Análisis

Javier Gómez: Cuidado con tu apego a las etiquetas

Es parte de nuestra naturaleza tender a simplificar todo, utilizar etiquetas, categorías, para hacer nuestra realidad más cómoda de comprender. Parte de ese proceso de economía mental es nuestra costumbre de emitir juicios sobre lo que alguien dice piensa o hace, partiendo de nuestras ideas y/o creencias respecto al porqué, para poder de este modo hacer más asimilable, predecible y estable nuestra existencia y relaciones.

Tendemos por eso, en muchos casos, a emitir juicios a la ligera de por qué alguien se comporta como lo hace, etiquetar su comportamiento pensando que es por algo que nosotros creemos que es, y lo que es peor: muchas veces lo hacemos con tal sensación de certeza, que ni nos molestamos en preguntar a la persona en sí sus razones. Vemos una conducta, etiquetamos y asumimos que si se comporta de una determinada manera siempre lo hará así, por lo que yo digo que es, y no otra cosa. De ahí dichos como “crea fama y échate a dormir”,  y muchos otros refranes populares, que más que ser sabiduría, terminan siendo sentencias de conformismo y encasillamiento recalcitrante:“árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza”, “quien nace barrigón, ni que lo fajen chiquito”; “lo que natura no da, Salamanca no presta” y así sucesivamente.

Últimamente me ha tocado ayudar, tanto en mi trato diario, como en mi consultorio virtual, a personas que han sufrido y aún sufren el peso de etiquetas que les han puesto. Tengo personas que se abren más en el anonimato que les da la aplicación Amén, y cuentan problemas que se ve que no contarían en persona. He visto con esto el sufrimiento que tienen debido a problemas de diversa índole: mentales (como esquizofrenia, por ejemplo); culpas; desprecios; complejos; sensación de inferioridad; atracción hacia el mismo sexo, angustia por la misma; culpa por lo que sienten; pesos de conciencia y deseos de enmienda por errores cometidos. Todos ellos tienen en común sentirse incomprendidos, etiquetados por los suyos, de una forma que les hiere y asfixia. Estas etiquetas que les hacen sufrir se las han puesto personas de sus círculos cercanos (que es en sí lo que más les duele), con una certeza tal que, así deseen dar muestra de que al menos tratan de hacer algo para cambiar, quienes se las impusieron se niegan, conscientemente o no, a quitárselas.

A pesar de que es cómodo, simplificar no es cristiano. El no preguntar a alguien por qué hace lo que hace, o clasificarle eternamente en una misma categoría tampoco lo es. Conocer la historia de una persona puede dar pistas de por qué reacciona como lo hace, preguntar sus razones también. A lo mejor nos lleva a sorprendernos, porque podría darnos nuevos puntos de vista e increíbles sorpresas sobre la conducta humana, sus sentimientos y motivaciones. No demos nada por sentado, preguntemos antes de juzgar. No presupongamos. Les aseguro que les ayudará a ser más comprensivos, mejores negociadores, motivadores, y a amar más. Si los cristianos no hubiesen levantado la etiqueta a Pablo de Tarso, por mencionar un ejemplo, de perseguidor de cristianos, nunca habríamos tenido el gran aporte que le hizo a la Iglesia y al mundo. Pidamos pues sabiduría a Dios para que nos ayude a dejar de etiquetar eternamente a nuestros hermanos. Tal vez ellos con esto no cambien el mundo, como lo hizo Pablo, pero nosotros cambiaremos el de ellos para mejor. Dios con nosotros.

Autor: Javier Gómez Graterol, religioso / periodista

Artículos relacionados:

Javier Gómez Graterol, religioso / periodista: ¿Qué trato mereces?

“Resiliencia” con confianza en Dios

Javier Gómez Graterol, religioso / periodista: Vampiros emocionales, primera parte

Javier Gómez Graterol, religioso / periodista: “Ser ‘grandes’ para el mundo”

Javier Gómez Graterol: Cuando solo queda confiar