Homilía de Mons. Giambattista Diquattro, Nuncio Apostólico del Papa Francisco en Bolivia, con motivo de la celebración de adoración al Santísimo, de primer viernes, en la Capilla de la Nunciatura.
Homilía
Retomamos hoy la Adoración Eucarística diurna del primer viernes del mes en la Capilla de la Nunciatura y me alegra también anunciar el retiro espiritual mensual que posiblemente será el sábado 26 de septiembre.
Saludo a ustedes colaboradores/as de Radio María que animan la primera hora de Adoración de este día y les agradezco por su presencia.
Saludo al Padre Christopher Washington llamado a colaborar con la solicitud del Santo Padre Francisco a favor de Bolivia y de su Santa Iglesia.
Tu presencia, Padre Christopher, me ayuda a presentar la reflexión de hoy.
Hemos llegado aquí desde lugares diferentes de la tierra entera, Italia, Polonia, Estados Unidos de América, Sucre, Montero, El Alto, La Paz, para aclamar al Señor, para entrar en su presencia como dice el salmo, para darle gracias. Todos nosotros en nuestra vida hemos experimentado y experimentamos que el Señor es bueno y que nos ha manifestado y nos manifiesta su fidelidad.
Nosotros somos de lugares diferentes y, sin embargo, el Señor nos ha revelado que todos hemos sido creados por Nuestro Señor Jesucristo y para Él.
Entendemos, por lo tanto, que nuestras raíces, nuestra esperanza y toda nuestra vida tiene a Jesús como principio, como plenitud, como única referencia.
Este es el motivo por el cual el salmo responsorial nos ofrece una identidad segura: “somos suyos”, es decir, o somos suyos o sencillamente no somos suyos, perdemos nuestra identidad. El Papa Francisco afirma que si no somos suyos nos convertimos en “mundanos”, es decir, nos alejamos de la vida, porque todo se mantiene en Él.
El Evangelio de San Lucas pone en boca de los fariseos una afirmación importante: “los discípulos de Juan… los de los fariseos… los tuyos…”. Buscamos vivir como “cristianos” como “suyos” de Jesucristo. Entendemos que no importa nuestro lugar de proveniencia: el Señor nos llama a ser conciudadanos de los santos y familia de Dios, hermanos llamados a vivir la vocación que el Padre nos otorga haciendo con nosotros la paz por la sangre de la cruz.