Entre las características que tiene el pecado está, en su esencia misma, que es una ofensa a Dios. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El pecado es una ofensa a Dios: ‘Contra Ti, contra Ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces’ (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones” (CEC 1850).
La Iglesia, con esta aclaratoria nos está diciendo, palabras más, palabras menos, que debemos evitar ofender a Dios con nuestro pecado, y nos invita a que la razón principal por la cual hemos de evitar ofender a Dios es por amor a Él.
Dice la Biblia: “Que siete veces cae el justo, pero se levanta, mientras los malos se hunden en la desgracia” (Proverbios 24,16), pero en la actualidad, en esta época de corrección política, y de análisis teológicos rebuscados, resulta para algunos ofensivo hablar de pecado, y se está sustituyendo por otros términos, tales como “naturaleza caída del ser humano”, “debilidad innata”, “estructura personal desordenada” y demás eufemismos que tratan de suavizar el término y sus implicaciones.
En el Evangelio, vemos, en cambio, que una vez que Jesús resolvió el dilema de la mujer adúltera, es decir, cuando se quedó solo con ella, le dijo muy claramente “vete y no peques más” (Jn 8,11), y también se lo dijo al paralítico de la piscina de Siloé (Jn 5, 1,ss) con el añadido “no vaya a ser que te suceda algo peor” (Jn 5,14). Con esta invitación a no pecar más Jesús llama a vivir en conciencia de que nuestros pecados ofenden a Dios, y a vivir según el Espíritu: “Anden en el Espíritu, y no satisfagan los deseos de la carne” (Gálatas 5,16). Tratar en todo momento de ser obedientes al Espíritu. Al no satisfacer los deseos de la carne, con la ayuda de la gracia que Dios mismo nos da, sencillamente no pecamos.
Utilizar términos eufemísticos, en especial los de tipo “naturaleza desordenada” tiene dos peligros: suavizar el pecado y su gravedad, adormeciendo la conciencia, la noción verdadera de lo que es, siendo que el pecado acarrea la muerte (Rm 6,23). El otro peligro es que le quita al pecado la implicación de la la responsabilidad personal, atribuyéndoselo a la naturaleza caída, como si esto fuese un determinismo con el cual no se puede luchar, viendo, como ya hemos visto, que Jesús invita a “no pecar más”, aún más habiendo asumido y conocido Él esta misma naturaleza, y con este acto aquello de lo que somos capaces (Jer 17,9-10; Mt 6,21; Mt 16,26).
Otra consecuencia importante de intentar suavizar el término pecado y cada una de sus implicaciones es que se teme más ofender al hombre, criatura, que a su Creador y Señor. No se le teme a contristar a Dios pero sí se le teme a que una persona se sienta ofendida por la verdad, y use esto para victimizarse. Hacer esto solo hace que el pecado se arraigue más tanto en la persona como en las estructuras. El pecado ofende a Dios, punto. Usar eufemismos no quita que los pecados condenen en mayor o menor medida (1 Jn 5,16). Debemos ser conscientes de ello para combatirlos y, en lo posible, evitarlos. Dios con nosotros, y su gracia para ayudarnos a no pecar.
Autor: Javier Gómez Graterol, religioso / periodista
Artículos relacionados:
Javier Gómez Graterol, religioso / periodista: O el cristiano es radical, o le obligarán a serlo
Reflexión dominical: Donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia
Javier Gómez Graterol, religioso / periodista: ¿Es pecado utilizar el “lenguaje inclusivo”?
El pecado es incomunicación que no permite vivir dice Mons. Jesús Perez
Mons. Gualberti: El pecado es el desprecio de la justicia, la libertad y la verdad