Análisis

Un beso para ti, niño boliviano (En el Mes del Niño)

A ti, joven campesino. 

Hay un ritual que repito con vosotros cada noche. Lo hacen muchos papás y mamás con sus hijos pequeños cuando llega la hora de dormir: decir “buenas noches”, desear “felices sueños” y recibir un beso cariñoso.

Me siento honrado y agradecido cuando así os comportáis conmigo los más niños del internado. Sois ese grupito de Sexto de Primaria, recién llegados con vuestra carga de ilusiones, que me servisteis hace un par de artículos para preguntarme si hay algo más importante que vuestros sueños. Sueños infantiles en un alma transparente de niño.

Tan sólo necesito asomarme un poquillo a vuestra gran habitación, bien desordenada a esas horas después de una jornada colmada de afanes, para ver cómo os acercáis alegres reclamando que me agache lo suficiente para poder ofrecerme vuestro beso.

Ya sabéis que después voy pasando por el resto de las habitaciones, las de los medianos y mayores, en la confianza de que, terminada esa noble tarea que tenemos los adultos de desear a los nuestros un descanso reparador, estéis inmersos en el sopor mágico de algún paisaje enigmático. Porque es la hora de los duendecillos y las princesas, de los castillos encantados y los animalitos parlanchines. La hora en que todo es posible bajo el sereno chisporroteo de las estrellas.

Pero no. Estarán todos los internos casi dormidos y vosotros -ya me enojo un poco y os trato de ustedes- aún correteando por aquí y por allá. Y además, descalzos. Bien sabe Dios que no puedo evitar una disimulada sonrisa cómplice… ¡Ay, changos, changuitos!

Ese fue el escenario de hace unas noches. ¿Os acordáis? Supuestamente el silencio reinaba en todo el recinto del internado. La cálida noche, la del chisporroteo de las estrellas, invitaba a mirar al cielo, quedarse así como embobado y musitar una confiada oración al Señor, bondadoso dueño de tanta maravilla.

No hizo falta mucho tiempo empleado en tal contemplación para que, de repente, me sintiese rodeado de algunos geniecillos, esta vez silenciosos, de la habitación 16. Esa es vuestra habitación. Mentiría si no reconociese que la hermosa noche es nada sin vuestra presencia y vuestra curiosidad:

¿Qué piensa, padrecito, mirando tanto para arriba? ¿No tiene sueño? ¿Cuándo va a dormir?

Os confieso ahora que me sentí como pillado. ¿Qué responder? ¿No sería mejor enviaros a la cama, sin más? ¿No sois un tanto atrevidos y malcriados?

Pero la hermosa noche, insisto, es nada sin vosotros. Y mi oración, la que intentaba lanzar más allá de las estrellas, era precisamente por los niños… y por sus sueños.

¿Sabéis, chavales?, le estoy pidiendo al buen Dios que a ningún niño de Bolivia le falte alguien a quien besar y que, a su vez, le bese, deseándole las buenas noches y los felices sueños.

Y así, en silencio, permanecisteis conmigo un ratito, todos mirando al cielo. En la cálida noche sobraban las palabras. Hubieran acallado la hermosa sinfonía de las estrellas.

Camino de mi cuarto y con la compañía de Duquesa, nuestra perrita vigilante, fui recordando a algunos de los changuitos protagonistas de anteriores artículos.

Duque, ¿recuerdas aquél que me pidió otro pancito para el niño que, sentado junto a su mamá en la entrada de una tienda, extendía la manita sucia en busca de algún centavito? ¿Y aquel otro de rostro asustado, vestido con el pantaloncito desgastado y la polerita, que un día fue de color verde, y que así vino a inscribirse? Entonces escribí que era nuestro tesoro.

Duquesa me miraba como entendiendo.

¿Y recuerdas a la Niña de Pascua, transparente, de pasitos cortos? Con sus pocas palabras y sus ojos románticos. Sí, fue princesa. ¿Y los changuitos trabajadores de Plaza 25 de Mayo, con sus humildes abarcas? Nos acompañaron al cine. Y tantos otros…

Niño boliviano, niña boliviana, que no te falte un beso en tu Día. Que no te falte ningún día.