Sabrina Lanza
Ariel caminaba por las rieles pensando en cómo volvería a casa. En ese momento, la música que escapaba del Cementerio General de Cochabamba lo detuvo. Impresionado y con algo de duda se acercó al lugar. “Una persona tocaba y me uní a ella, cuando terminamos me pedían una y otra vez que toque para el difunto que visitaban”, relató Ariel Montaño de 26 años, uno de los músicos del cementerio. Esa fue la primera vez que cantó en un panteón y conoció a René Bayón, fundador de “La Plegaria Música”, la asociación que trabaja en el camposanto.
Gran parte de la tradición de enterrar a los difuntos con música en el Cementerio General de Cochabamba comenzó con la historia de René. Cuando su madre murió, él quiso despedirla con música. En numerosas ocasiones tocó e interpretó canciones que le recordaban a ella. El 2006 tocar música frente a las lápidas estaba prohibido. Aun así, mientras cantaba muchos pedían que continué.
De esta manera, René consiguió las autorizaciones y permisos de la administración del cementerio y la Alcaldía para hacer música. Desde entonces se quedó.
René y Ariel aguardan pacientemente desde las 9:00 la llegada de dolientes. A lo lejos, personas vestidas de negro caminan lentamente sosteniendo ramos de flores a la par de una carroza. René prepara su guitarra, José posiciona la trompeta entre sus dedos y Ariel afina la voz. Minutos después, la música empieza. “Más allá del sol, yo tengo un lugar, más allá del sol, aunque en esta vida no tenga riquezas, sé que allá tendré un hogar donde no haya penas ni tristezas”, canta la voz que vibra al ritmo de las cuerdas.
Los presentes escuchan y la música envuelve el ambiente. Después de la última canción, los músicos piden los aportes voluntarios y se retiran.
La música es testigo de múltiples momentos de la vida, alegres y tristes. En Bolivia, cuando las personas mueren sus familiares recurren a la música para despedirse. Aunque el origen de esta práctica no proviene de la cultura boliviana es seguida por muchos y tiene diferentes significados.
“Es una tradición europea, donde además de contratar gente que cantaba o tocaba música, habían mujeres que lloraban, esta costumbre llegó a nosotros con la colonización española”, explicó la etnopsicóloga, Esther Balboa.
Asimismo, añadió que en Bolivia, la tradición de tocar música durante los entierros es el resultado de una imitación a las ceremonias militares con bandas durante los sepelios.
En cuanto a los efectos que causa la música en los acompañantes del entierro, dependen de la cercanía que existía con el difunto. “Los más cercanos tendrán una emocionalidad más alta y se acordarán de todo aquello que le gustaba al difunto y será un motivo más para recordarlo”, explicó Balboa.
“La música los acompaña en su dolor, más bien los cochabambinos tenemos esa costumbre de despedir a los muertos con canciones. Estamos con ellos a través de la música”, manifestó Ariel Montaño.
La música se vuelve en un apoyo para el doliente, en una terapia, en un encuentro especial al final de una vida.
El repertorio se ajusta al pedido de los visitantes
La música durante los entierros se compone de un amplio repertorio ajustado a los pedidos de los dolientes. Por otro lado, las canciones siguen un orden definido que en ocasiones puede variar. “Cantamos Magia del Sol, que es un canción de entrada, después hacemos la oración del Padre nuestro a la que sigue el Ave María y si lo piden una canción que le gustaba al difunto”, expresó René Bayón.
En relación a los temas, estos se definen según las propuestas de la familia. “Por ejemplo, si era padre el que falleció tocamos Mi querido viejo de Piero o Vicente Fernández; si fue madre, Dónde te encuentras mamá de Bonanza o Flor sin retoño; o una morenada para los paceños, cada uno con sus gustos”, mencionó Montaño.
En otros casos, las historias personales son factores determinantes al momento de elegir la música. “Los allegados de Tancara pedían Preso numero 9 o la Cárcel de Sin Sin, porque cuentan parte de su vida”, narró Ariel.
Las historias de vida, los gustos y el entorno familiar son apenas algunos factores que determinan la música que acompañará en la despedida a un ser querido.
ASOCIACIÓN DE MÚSICOS “LA PLEGARIA”
“La Plegaria Música” es la asociación de músicos del Cementerio General de Cochabamba compuesta por 12 integrantes entre los 20 y 36 años. La organización tiene más de 10 años de vida y cuenta con un reglamento interno. Entre sus normativas exige a los músicos estar sobrios durante las reuniones y entierros, en caso de incumplimiento los integrantes son suspendidos por determinados periodos de tiempo. Por otro lado, la mayoría de ellos en la portería del Cementerio General firma su ingreso a tempranas horas de la mañana y usualmente sale alrededor de las 17:00.
En promedio, los músicos asisten hasta ocho entierros por día, además de ser contratados para misas y ceremonias religiosas. La asociación se reúne dos veces por día para la asignación de horarios para acompañar los entierros. Los músicos inician su oficio tocando para quienes visitan a sus difuntos regularmente. Posteriormente, si son incluidos en La Plegaría Música se les permite tocar en los entierros.
Todas las semanas, los músicos del Cementerio General están ocupados con diversos contratos. Algunos de ellos, son llamados en días definidos por familias que ya los conocen. En la fecha festiva de “Todos Santos”, celebrada en noviembre, su trabajo se duplica.
TESTIMONIO
“Me llaman el padre René, aunque no soy padre ni nada, lo dicen por el cariño que me tienen aquí. La primera vez que fui a un entierro al que me llamaron sentía miedo, nervios, hasta vergüenza, pero seguí, tenía que hacerlo porque lo necesitaba. Entonces, poco a poco he ido aprendiendo las canciones y luego he buscado oraciones de la Biblia para igual poder cantarlas. Cuando toco la gente viene y se siente tranquila al escuchar la música, nosotros sentimos que se va esa preocupación y se sueltan, se ven calmados, es por eso que aquí se ven muchas cosas, muchas alegrías y muchas historias”, comentó René Bayón, fundador de la asociación La Plegaria Música.
Los músicos son parte de las historias que ocurren a diario entre las paredes del cementerio, algunas permanecen en secreto, mientras otras se cuentan a través de la música.
NIÑOS REZADORES
El cementerio alberga a decenas de trabajadores que presencian la despedida a los difuntos. Entre ellos se encuentran “los niños rezadores” de 5 a 10 años que son dejados por sus madres, desde muy temprano, en la puerta.
Los niños cargan baldes pequeños para la limpieza de lápidas a pedido de los visitantes. Asimismo, realizan plegarias y tocan zampoña a cambio de un aporte voluntario.
Los sepulteros o también llamados “panteoneros”, dedicados a las exhumaciones y entierros, participan de todas las despedidas a los difuntos. Algunos de ellos oyen la música a lo largo de su jornada de trabajo y de alguna manera parece darles calma. Los jardineros arreglan pacientemente cada área verde del lugar, en algunas ocasiones cuando los músicos se dirigen hacia los entierros, ellos se detienen a escucharlos.