Caminemos hacia la Pascua, seamos testigos del amor, del perdón, de la misericordia y constructores de la paz, fruto de la justicia y la verdad, ha asegurado en la homilía pronunciada esta mañana Mons. Eugenio Scarpellini, Obispo de la Diócesis de El Alto y Secretario General de la Conferencia Episcopal Boliviana. En ella, anima a los fieles a vivir con intensidad la Semana Santa que comienza, como oportunidad privilegiada de conversión a Dios en el servicio a los hermanos.
DOMINGO DE RAMOS
13 de abril de 2014
A lo largo de la Cuaresma, hemos meditado la figura de Jesús: quien es y lo que hace por nosotros. Hemos visto que Jesús es lo que nos libera del mal, nos abre el horizonte de la vida verdadera, nos ilumina con su Palabra, con su verdad. Hemos llegado ahora a la Semana Santa, al corazón de nuestra fe: la muerte y resurrección de Jesús, la Pascua.
Hoy domingo de Ramos, en la liturgia de la Palabra vivimos dos momentos: la primera parte en la cual hemos revivido el ingreso solemne de Jesús en Jerusalén y la segunda donde hemos escuchado el relato de la Pasión de Jesús.
Dos situaciones distintas, dos actitudes diferentes de la gente, dos palabras: Hosanna y Crucifícalo.
Por un lado vemos la alegría del pueblo sencillo de Jerusalén, que recibió a Jesús en sus calles, lo aclamó “Rey, hijo de David”. Reconoce en él el profeta, el Mesiás esperado por tantos siglos, aquel que traía palabras de esperanza y signos de vida.
Nos sorprende como, a los pocos días, el mismo pueblo grite frente a Pilato: “Crucifícalo”.
Es que a este Jesús no lo han conocido verdaderamente; han escuchado sus palabras, han visto los milagros, pero no se han encontrado personalmente y profundamente con Él; no han permitido que tantos hechos transformen realmente su vida. Hasta sus mismos discípulos no entienden, tienen miedo y lo abandonan.
Nosotros somos aquel pueblo que a veces profesan su fe, celebran devociones y fiestas religiosas, y que otras veces vivimos atrapados por nuestros males, mentiras, robos, sensualidades, infidelidades. A veces, sin darnos cuenta, llegamos a decir “crucifícalo” cuando permitimos las injusticias, la corrupción, el enriquecimiento ilícito, o peor, somos parte de ello lastimando al inocente, siendo esclavos de los juegos de poder, como los fariseos, que para conseguirlo y mantenerlo no tienen ningún reparo a pisotear o desechar la vida del inocente.
¡Cuántos inocentes están en el banquillo de los acusados! ¡Cuántas personas mueren todavía en el mundo por situaciones injustas, porque alguien tiene más y otro poco o nada! Jesús, juzgado y condenado encarna a todos ellos, abraza a todos ellos.
En la huerta de los olivos Jesús siente tristeza y angustia frente al cáliz de dolor que le hace transpirar sangre. Se siente cargado de los males de todos los hombres, males que lo llevarán a la muerte. Nosotros no podemos hacer nada por el Jesús de ese entonces, pero podemos comprometernos por el Jesús que agoniza en el hermano solo y desamparado que camina a nuestro lado.
En el pretorio de Pilato, Jesús está rodeado por soldado que le ponen una corona de espinas, lo cubren con un manto y lo golpean con una caña. ¡Cuánta violencia en contra de un hombre bueno! Y cuanta violencia hoy en el mundo por cuestiones raciales, por fanatismos religiosos, cuántos muertos en manifestaciones sociales, y cuanta violencia en las cárceles o perpetradas por regímenes totalitarios. No podemos cerrar los ojos frente a tanta violencia y masacres en el mundo.
En la cruz Jesús grita: “¿Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado?” Es el grito de todos los inocentes, los enfermos terminales, los niños abandonados o abusados, las madres que ven morir a sus hijos por hambre en muchas partes del mundo: todos clavados junto a Jesús. Pero Dios ha enviado a su Hijo Jesús clavado en la cruz, para abrazarlos a todos y amarlos a todos.
En el momento de la deposición de Jesús de la cruz, hay un hombre, José de Arimatea, que desafía la opinión pública, que enfrenta a las autoridades, al juicio de los biempensantes y con un gesto de misericordia saca a Jesús de la cruz.
Este José puedes ser cada uno de nosotros, cuando no cerramos los ojos frente a la injusticia o a las muertes injustas, cuando no permitimos que callen nuestra voz y nuestra conciencia, cuando nos acercamos a los enfermos solos y abandonados. Lo importante es rechazar firmemente la tentación de ser otro Pilato: “Yo soy inocente de la sangre de este hombre”. Pero, nadie es inocente frente a la injusticia.
En esta Semana Santa, caminemos a lado de Jesús, reconozcamos nuestros límites, nuestros errores, nuestros egoísmos y divisiones. Con humildad y confianza digamos: “Yo también estaba con los que te han crucificado, Jesús”. Y Él, como al ladrón arrepentido, nos dirá “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Caminando a lado de Jesús podemos descubrir cuán grande es el amor del Padre que entrega su Hijo a la muerte para salvarnos, que es más fuerte el perdón sobre el pecado, que la muerte nunca tendrá una victoria final, sino que la vida reinará porque Cristo ha resucitado y es, hoy, esperanza para todos aquellos que ponen sus ojos y corazón en Él y lo siguen.
Para que vivamos la Pascua, queridos hermanos, reconciliémonos con Dios y con los hermanos, retomemos el camino de la vida, del Reino del Padre, seamos testigos del amor, del perdón, de la misericordia y constructores de la paz, fruto de la justicia y la verdad.