Homilía de S.E. Mons. Sergio Gualberti, pronunciada en la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir, Catedral de la Arquidiócesis de Santa Cruz de la Sierra.
Queridos Hermanos y Hermanas:
Las lluvias intensas impiden esta mañana que varios hermanos lleguen a la catedral para participar de la celebración de este Misa ya que los micros no pueden entrar en los barrios. Nuestro pensamiento de manera especial va a los hermanos que sufren por las inundaciones e inclemencia del tiempo, esperamos que los ciudadanos sigamos colaborando con ellos y las autoridades los atiendan con los medios adecuados.
En estos días en Roma se está realizando el Consistorio convocado por el Papa Francisco para reflexionar sobre el tema de la familia y para acoger en el colegio cardenalicio a los nuevos cardenales. Les acompañamos con nuestra oración, en particular a nuestro querido Cardenal Julio que también está participando de este encuentro, para que el Espíritu Santo les ilumine en los trabajos en bien de la familia que, como ha afirmado el Papa hoy es “despreciada y maltratada”.
Pasamos ahora a considerar el evangelio de este domingo que es la continuación del texto del domingo anterior, parte del Sermón de la montaña en el que Jesús profundiza el tema de la nueva ley de Dios, y que nos ayuda a descubrir el espíritu que está detrás de la letra, la verdadera voluntad de Dios. En el texto meditado el domingo pasado, hemos visto como Jesús amplia y radicaliza las prohibiciones de matar, cometer adulterio y divorciarse, hoy él da un paso más y presenta a sus seguidores dos propuestas que no sólo superan sino que son en antítesis con la ley del A.T.: “Ustedes han oído lo que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente…, pero YO les digo que no hagan frente al que les hace mal”.
Por cierto, esta norma del Antiguo Testamento no era entendida como una venganza, sino como un instrumento en manos de los que ejercían la justicia, para establecer una proporcionalidad entre el daño y su reparación. Sin embargo, Jesús no quiere que se compense el mal recibido mediante una reacción violenta, sino que pide una resistencia activa ante el mal a través del amor. Jesús presenta unos ejemplos de como se debe resistir con amor a las acciones del malvado: al que golpea una mejilla ofrecer la otra y al que quiere quitar la túnica darle también el manto.
Estas maneras de reaccionar ante un daño recibido, son propias de la visión de Jesús respecto a la nueva justicia, que consiste en actuar de acuerdo a la lógica del amor y no de la violencia, ni en responder al mal con mal, cayendo así en el mismo error que el agresor. Responder al mal con mal es añadir un eslabón a otro eslabón, formando una cadena que enreda siempre más y que rinde esclavos del odio, de la violencia y de la muerte. El amor es una fuerza mucho más poderosa que el odio y la violencia, y es el único recurso que puede llegar a salvar al malvado, a hacer que deje la violencia.
Dios actúa con amor, esta es su justicia, una justicia que salva y que trasciende ilimitadamente la justicia humana, y que nos da la oportunidad de actuar de la misma manera y ser parte así de su plan de salvación. El salmo 102 presenta maravillosamente esta sorprendente faceta de Dios: “El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; no nos trata… ni nos paga según nuestros pecados… como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles”.
El segundo mandato de Jesús, también nos sorprende: “Ustedes han oído lo que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo… Pero Yo les digo: amen a sus enemigos, y rueguen por sus perseguidores”. Los Israelitas consideraban como “prójimo” sólo los parientes, los compatriotas y los que practicaban su misma religión, los demás eran enemigos. Jesús supera esta concepción restringida y ofrece una apertura universal pidiendo amar a todo ser humano sin ninguna distinción incluso los enemigos, devolviendo así el verdadero sentido de este mandamiento. Si alguien quiere ser seguidor de Jesús, no es suficiente que ame a los que lo aman y que son cercanos, sino que tiene que amar a los enemigos.
La propuesta de amar de los enemigos es propia de la novedad revolucionaria que ha traído Jesús. Amar a los que persiguen significa no sólo no tener odio y no ser violentos con ellos, sino demostrar un amor de benevolencia incondicional, que supera nuestras reacciones humanas. El mandato del amor a los enemigos es la expresión más alta del seguimiento a Jesús y de la justicia de Dios. Ante este mandato podemos pensar que Jesús nos está pidiendo demasiado.
Por experiencia sabemos que no es nada fácil amar a nuestros enemigos, a quienes nos hacen daño y nos hacen sufrir, sin embargo este es el camino recorrido por él para nuestra salvación. El Papa Francisco al respecto decía: “¿Cómo es posible perdonar? También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los enemigos”.
Jesús nos indica el primer paso de este arduo camino: “Rueguen por sus perseguidores”, porque por la oración podemos mirar a esos hermanos con los ojos del Padre, que ofrece a todos sus hijos la posibilidad de salvarse, que “hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” y que da su amor como don para todos, buenos y malos.
Por la oración también el Señor nos da la fortaleza necesaria para perdonar las ofensas recibidas y amar a los enemigos. La oración hace posible entrar en comunión con el Señor y hacer nuestras sus enseñanzas, entrar en su sabiduría y en su manera de actuar. Siguiendo el ejemplo de Jesús, los cristianos debemos buscar que los enemigos entablen nuevas relaciones con Dios y con el prójimo que transformen toda su vida. El momento en que amamos de verdad a los enemigos, ellos dejan de serlo para nosotros, y llegamos a gozar en nuestro interior de la verdadera paz que libera de todo sentimiento de odio, rencor y venganza, que, por el contrario, nos someten en la tristeza y la desolación.
Algunos pueden decir que no tienen enemigos, pero a lo mejor tienen antipatías o pequeñas enemistades. También en estos casos la oración viene en nuestra ayuda, porque como afirman varios santos, la oración hace milagros.
La segunda motivación última y profunda del amor al enemigo que Jesús nos indica, consiste en imitar a Dios Padre en la perfección del amor: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”. Jesús con estas palabras escritas en la ley: “Ustedes serán santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo. No odiarás a tu hermano en tu corazón”. La perfección de Dios, es la bondad, la misericordia y el amor. Nuestro Dios es el Padre bueno, del cual todos somos hijos, que pone a disposición de todos y en forma gratuita los dones de la creación y la salvación. Jesús nos dice que ser perfectos, ser santos es imitar al Padre, y en él amar a todos, así como el mismo Jesús lo ha imitado a lo largo de toda su vida, amando y perdonando a todos, también a sus enemigos. Pensemos tan solo a su oración en la cruz cuando pide al Padre por los que lo están crucificando: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
Pongámonos con sinceridad ante nuestra conciencia y preguntémonos si rezamos por nuestros enemigos, por los que no nos quieren y por los que nos han hecho algún mal. Si nuestra respuesta es no, tendremos que pedir al Señor que cambie nuestro corazón, porque nuestra negativa significa que somos nosotros que tenemos enemistad con aquellas personas. ¡Qué esta Eucaristía sea la oportunidad para hacer esta oración por quienes no nos aman, pero también por nosotros para que tengamos la valentía de amarlos y perdonar las ofensas recibidas! Pidamos al Espíritu Santo, siguiendo el pensamiento de la carta de San Pablo a los Corintios, que nos conceda la sabiduría de Dios, nos conceda ser perfectos y santos para que, como Dios, sepamos amar a los enemigos y perdonar a los que nos persiguen, y que pensemos y actuemos en plena sintonía con su voluntad porque: “todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios”.
Amén.