitan ofrecer sangre de animales.
Dos mujeres humildes, la viuda de Sarepta, pagana, y la viuda del Templo de Jerusalén que Jesús la vio echando unas monedas para el culto de Dios. La viuda de Sarepta, tiene un doble mérito, ayuda al profeta Elías, se fía de él y del Dios de él. La viuda piadosa de la religión judía se acerca a la alcancía del Templo y entrega todo, dos reales, para Dios, para su culto. Esto, sólo por una fe profunda de ambas mujeres, pobres y generosas se puede hacer.
En cada proclamación de la Palabra de Dios estamos llamados a espejarnos, o sea, a mirarnos, y, así ver si nuestra vida va acorde con las enseñanzas de Dios. “Los caminos de Dios no son los caminos del hombre”. Por ello, es sumamente necesario dejarse interpelar por Dios a través de la Palabra que toca a la conciencia.
Las dos mujeres con su ejemplo nos invitan a interpelarnos. ¿Hacemos el bien desprendiéndonos de lo necesario? ¿Procuramos hacer el bien, ser solidarios en silencio? Cristo que ve todo fue el único que se dio cuenta y supo de la generosidad de aquella humilde mujer. “El Señor que ve lo oculto, te recompensará” (Mt 6,4) es la enseñanza de Jesús. Dios lo ve todo. Aprovecha esta ejemplaridad, Jesús, para dar una enseñanza a sus discípulos. No es cuestión de dar, cuanto de darse.
Todos podemos caer en la tentación de los escribas en el afán de los reconocimientos. No está mal esperar una palabra de reconocimiento, así como no está mal esperar el amor o el respeto del otro, pero no hay que buscarlo.
El que da calladamente es el que da más, sin cálculos respecto a lo que pueda recibir de aquel a quien ha dado. El que no exige o no espera el reconocimiento es quién da más. O como comúnmente decimos y, lo dice el Evangelio,“que tu mano izquierda no sepa lo que da la derecha” (Mt 6,3).
A veces damos a los demás las sobras de lo que tenemos. Damos las sobras de nuestro tiempo a Dios, a la oración, a nuestra relación íntima con él. Damos al prójimo las sobras de nuestro dinero y de nuestro tiempo. Lo mismo sucede en las relaciones afectivas, en las relaciones familiares o en la convivencia conyugal. El egoísmo prima mucho en nuestras vidas; “primero yo”, y cuando he satisfecho mi yo, lo que queda para los demás.
Dos monedas parece poco, pues no. Dos monedas son mucho. Para Cristo es mucho. Dios quiere que se dé uno mismo. No hace falta ser un genio, un sabio para dar nuestro tiempo y nuestro saber compartiendo la fe que se tiene. Dios quiere seguir llevando su salvación, su evangelio, a través de nosotros, como hizo María; una vez, que Cristo estaba en sus entrañas llevó a Jesús a casa de Isabel y juntas cantaron las maravillas que el Señor había hecho en ellas.
Isabel le dice a María: “bienaventurada tú, que has creído” (Lc 1,45). Al dar, expresamos un signo de fe. Sobre todo cuando se da lo necesario para poder vivir. Todos podemos dar fe de la verdad, del gran regalo de la salvación que nos viene de Cristo que murió en la cruz por nuestra salvación. Esta entrega de Jesús fue de una vez para siempre y nosotros lo celebramos en cada misa.
Creer en Cristo es mucho más que creer en algo de él, es más que rezar o saber algunas verdades. Es ser discípulo, siguiéndole existencialmente. Al discípulo se le pide negarse a sí mismo, cargar con la cruz, la cruz propia. Todo esto supone fiarse totalmente de él como hicieron estas dos mujeres que, llenas de fe dieron todo, lo poco que tenían para seguir viviendo.
Nuestra fe puede quedarse en puras palabras,como estas: “soy muy creyente, muy católico”, si no les siguen una vida en coherencia con lo que nos enseña Jesucristo. Por ello, a todos se nos invita a revisar qué clase de fe es la que decimos tener. Ver qué “amor”, qué “democracia”, qué “vida de fraternidad” es la que practicamos.
Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
ARZOBISPO DE SUCRE
Sucre, 11 de noviembre de 2012